¿Qué aportó Gesto por la Paz?: reflexiones al hilo de su disolución
El 1 de Junio de 2013 tuvo lugar en la Plaza Circular de Bilbao el último minuto de silencio de Gesto por la Paz. Se acabó, no habrá más, por eso era difícil dejar de aplaudir porque sabíamos que aquella escena, tantas veces la misma, no se iba a repetir. Cierta nostalgia, inevitable, se unía a la alegría por lo que suponía su disolución. Una hora después, en el acto de clausura, el Teatro Campos lleno, en pie, con la piel erizada y lágrimas en los ojos aplaudía a Julio Iglesias Zamora, que en una muestra de valentía y generosidad quiso dar las gracias públicamente a todos aquellos que sin conocerle hicieron de su vida (o su muerte) algo propio y personal. Mi actividad profesional me permitió conocer Gesto creo que bastante bien. Conté con financiación del Ministerio de Educación para investigar la movilización contra la violencia en Euskadi, a lo que dediqué cinco intensos años, de 1993 a 1998. Descubrí que la protesta estaba extendida por la sociedad vasca y era bastante plural, social e ideológicamente; y encontré un conflicto social y político afrontado por la sociedad civil, que exigía y ejercería un protagonismo al margen de las instituciones políticas.
Pero, ¿qué podemos celebrar ante el cierre de Gesto por la Paz?
Si hoy en 2013: podemos pasear por Madrid, o por Zarauz, sin miedo a una bomba y sin escoltas; si gozamos de una representación política más plural en la que cualquier idea, como la independencia, ha pasado de ser un tabú (o un mantra amenazante) a una idea a debatir; si ha disminuido el miedo a las torturas y atropellos por parte de las fuerzas de seguridad, demasiado comunes entonces (por desgracia no desaparecidas completamente). Si gozamos de estas conquistas se lo debemos a muchas personas anónimas tanto como a quienes encontraremos en los libros de historia. Los de abajo, los que no tienen cargos ni son autoridad política, pueden influir; de hecho así ha sido siempre a lo largo de la historia, aunque sean pocos los intelectuales dedicados a mostrar este poder de los no poderosos. Fueron muchos los grupos pero los centrales en el periodo en que se produjo el cambio de rumbo fueron Gesto por la Paz y Elkarri. Gesto se disuelve en 2013; Elkarri cerró antes pero nunca despareció del todo convertido hoy en Lokarri, ejemplarizando lo mejor de la izquierda nacionalista comprometida con la paz. Gesto por la Paz es ejemplo del éxito de un movimiento social. Supo concretar una reacción social previa, le dio forma, continuidad, discurso e infraestructura, permitiendo su consolidación. Mi convicción es que con su irrupción desbarató el rompecabezas vasco. Agitó una sociedad aletargada entre el miedo, el odio y una pretendida indiferencia. Reclamó un espacio nuevo no contaminado. Repasemos algunas razones de su éxito.
En primer lugar, diseñó una estrategia de movilización adaptada al tipo de audiencia del que debía reclutar seguidores y al tipo de violencia que ETA desarrolló. Una sociedad en la que el componente simbólico y emocional es central y una violencia que contaba con solidaridad y respaldo social significativo. Sin comprender ésto no se puede entender ni la existencia de ETA ni el camino hacia su final. El profundo y extendido apoyo social a la actividad etarra hacía necesaria, además de medidas políticas, policiales y judiciales, una estrategia social. Fue en la cotidianeidad de los barrios y de los pueblos donde se creó y recreó esta violencia y su sustento. Sin desenredar la madeja de legitimidades y lealtades que ETA concitó, entretejidas en los círculos personales más íntimos y defendidas con la propia vida, no habría sido posible llegar hasta aquí. Por ello, la acción social era tan imprescindible como complementaria.
En segundo lugar, su discurso incluyente que identifica dos núcleos de responsabilidad de la violencia fue un acierto. Lamentablemente, tanta muerte por parte de ETA hacía que fuera dominante la expresión de su repulsa. Pero nunca dejaron de denunciar las muertes y abusos protagonizados por los poderes públicos, ni de censurar la Ley Antiterrorista, denunciar las torturas policiales, los juicios tímidos de los culpables o el encubrimiento de muchos de ellos por parte de las autoridades. Ello impidió que fueran vistos como cómplices de crímenes o atropellos y definió sus señas de identidad en la no polarización y la superación del enfrentamiento.
