Alza los ojos
Puede sobrevenirme en cualquier momento un ataque de risa histérica. Debe de ser cosa de la proximidad de agosto, y de la certeza de que este año los pijus magnifcus no van a descansar –vaya, no lo están haciendo–, decididos como están, chapoteando en la miseria por nuestros votos, a convertir este verano en un invierno de nuestro descontento.
Me gustaría ser, me gustaría que fuéramos –la gente que me importáis, los que empezamos a mover las cadenas– capaces de hacer como algunos privilegiados visitantes del Panteon, en Roma. Dotados para elevar la vista y olvidar la realidad apelotonada de turistas, el aire denso de gritos de chiquillos y comentarios estúpidos y chasquidos de chanclas y silbidos de whatsapps. Me gustaría que olvidáramos a los falsos centuriones que fingen custodiar la entrada, y los caballos que sueltan boñigas sobre la antigua calzada de la plaza, y a los rubicundos bárbaros que se rascan la piel enrojecida, sentados en los escalones de la plaza, y que piden sangría con macarrones cuando por fin entran en un restaurante. Me gustaría ser como esos privilegiados visitantes del Panteon que saben abstraerse de la prosaica vía pública y colocan la vista en el ojo del cielo abierto en la cúpula, abiertos a olvidar todo lo que no sea esa belleza, esa esperanza, ese arte de piedra que la circunda.
El ataque de risa histérica tendrá que esperar. A pesar de lo mucho que invitan a calarse un colador a modo de sombrero, y salir trotando en busca de una terapia de grupo, las declaraciones que estos días sueltan nuestros prohombres –y no sólo del PP, lamento decirlo–, en su utilización del tema griego como… ¿Cómo qué? ¿Chantaje, amenaza, escarmiento? Lo más penoso de nuestro panorama es que va sobrado de gritos pero carece de interés. Quiero decir que por terrible que haya resultado lo de los alemanes, al menos me ha empujado a leer por primera vez, o volver a hacerlo, un montón de libros que les explican, algunos de ellos muy buenos, sobre su lugar en Europa, su forma de ser, su comportamiento antes y durante las dos guerras, su desdén de acero. Pero decidme, vosotros, qué demonios podemos leer para encontrar la razón de que Rajoy –cuya existencia como gran líder resulta ya de por sí difícilmente explicable– esté alimentando a su jauría con argumentos que avergüenzan a la decencia y ofenden a la inteligencia. Decidme a qué tratados, a qué manuales de ramplonería tenemos que atenernos para entender el nivel. El nibelungo, más bien.
Con este calor, además, parece que se les acentúan las zonas pútridas. Escuché la otra mañana, en la SER, a un tal Maroto, exalcalde de Vitoria, que ahora ostenta cargo de gran presencia, rabiando espumarajos contra el noble arte del pacto político, que le ha descabalgado, y amenazando con su apocalipsis a quien se atreva a seguir el ejemplo griego de, pese a todo, obrar con dignidad (esto último, comprenderéis, es mío).
Bien, miraré por encima, alcanzaré con el aliento esl ojo benévolo de nuestro Panteon, el cielo pese a los pesares, la cúpula que parece imposible de nuestras voluntades unidas.
Y a ver si nos las arreglamos para alcanzar la convergencia, la confluencia, la unión popular, lo que queráis. No queda otra posible si queremos que la arrogancia de la derecha retroceda y que la opisición principal recuerde en dónde se debería hallar la izquierda.