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En la Catalunya de los dos tercios

Debate de RTVE para las elecciones del 14 de febrero.

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Entre la fatiga pandémica y la fatiga electoral, todo es posible. Ha empezado la campaña y casi el 40% de los catalanes se mantiene indeciso y seguramente no decidirá su voto hasta un par de días antes de que se instalen las urnas. Así que el 14F abre grandes interrogantes sobre el futuro de Catalunya y también de España. Lo que pase allí y, sobre todo, la posición que obtenga ERC en el tablero catalán influirá en la estabilidad del Gobierno de Sánchez. Los republicanos ya han emitido señales inquietantes para La Moncloa y, si Junts mantuviese la hegemonía del independentismo, dan por seguro que sus hoy socios preferentes darán una patada al tablero parlamentario.

Los primeros debates electorales entre candidatos parece que dejan poco margen para las alianzas postelectorales, pese a que nadie sumará los 68 escaños que otorgan la mayoría absoluta, con lo que algunos ya hablan incluso de bloqueo y una posible repetición de las elecciones. La campaña es un todos contra todos. Junts contra ERC. ERC contra el PSC. Los comuns contra el PSC. El PP contra Cs. Cs contra Vox y Vox contra el PP.  Con todo, el aspirante socialista se ha convertido en blanco de todas las críticas, pese a que quienes saben de demoscopia aseguran que el “efecto Illa” ha sido exagerado y que el margen para hacerse con la primera posición es mínimo.

Si algo tiene Salvador Illa es que no entra al trapo de los ataques del independentismo ni del mal llamado “constitucionalismo”. Por su talante y porque en “la Catalunya de los dos tercios” -expresión acuñada por José Pablo Ferrándiz, Investigador Principal de Metroscopia y profesor en la UC3M- que parece haber salido del bucle del procés, hay que andarse con cuidado para no cometer errores que puedan inflamar los ánimos, inclinar definitivamente el tablero del lado del contrario o impedir entendimientos de futuro. Al fin y a la postre, el marco dicta que la mesura, el diálogo y el pacto son más necesarios que nunca, aunque en campaña no haya el menor atisbo de encuentro.

Lo importante en estas elecciones respecto a las de 2017, y en eso coinciden todos los analistas, es que el clima, pese a la pandemia, es mucho más relajado y que la cita no se ha planteado como un plebiscito sobre la independencia, más allá de que la candidata de Junts se haya descolgado con la promesa de una segunda DUI (Declaración unilateral de independencia) si los de Puigdemont logran ser primera fuerza. Un nuevo callejón sin salida al que sus socios de ERC no están dispuestos después de haberse caído hace tiempo del caballo de la unilateralidad y subido al carro del independentismo pragmático.

Si en Catalunya hay dos tercios de ciudadanos que creen que el procés fue un episodio negativo, dos tercios convencidos de que hay que abandonar la vía unilateral y dos tercios críticos con la gestión del actual Govern, como detectan las encuestas, quiere decir que los catalanes, independentistas o no, han pasado página y no creen ya en las falsas promesas de quienes les anunciaron imposibles como la de una Catalunya independiente en 24 horas. Hoy las prioridades son otras, incluso en una parte del votante de ERC, que preferiría además un Govern integrado no solo por fuerzas independentistas. Que el PP no gobierne España ha ayudado también a desinflamar el ambiente.

Si la demoscopia no se equivoca en esto de la necesidad de acuerdos transversales para avanzar en la política territorial, resulta difícil creer que Junts haya arrebatado en las últimas semanas a ERC la primera posición que mantenía en todos los sondeos y que lo haya hecho además con una candidata como Laura Borrás, que promete más de lo mismo y está imputada por falsedad documental, fraude, prevaricación y malversación de caudales públicos.

Sea como fuera, todos hablan de un pódium abierto entre los dos socios del Govern y el PSC que tras el 14F obligará a buscar alianzas de las que hoy nadie quiere hablar. A excepción, claro está, del desesperado candidato de Ciudadanos, que anda implorando por los platós que Illa descuelgue el teléfono para que los naranjas puedan formar parte de una entente de unionistas y los naranjas eviten así el abismo en el que se encuentran ya, después de que más de la mitad de su electorado le haya dado la espalda definitivamente y no vea en ellos ningún aliciente.

Pues aun así, en la Catalunya de los dos tercios, no hay un solo candidato que ofrezca respuestas claras sobre con quién sí y con quién no está dispuesto a gobernar. Y eso que las opciones que dibujan los sondeos son claras: o hay un nuevo Govern independentista o hay uno de fuerzas transversales. Un Ejecutivo en minoría, ya sea presidido por los ex convergentes, los republicanos o los socialistas tampoco se descarta aunque resulte complicado a tenor de los vetos cruzados durante al campaña.

El caso es que Catalunya sigue en un laberinto que añade incertidumbre al Gobierno de Sánchez, a quien le iría mucho mejor un president de ERC -con apoyos puntuales de los socialistas y los comunes- que no acabase con la colaboración y el apoyo que los republicanos le prestan en Madrid. Y es que si Junts mantiene la posición hegemónica del independentismo, obligará a ERC a endurecer sus posiciones en la Carrera de San Jerónimo y reconsiderar su condición de socio prioritario de la coalición PSOE-UP, lo que arrastraría a Sánchez a una insoportable geometría variable en cada votación del Congreso. Con Aragonés en la Generalitat, a los inquilinos de La Moncloa les iría mucho mejor. Tanto, que a estas alturas ya nadie oculta que Illa fue más una apuesta de futuro que una realidad inmediata para el próximo Govern, más allá del desbordante entusiasmo político-mediático que desató cuando se conoció su candidatura.

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