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A vueltas con la prostitución

La mayoría de los jóvenes madrileños ve la prostitución como un ejercicio de la libertad sexual.

Beatriz Gimeno

Como a estas alturas el debate sobre el sindicato de “trabajadoras sexuales” ya habrá desgranado todos sus argumentos, intentaré aquí aportar algo que no se refiera sólo a la cuestión del sindicato que está en liza. Pero comenzaré diciendo que yo me enteré de la creación de este sindicato cuando me escribieron dos prostitutas para pedirme que intentara hacer público que este es un sindicato de proxenetas. Yo no lo conozco, pero basta leerse sus estatutos. En todo caso esta información me sirve para denunciar que este es el nivel en el que ciertos defensores de la prostitución se mueven siempre, los medios incluidos. Si tiene que ver con la prostitución ya no se investiga, no se va más allá, no se relaciona con nada, prohibido sospechar, la realidad desaparece oculta tras un cartel de neón que dice “Prostitución” o mejor “sexo”, una de las mercancías más vendibles, si no la que más. Y eso ya lo tapa todo. Siempre me ha sorprendido la capacidad de muchos para no ver, sólo cuando hablamos de prostitución, la enorme cantidad de dolor humano, de mujeres, que está justo delante nuestro.

Sorprende también la ingenuidad o mala fe de quienes no se extrañan de que no haya nunca proxenetas en los debates tratando de inclinar la balanza hacia sus intereses. ¿Estamos ante la única industria multimillonaria en la que los empresarios nunca aparecen y nadie se pregunta dónde están? ¿Nadie se pregunta cuáles son sus intereses ni sospecha cuando estos coinciden con los de algunas asociaciones? ¿Y cuando comparten abogados? Pues, aunque suene raro, no. Si trata de prostitución, ese sector defensor a ultranza defiende a los empresarios diciendo que son “compañeros” (sí, como Amancio Ortega de las trabajadoras de Zara). Este sector siempre se pone del lado de las mujeres con acceso a la voz pública, con infraestructura y con fácil acceso a los medios. Pero jamás escuchan a esas otras que no son partidarias de que su actividad se regule y tiene buenos motivos para ello. Incluso en algunos países se han asociado para exigir al estado que no regule. A estas nunca las verás en un debate y si llegan al mismo, se encontrarán con que el sector izquierdista pro prostitución desconfía de su testimonio, no quiere escucharlo y las desprecia. Por algún motivo solo se escucha a las putas felices.

Me resulta sorprendente también que haya un sector de la izquierda que solo cuando hablamos de prostitución no politice, no vea ni estructura ni sistema de dominación. Piensan la prostitución como colgando de la nada y en ella solo se puede considerar la voluntad de putas y puteros (parte de la ecuación a la que no se puede mencionar). ¿Por qué resulta tan difícil hacer análisis políticos de una institución que afecta de manera tan fundamental a las relaciones de género? ¿Por qué no se preguntan para qué sirve la prostitución y si esa función es compatible con la igualdad? ¿La prostitución está ahí sin nada que ver con el patriarcado, con la estructura de desigualdad, no influye, no la fortalece? ¿No hay relación de la prostitución con el sistema patriarcal de imaginarios sexuales y sociales que nos configura? ¿Nada? ¿No tiene la prostitución ninguna relación con la política sexual más allá de las invocaciones a la libre decisión de las mujeres?

Hay varias teorías para explicar la razón por la que personas sensibles a la desigualdad consiguen en este caso percibirla como algo que no depende de las estructuras de dominación, de los sistemas que la crean y mantienen: patriarcado y capitalismo. Una de las teorías más socorrida para explicar esto es la atracción que suscita todo lo que huela a transgresión, especialmente si es sexual. Pero la transgresión en la prostitución es de cartón piedra. Es una institución milenaria, creada para mantener la ideología sexual patriarcal y su correspondiente privilegio masculino, que ha estado históricamente regulada prácticamente siempre y que ha sido defendida por el poder, desde el eclesial hasta el poder civil. Su supuesto poder transgresor es la luz de neón rojo que anima a los hombres a entrar en un mundo en el podrán volver a ser los reyes que están dejando de ser. Digamos que ahí ellos recargan una masculinidad amenazada. Y ahí se alivian también muchas tensiones sociales de las que está provocando el feminismo. Recordemos que lo primero que un ejército hace con sus tropas en situaciones de conflicto, o las empresas extractivas con sus trabajadores, es enviarles mujeres.

