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Que arrojen a Franco al río Manzanares

El féretro de Franco no llevaba una bandera de España, como denuncia Iglesias

Antonio Maestre

Hoy, España es un país más digno, decente y democrático que antes de la exhumación de Francisco Franco. Eso es un haber que hay que ponerle a Pedro Sánchez y al PSOE si solo nos centramos en el hecho fundamental e histórico de la salida del genocida de Cuelgamuros. Ineludible e incontestable. Reconocerlo es necesario. Sin embargo, la forma en la que el proceso se ha llevado a cabo es una muestra más de la carestía democrática que aún sufrimos. El PSOE haría bien en escuchar y apartar su soberbia. En aceptar que actuó mal en algo que nos concierne a todos los que llevamos años derramando lágrimas sobre fosas desperdigadas por la geografía nacional. Escuchen a alguien alguna vez.

La exhumación de Franco ha provocado una algarabía y alborozo exacerbado en los ambientes socialistas. Forma parte de la psicología del militante de Ferraz considerarse los únicos valedores del avance progresista de nuestra democracia. Un adanismo exasperante que piensa que antes de ellos todo era un páramo democrático y que la labor previa de denuncia, lucha en las calles, trabajo memorialístico silencioso, investigación y lágrimas es algo de lo que apropiarse para considerarse los únicos valedores de la dignidad. No hubieran sacado a Franco de Cuelgamuros 44 años después sin la presión insistente de miles de voces que desde abajo lo exigen. Son un elemento más en la maquinaria de dignificación de las víctimas, quizás una pequeña y prescindible.

Si la prudencia, el respeto y la atención a las víctimas hubiera sido el objetivo fundamental de la acción del Gobierno, al menos habrían atendido a las protestas y lamentos que se sucedieron tras el acto de exhumación. Pero se prefirió considerarlo una campaña de rabia por no aceptar el protagonismo del PSOE en la decisión. Un reconocimiento involuntario de que ellos tenían que acaparar un protagonismo que no les correspondía. El único debería haber sido el de las miles de víctimas enterradas sin nombre en el panteón y de sus familiares que aún no han podido darles digna sepultura.

Son muchos los socialistas que han afirmado que gracias a la gestión de Pedro Sánchez por fin irán a Cuelgamuros, ahora que no está el sátrapa enterrado. Les sorprenderá encontrarse un lugar de exaltación fascista, aún lo es. Pero los que sí hemos visitado en multitud de ocasiones Cuelgamuros para ser conscientes de la barbaridad que es su presencia en nuestra democracia, con Franco dentro pero también sin él, tenemos como referente las palabras de otro eminente socialista. De aquel que tendría que marcar el camino de los que ahora pertenecen al PSOE. Una de esas personas que formó parte del partido y tendría que ser referente. Max Aub también era socialista, ingresó en el partido en 1928 y tuvo que huir exiliado tras el final de la Guerra Civil.

Aub es uno de los grandes olvidados de la literatura española. Solo pudo volver a España en 1969 en una vuelta agria que le afectó de manera dramática hasta convertirlo en un magnífico libro de reprimenda nacional llamado La gallina ciega. Cuando Max Aub llegó a España, les pidió a sus acompañantes visitar el Valle de los Caídos, algo que no comprendieron sus amigos, que reaccionaron con quejas por su extraña petición. Aub explicó: “No quiero ir en homenaje de para quien se levantó, sino en el de los que lo levantaron. De los miles de prisioneros de guerra, de los miles y miles de republicanos españoles, de los soldados del ejército republicano que erigieron aquello, trabajadores forzados… lo menos que puedo hacer es plantarme frente a ello”. A esos orgullosos militantes no les vendría mal leer a Aub. No se es más digno por ir ahora cuando el genocida ya no está.

Estos días hemos tenido la sensación de que muchos de los que pretenden callar a los que consideran que se han hecho muchas cosas mal acaban de llegar a la militancia memorialística. Porque es una militancia. El comportamiento de los que no han aceptado la crítica a los errores de la exhumación muestra la pervivencia mística del franquismo sociológico en España. De verdad no lo entienden, no conciben que lo que allí pasó supuso un error. Porque incluso cuando se hace un acto de reparación, se ve normal que el dictador saliera en hombros de sus familiares, con un escudo de un Ducado ignominioso que llevaba la más alta honra militar desde la Guerra de Independencia, concedida por Franco a sí mismo. No ven mal que la corona llevara cinco crespones con la bandera de todos los españoles representando las cinco puntas de Falange. Ni que acabaran el acto con Vivas a Franco en el único lugar de España donde no está permitido realizar actos de exaltación al franquismo según el artículo 16.2 de la Ley de Memoria Histórica. Una legalidad democrática que el mismo Gobierno se empeña en denostar al no actuar contra la familia aun siendo conscientes de la ilegalidad manifiesta producida ante la notaria mayor del reino. Esperemos al menos que la notaria mayor del reino también haga que se cumpla la sentencia firme que la familia Lapeña lleva años esperando que se ejecute con la negación impune del prior de la Abadía.

Son afrentas que las víctimas disculpan porque han perdido tantas veces que en su magnanimidad jamás incidirán en los errores, porque celebraban su primera victoria. Hacen bien en disfrutarla. Sus quejas son solo notas al pie de una victoria histórica. Que es suya, de nadie más. El protagonismo mediático para quien quiera patrimonializarlo. Algunos seguiremos perdiendo nuestros días libres en silencio compartiendo emoción junto a Marco, Emilio y tantos otros que llevan años dejándose las uñas en la tierra seca de los márgenes de cementerios improvisados.

Hoy España es mejor. Pero no es digna. No todavía, no aún. Franco descansa en Mingorrubio y es visto como una solución aceptable considerando de dónde llegó volando. Hemos mejorado, pero estamos lejos de habernos dotado de una cultura de memoria democrática digna también en lo que respecta a honras funerarias. El próximo 20 de noviembre El Pardo volverá a ser un lugar de peregrinación fascista. La solución digna, la justa, la reparadora es la que lleva años proponiendo el Centro Simon Wiesenthal: eliminar sus tumbas, quemar los restos y arrojarlos al río sin indicar el lugar. Limpio y democrático.

Los restos de Adolf Hitler fueron quemados y en aquel lugar ahora hay un parking y un columpio para los niños. Los de Hermann Göring fueron arrojados al río Isar desde un puente de Münich. La tumba de Reynhard Heydrich es una piedra sin nombre casi imposible de encontrar en el cementerio de Invalidenfriehof (Berlin). Las cenizas de Adolf Eichmann fueron arrojadas a aguas internacionales por una nave de la armada israelí que salió del puerto de Jaffa. El cadáver incinerado de Joseph Goebbels fue arrojado al río Bideritz desde Schweinebrücke. Pulcritud germana.

Sáquenlo de Mingorrubio y arrojen a Franco al río Manzanares. A un lugar indeterminado, que sirvan sus cenizas para renaturalizar el cauce. Lo mismo que hay que hacer con el Valle de los Caídos tal y como pide Nicolás Sánchez Albornoz: que sea la naturaleza la que lo resignifique pudriendo la cruz hasta hacerla caer en pedazos y que sus restos sean la memoria viva de la muerte de sus responsables.

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