Has elegido la edición de . Verás las noticias de esta portada en el módulo de ediciones locales de la home de elDiario.es.
La portada de mañana
Acceder
Feijóo se alinea con la ultra Meloni y su discurso de la inmigración como problema
Israel anuncia una “nueva fase” de la guerra en Líbano y crece el temor a una escalada
Opinión - Junts, el bolsillo y la patria. Por Neus Tomàs

Amor y odio en los tiempos que vivimos

Una persona joven se asoma por la ventana. EFE/Brais Lorenzo/Archivo

2

Es un dato de la experiencia inmediata que la enésima ola de la pandemia está suponiendo una nueva vuelta de tuerca para la textura psicológica de todos nosotros. Hace meses alguna publicación especializada apuntaba a que más del cuarenta por ciento de la población española había consumido o consumía psicotrópicos. La tendencia no parece haber cogido la senda de la disminución, sino al contrario.

A la nueva ola viral le sigue de cerca otra ola de inquietud y presión psicológica, en parte de origen social externo, y en parte de etiología personal e interior, que debuta en un ambiente conflictivo que llega a teñir todo tipo de relaciones entre las personas.

Las fiestas con motivo de la Navidad y de la llegada del Año Nuevo han puesto a prueba nuestra capacidad de combinar las emociones de afecto, cercanía y amor, con las de hartazgo o miedo, en una rara mezcolanza que tiene de todo menos de neutralidad. La frase que más he escuchado estos días es la que invita con mayor o menos fortuna a relajarse, para así evitar conflictos mayores o peores.

En Zagreb, capital de Croacia, y enclave singular de los Balcanes, que si algo saben es de conflictos seculares e irredentos, existe el Museum of Broken Relationships. A todos los miembros de mi familia, desde el más pequeño hasta el autor de estas líneas, nos llamó la atención cuando recientemente tuvimos la ocasión de visitarlo; algo abonado ya estaba el terreno. Se trata de una invitación a entender y digerir los modos en que amamos y perdemos; gozamos y sufrimos. Es una iniciativa que ha creado escuela en algunas otras ciudades del planeta. No obstante, en esa maravillosa apuesta por la creatividad para superar los conflictos, eché en falta la absoluta necesidad de un comportamiento antropológico básico para no cerrar en falso una diferencia profunda, pelea abierta o trauma soterrado: el perdón.

El perdón es una actitud vital que surte efectos reales; es un sentimiento que anida en el centro de las pulsiones de culpa o afrenta, venganza o represalia, al que cabe anegar con nuevas andanadas de odio y frialdad que alimentan la rotura de las relaciones, o acoger con la generosidad que también vive en cada uno de nosotros.

Los psicólogos distinguen dos tipos de culpa o sentimiento de responsabilidad: la sana, que apunta a un estado de ánimo desagradable, pero justamente sano y estructurante, que sigue a la percepción de haber dañado algo que tiene valor o a alguien; se trata de un requisito pues predispone a resolver el conflicto.

Y la patológica, que encierra un tormento inútil para la mente; desproporcionado entre la causa y el efecto, para el que no es posible una reparación; que gira en torno a la autoestima. A veces se confunde con el sentimiento de vergüenza, que desplaza a aquella. No tener una referencia objetiva de la culpa nos lleva a un sufrimiento inconsciente, que multiplica el grado de sufrimiento psíquico difuso

A fuer de prácticos, porque esto va sobre todo de hacer, es necesario:

  • Querer perdonar.
  • Entender qué es perdonar.
  • Evitar equívocos: el perdón no es el olvido; no se trata de minimizar la ofensa; esto exige un recorrido como constatar la profundidad de la herida y los sentimientos que la acompañan, y reconocer que son más que legítimos.
  • La reconciliación no reconduce a la situación anterior.
  • No significar justificar al otro, pues tiene una responsabilidad que ha de asumir.
  • El verdadero perdón nunca humilla y es capaz de no reclamar constantemente al otro su posición de deudor.

La única salida efectiva del resentimiento es precisamente aprender a perdonar, mediante un recorrido que nos permita bonificar el pasado y dejarlo atrás, para no desperdiciar el presente, para no hipotecar el futuro.

Con demasiada frecuencia, apunta la terapeuta italiana Mariolina Cerrioti, nuestra actitud es la de cargar a los demás con la responsabilidad imposible de hacernos felices. Esta expectativa está presente, de una forma especialmente insidiosa, en las relaciones de pareja, en las que nos acompañamos para la gran aventura de la vida.

Podemos querernos, podemos estar orgullosos del otro, aconsejarnos mutuamente, consolarnos y soportarnos, pero nadie puede hacernos realmente infelices si nosotros no se lo permitimos, como nadie es capaz de vivir en el lugar del otro, ni de sustituirle en los desafíos que tiene por delante. El perdón es uno de ellos, podemos decidir si aceptamos o no esa batalla. Como advertía Max Scheler hace un siglo: los actos de amor y odio fundan todos los demás actos humanos.

A la protagonista de la película La mandolina del capitán Corelli le dice su padre: “El enamoramiento es un fuego que quema todo; el amor es lo que queda de aquel fuego… A lo mejor no parece muy entusiasmante, ¿verdad? ¡Pero lo es!”.

Etiquetas
stats