Otra razón es que la prostitución es el mayor privilegio masculino. Todos los varones de este planeta, todos, desde un escolar de Nueva York a un chico que viva en un suburbio en una ciudad africana saben, desde que tienen uso de razón, que por un precio siempre adecuado a sus posibilidades, tendrán derecho a acceder al cuerpo de tantas mujeres como deseen, siempre, para todos los bolsillos. Recordemos: todos los hombres, en cualquier lugar, la usen o no, la institución está ahí para ellos, conformando su imaginario, colaborando en la socialización masculina, en cómo se entienden a sí mismos y cómo entienden el mundo. Porque la prostitución es el modelo de aprendizaje, informal pero ubicuo, de relación entre los sexos y nadie con buena voluntad puede sostener que su existencia, y sobre todo su legitimación cultural, social y política, no afecta a dicha relación. Aceptamos que los roles de género se aprenden en la cultura y por eso mismo nos esforzamos en incidir en la educación, las noticias, la publicidad, el cine etc. pero llega la prostitución y, de manera misteriosa, no parece incidir nada en la manera en la que los chicos se educan sexualmente y en la manera en que consideran a las mujeres, nada. Si aceptamos eso más vale que dejemos de esforzarnos en el feminismo, porque resultará absurdo protestar por, por ejemplo, una publicidad que nos parezca machista mientras que dos metros más allá se ofertan chicas nuevas, negritas y complacientes. O de esforzarnos en la educación de los adolescentes si aprenden que por el hecho de ser varones, tienen acceso a todas las mujeres que deseen. Luego vete a contarles que ellos son iguales a sus novias; saben que no es así.

Para ellas el plan eso otro y tiene que ver con el funcionamiento de los mercados. La prostitución es hoy un mercado global que satisface una demanda potencialmente ilimitada con mujeres pobres. Para que la industria funcione tiene que haber putas y puteros. Para que haya suficientes putas tiene que haber suficientes mujeres pobres y sin oportunidades. Cuando educas a las niñas y trabajas en sus oportunidades el resultado es que estas ya no se dedican tan fácilmente a la prostitución. Eso significa que para algunos países pobres es significativamente más productivo dedicar a sus niñas a la prostitución que educarlas. Esto ya lo reconoció el Banco Mundial cuando aconsejó a los países endeudados que pagaran la deuda dedicando a sus mujeres al mercado del ocio masculino. En este caso, lo que desaparece es el derecho de estas niñas y mujeres pobres a no ser prostituidas, ese derecho no existe para ellas. ¿Qué incentivos tienen estos países para educar a las niñas o hacer políticas de igualdad si, al hacerlas, reducirán, en lo inmediato, su PIB? ¿Por qué en este caso no relacionamos la legitimación de la prostitución con el crecimiento exponencial de un mercado global de mujeres y, sobre todo, por qué no lo combatimos?

Respecto a los puteros, también se trabaja en ellos y el objetivo de la industria de la prostitución es, como el de toda industria, que la demanda aumente, que no deje de crecer; es decir, que cada hombre sea un putero, llenar el mundo de puteros. Ese es su objetivo no disimulado y se afanan de mil maneras y con mucho éxito. ¿Nos es indiferente a las mujeres un mundo en el que los hombres tengan como modelo de relación la prostitución? ¿Nos tiene que dar igual que cada vez los chicos vayan antes y más a menudo? ¿Ese es el mundo feminista qué queremos? ¿La legitimación de la prostitución no incide en el machismo? ¿Nada? ¿De verdad?

Y esto no tiene nada que ver con la necesidad de luchar por los derechos sociales de las mujeres que se dedican a la prostitución, y hacerlo de una manera activa y con ellas. Pero reconocer que es un trabajo igual que otros (algo que estoy convencida que la mayoría no quiere) supone por parte del estado la renuncia a promover la igualdad apuntalando un privilegio patriarcal con consecuencias sociales irreversibles en ésta, y supone la renuncia también a combatir un mercado que condena a millones de mujeres a no tener más opciones. Supone la renuncia a denunciar y combatir un mercado global en el que las mujeres se han convertido en la materia prima más barata que existe. Dice Nancy Fraser que la razón de que la prostitución sea mala no es el sexo, sino que lo es porque codifica significados que son dañinos para las mujeres como clase; que lo que la prostitución vende en el capitalismo tardío es la fantasía masculina de “derechos sexuales masculinos”, aquellos que el feminismo ha conseguido fragilizar. No puede haber igualdad mientras esta institución siga siendo el espacio ideológico y material de constante refuerzo de las fantasías masculinas de desigualdad.

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