En tercer lugar, la selección de una estrategia discursiva de carácter simbólico, creando un marco de referencia de intensa capacidad comunicativa, facilitó la incorporación al grupo. Supieron realizar un diagnóstico, un pronóstico y un marco de motivación en los que muchos se sintieron identificados y convocados, lo que posibilitó el reclutamiento. Los símbolos: el silencio y el lazo azul, eran la expresión del contenido de un mensaje en el que todos se reconocían. La definición de sí mismos a la que muchos quisieron pertenecer.
Pero lo más importante para entender la repercusión de Gesto fue su estrategia de movilización, difusión y comunicación: los repertorios de acción. Su discurso no hubiera tenido tanto impacto sin una infraestructura de movilización eficaz. Las concentraciones recurrentes y periódicas, siempre en el mismo lugar y a la misma hora, fueron la forma, el continente que albergó el mensaje: quince minutos de silencio compartido cada vez que había un muerto y cada lunes ante un secuestro. La dispersión de las concentraciones facilitaba su seguimiento; todos sus potenciales seguidores tenían “a pie de calle” una movilización: al lado del trabajo, debajo de casa, en el camino a la oficina o al mercado, en la playa los fines de semana,... Sembraron el País Vasco de puntos de seguimiento posibles. Y ello facilitó tanto el reclutamiento como la comunicación hacia el exterior. “Todos” los veían, podían sortearlos, mirar para otro lado o cruzarse de acera, pero una vez tras otra, un día tras otro, estaban allí.
Y funcionó, reforzó la identidad de los protagonistas y afectó las fuentes de legitimidad de sus antagonistas, incluso determinó parte de la estrategia de movilización de la izquierda abertzale, recordemos las contramanifestaciones durante los tres secuestros encadenados (Aldaya, Ortega y Delclaux entre 1995 y 1997). De pronto, no era la izquierda abertzale, ni las instituciones políticas, quienes marcaban la pauta, sino la sociedad organizada en pequeños grupos. Dado que era en la vida cotidiana -en los vinos de los domingos, las reuniones familiares, los juegos de pelota o la recogida de los niños del colegio- donde se gestaban las redes que escondían el sustento de la violencia, era ahí donde había que actuar para reducir la impunidad. Provocar la deslegitimación de las lealtades que ETA consiguió pasaba por incidir en la vida social. “Ser visto” en la concentración por tu vecino, por el vendedor del kiosco de periódicos o la señora de la panadería; saber que se encontrarían al día siguiente y al otro, mirarse a la cara y seguir reivindicando la paz, dio como resultado que la lucha de Gesto se convirtiese en una movilización en sesión continua.
También colaboraron en la caída de muchos mitos. Que la calle era un feudo de la izquierda nacionalista, convicción sostenida por la violencia de unos y el miedo de otros, fue un mito derrumbado que marcó un nuevo camino. Se dirigían a todos y en todos dejaron huella: en los políticos y las administraciones, en la izquierda abertzale que apoyaba la violencia y en la que comenzaba a rechazarla; fueron incómodos para los gobiernos y para los que intentaban vivir como si no fuera con ellos. Su silencio se oía más allá de Euskadi mostrando que ni apoyaban ni consentían lo que cambió la imagen de la sociedad vasca en el resto de España.
En aquellos años Elkarri fue de gran ayuda. Siguiendo la estrategia de resolución de conflictos sus miembros potenciaron el diálogo social y generaron alianzas entre instituciones políticas. Convocaban talleres en los pueblos y Conferencias de Paz en las ciudades. Movilizaron posturas y conciencias y dieron una oportunidad a muchos que sin querer renunciar a su ideología ni a sus proyectos tampoco querían ser cómplices de quien mataba a sangre fría a un vecino. Facilitaron la desmovilización del apoyo a ETA en la izquierda abertzale radical. Sin la infraestructura de rechazo a la violencia creada por ambos grupos la reacción social de 1997 ante el secuestro y muerte de Miguel Angel Blanco no hubiera sido lo que fue. Elkarri merece un artículo por sí sólo, pero hoy mi deuda estaba con Gesto y a sus integrantes he querido dedicar mi artículo. Mi voz sólo puede ser de homenaje y mi contribución la de dar a conocer mi visión profesional de lo que, en rigor, creo que ha sido un éxito del que todos somos beneficiarios.