El tal caos resultó ser esto
“¡Eso sería el caos!” y echarse uno las manos a la cabeza. Caos y desesperación van unidos, así nos lo enseñaron y realmente así pensamos o sentimos la mayoría, tememos al caos. Un orden u otro, pero la ruptura o la falta de orden nos produce ansiedad. Y el caos es confusión y desorden, justamente lo que se vive hoy en el Reino de España.
Reina la confusión porque el PP se niega a reconocer la profunda corrupción en su partido, con unas responsabilidades que llegan al Gobierno y a su presidente. Por tanto, pone a la sociedad en una situación absurda: tragar lo imposible. “Quienes tienen el poder niegan lo que está a la vista y ven nuestros ojos”. Confusión porque, de modo más general, aparece la corrupción como el verdadero modo en que ha funcionado nuestra sociedad todas estas décadas, la pátina de formalismo administrativo y político ocultaba la verdadera cara de una sociedad informal hasta el grado de corrupción.
Todos esas denuncias de pequeños y grandes delitos bajo el rótulo de “corrupción”, concesiones amañadas con empresas, de enchufes masivos o individuales, de desvío de fondos... son el pan de cada día. A través de los medios de comunicación, con el espectáculo de los mil escándalos de corrupción, la sociedad española está haciendo un rito de expiación de sus pecados.
Todos esos concejales, consejeros, ministros, empresarios grandes o pequeños... son gente demasiado parecida al espectador escandalizado por todos esos delitos o corruptelas. La sociedad española se construye en general sobre las relaciones y los pactos personales y el intercambio de favores, el “enchufismo” es la expresión administrativa de esa cultura social y el “yo te autorizo esto y tú me das a cambio” es su expresión política.
Y mientras nos funcionó, o fue tirando la cosa, no perdimos mucho tiempo en protestar, pero vino la crisis y nos desesperamos, y necesitamos que rueden cabezas de los culpables de nuestras desgracias. Y, bueno, quienes tienen verdaderamente el poder, alguna cabecita entregarán para contentarnos.
Alguien tiene que pagar, y ahí están esos que pasan por los juzgados ante las cámaras, pero lo cierto es que la crisis ha aumentado la distancia entre los más ricos y los más pobres de un modo muy claro.
Por otro lado, seguramente sea cierto que esa purga moral consiga que durante un tiempo, mientras la cosa no vuelva a marchar con alegría, la sociedad sea más exigente y vigilante con la corrección en las conductas públicas. Puede que un efecto secundario de la crisis sea que la sociedad española revise su moral social y sea menos indulgente y más exigente consigo misma, al menos durante un tiempo. Pero por ahora el expectáculo expiatorio crea la sensación de que la administración del estado y la vida pública son un caos desagradable.
Y además de confusión hay desorden, porque se rompió. El orden democrático se basa en el cumplimiento de unas leyes y reglas, pero cuando quien gobierna rompe las reglas, todas sus leyes son ilegítimas democráticamente. Y eso es lo que hizo Rajoy al llegar al Gobierno. El recuento de los ministros y ministras de este Gobierno es de por sí alucinante, hay cinco o seis Gobiernos que por sí solos harían quedar mal a un Gobierno, y lo han logrado en el primer año.
La crónica del modo tan antidemocrático en que han gobernado es censurable aunque no sorprendente, y buena parte de las leyes y decretos que han aprobado con su mayoría absoluta son escandalosos. Pero todo eso se suma a lo esencial: el engaño para conseguir gobernar, una verdadera estafa electoral. Sabían perfectamente que aquello a lo que se comprometían, su programa electoral, era una promesa que pensaban incumplir, de modo que hicieron una estafa política. Incumplieron las reglas básicas del juego político en que hemos participado. Y romper las reglas, el orden, es crear caos.
Confusión y desorden en una mezcla peculiar que da un caos asfixiante, esto en lo que transcurre cada día envueltos en mal humor y violencia contenida. Resultó que los que se dicen partidarios del orden trajeron caos y, aunque queramos, no conseguimos escapar de este espectáculo de ineptitud e indignidad política por un lado y desnudamiento de la corrupción por otro lado. Al principio tuvimos curiosidad por conocer todas esas desvergüenzas y a algunos de esos sinvergüenzas, luego fue llegando el hartazgo, pero finalmente sentimos hastío y nos va pesando una tristeza enorme. Un caos muy triste éste.