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“Ada, t'estimo molt”

La ex alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, en una imagen de archivo

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Cómo hemos cambiado, una de las más míticas canciones de Presuntos implicados, cuenta la historia de una amistad perdida sin saber muy bien por qué. Pasa a menudo que uno comparte vida con alguien que, de repente, sin motivo o con él, desaparece para siempre. Hay muchas razones por las que se busca poner tierra de por medio, romper abruptamente o simplemente tomar rumbos distintos. A veces el dolor por la ruptura lleva al despecho o la animadversión y otras simplemente se prefiere recordar los buenos momentos compartidos y olvidar todo lo demás. En política, donde las quiebras suelen ser abruptas, además de retransmitidas en directo por los medios de comunicación, suele ocurrir siempre lo primero. Y si la quiebra se produce además en el espacio de la izquierda a la izquierda del PSOE, no hay gratitud jamás. 

Todo es gresca, amenaza, descrédito o insulto. La larga lista de rupturas en Podemos daría para una docuserie de esas de fin de semana de sofá y manta en las que uno no despega la vista de la pantalla hasta que acaba el último capítulo. Aunque con los morados y el que fuera su fundador siempre habría material para una segunda, tercera y hasta cuarta temporada.

La penúltima damnificada del “conmigo o contra mí” que practica el ejército de fieles de Iglesias es ahora Ada Colau pero mañana puede ser cualquiera porque siempre hay un enemigo exterior al que combatir, al que culpar de los males propios o acribillar públicamente. La ex alcaldesa de Barcelona abrió esta semana la caja de Pandora tras hacerse público el acuerdo de investidura PSOE-Sumar, trascender que Podemos no conocía el contenido y desligarse sus dirigentes del acuerdo de legislatura. “Podemos ha firmado para ir juntos a las elecciones y debe cumplir, o no tendrá retorno en materia económica”, dijo la líder de los Comuns ante la posibilidad de que los morados no secundaran la alianza con los socialistas. Sus palabras sonaron a lo que eran, una amenaza en toda regla gratuita e innecesaria, a la que Iglesias respondió con fiereza que todo era producto de una “frustración autoritaria”. 

De autoritarismo van sobrados todos en ese espacio. Tampoco se salva la almibarada Yolanda Díaz, que esconde mucho más que esa imagen estomagante que proyecta en público. Las formas pueden ser distintas pero el fondo es el mismo. Implacable era Iglesias y, más inclemente aun, lo es la vicepresidenta en funciones. 

La intensidad del ruido que emiten quienes militan a un lado u otro no augura nada bueno para la legislatura que entra. Ya no se trata tanto de saber si la amenaza de Colau –dejar a los morados sin presupuesto– puede o no ejecutarse reglamentariamente, sino de cuándo saltará por los aires la relación entre el yolandismo y quienes aún militan en el pablismo, que, con sólo 5 diputados de 31, ya no puede imponerse en el grupo parlamentario como cuando tenía la condición de nave nodriza del espacio morado.

La estrategia de la líder de Sumar pasa por ignorar e invisibilizar todo lo posible a quienes fueron sus impulsores, la auparon a una vicepresidencia del Gobierno y la designaron sucesora de Pablo Iglesias. Y la de Podemos, defender la soberanía y los derechos económicos que adquieren los partidos cuando firman una coalición, además de hacer valer sus 5 votos cada día y en cada votación que haya en el Parlamento.  

El jolgorio de esta semana no será nada comparado con el que protagonizarán cuando llegue el momento de poner nombre a las carteras ministeriales que le correspondan a Sumar en la coalición de Gobierno. Si la líder de Sumar vetó a Irene Montero de las listas electorales, tampoco le temblará el pulso para dejar fuera del gabinete a todo lo que recuerde a Pablo Iglesias. Y ese será el momento de comprobar hasta dónde están dispuestos los morados a llevar su desafío , si competirán con marca propia o no en las elecciones europeas del próximo junio y si esa decisión podría motivar su expulsión del Grupo Parlamentario que lidera la hoy vicepresidenta en funciones.

Y todo esto entre compañeros y no hace tanto, sin embargo, amigos. Fue en marzo de 2021, no hace ni dos años, de aquello que dijo Iglesias sobre su hoy enemiga íntima de que “la gente de Podemos, la gente de Izquierda Unida, la gente de En Comú Podem, la gente de izquierdas de este país, tenemos que apoyar a Yolanda para que, si ella así lo decide, y si así lo quiere la militancia de nuestras organizaciones, sea la candidata de Unidas Podemos en las próximas elecciones generales y la primera mujer en ser presidenta del Gobierno de España”.

Con Colau, allá por diciembre de 2015, fue incluso más afectivo cuando en la Caja Mágica de Madrid durante el mitin central de una campaña electoral todo eran elogios con la ex activista antidesahucios. “Ada, t'estimo molt”, proclamó ante más de 10.000 personas. Eran otros tiempos y nada es eterno. Mucho menos en la vida de las organizaciones políticas.

Lo dicho: ¡Cómo hemos cambiado!

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