El abrazo es nuestro
Hay algo en el abrazo entre las mujeres, en los abrazos a las mujeres supervivientes de las violencias machistas, que no tienen ni tendrán nunca los abrazos huecos, vacíos y sobre todo ruidosos que son tan característicos de los hombres que se encuentran con “los suyos”. Este viernes, el día del cumpleaños de Angela Davis, las redes sociales se han llenado de abrazos a tres mujeres, a tres supervivientes de violencia sexual, que han acusado al director de cine Carlos Vermut de aprovecharse de su reconocimiento público para mantener con ellas relaciones sexuales violentas que ellas no consintieron. El cineasta lo niega y considera que las relaciones fueron consentidas, toda la historia puede leerse en la exclusiva que ha dado El País.
Me recuerda, leer el desmentido de Carlos Vermut, al personaje de Mitch en la serie The Morning Show y cómo de bien refleja el hecho de que además del abuso de poder del “agresor” que se cree por encima del bien y del mal y que tener sexo con él es lo mejor que le puede pasar a una mujer que trabaja para él, además de ese abuso (imprescindible para cometer la agresión), hay un elemento necesario sin el cual no hubieran sido posibles las agresiones sexuales: la complicidad y el silencio de sus propios compañeros y… compañeras, de sus “iguales”, de sus amistades. Las que callan ante las violencias que conocen y otorgan otro consentimiento muy distinto, el consentimiento social que permite al depredador actuar con impunidad, que legitima la agresión. Eso también es “cultura de la violación”, el silencio de los otros que saben lo que pasa y que el agresor confunde con “un consentimiento” que no es el de sus víctimas, sino el de “la sociedad del machismo”.
Recuerdo el primer gol que metió Jenni Hermoso tras haber sido apartada de la selección por Montse Tomé, a su vuelta a los campos de fútbol después del caso Rubiales. Fue ante Italia, y el tanto de la delantera madrileña fue determinante. Ella lo celebró entre la rabia, la alegría y el abrazo de sus compañeras que corrieron a su encuentro a celebrar no sé si el gol o el que hubiera sido ella la que hubiera marcado aquel golazo. Y no me refiero solo al plano deportivo. Aquel abrazo, y estoy segura de que muchos otros que habrá recibido la jugadora en estos meses desde el 20 agosto, no han sido abrazos huecos ni vacíos. Fueron y son los abrazos de #seacabó, se acabó la impunidad y, sobre todo, la soledad. Esta semana que ya termina hemos sabido que el señor Rubiales tendrá que ir a juicio por aquel beso no consentido, pero también por presionar a la jugadora y su entorno para que el manto de silencio y complicidad que, posiblemente tanto le había protegido en otras ocasiones, tapara su abuso de poder, protegiera su libertad a pisotear voluntades, como es la de una mujer a besar o no en los labios a otra persona.
Hace cinco años, en un mes de marzo, se presentó en Euskadi una iniciativa (M5 Besarkada) contra el odio y el fascismo que propuso una abrazada de mujeres en las calles de Bilbao. El mensaje no puede ser más actual, el abrazo feminista une a los pueblos y planta cara al fascismo. El abrazo colectivo como símbolo, pero también como refugio. El abrazo feminista que abraza a las mujeres supervivientes y también a sus familias. Como dice Ana B. Pérez Villa en su blog Mujeres Rebeladas y en su texto 'Mujeres: el abrazo es nuestro', “Conozco a mujeres que abrazaría al instante, en cuanto las tuviera delante, mujeres con las que he conectado desde la primera conversación a través de un mensaje cruzado en una red social. Cuando las mujeres nos abrazamos me imagino una corona de fuego sobre nuestros cuerpos, la consecuencia de una fuerza superior, la que nos hace invencibles”.
Yo reconozco esos abrazos, unos los he dado y otros los he recibido. Esta misma mañana sin ir más lejos experimenté esa fuerza superior de sentirnos invencibles en la puerta de una sucursal de La Caixa en el abrazo con una mujer superviviente de la violencia machista de su ex, ese que ahora se niega a firmar la moratoria de su hipoteca que ella necesita para que no la echen de su casa (a ella y sus dos hijos). Nos sentimos invencibles al defender su derecho de poder solicitar con su voz esa moratoria, porque de lo contrario el banco será cómplice de la violencia económica que tanto daño la está causando.
Hay un enorme poder en el abrazo entre mujeres, en el abrazo feminista, sobre todo entre las diferentes, aquellas que nos reconocemos no por la afinidad sino porque identificamos las violencias y las injusticias que sufren las mujeres por ser mujeres. Como dice Angela Davis, “el feminismo es la idea radical que defiende que las mujeres somos personas” y en estos tiempos de lealtades irracionales, quizá es mejor un abrazo que un codazo. De hecho, lo es.
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