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Más chulo que un Rato

Algo debe de pasar en la cárcel que cambia la mirada de los presos. A su salida ya no son los mismos, ven el mundo de otra forma. La cárcel les transforma como esos programas de televisión en los que entra por una puerta un medroso oficinista y, tras la intervención de los estilistas, sale una estrella del rock. Algo de eso ha debido de pasarle a Rodrigo Rato, que ingresó el 25 de octubre en Soto del Real quejumbroso, desorientado y pidiendo perdón a los ciudadanos por los errores que pudo cometer, y se ha presentado en el juicio por la salida a Bolsa de Bankia como el tipo que siempre fue. Con esos aires de suficiencia que ni el cese que teledirigió su antiguo pupilo, Luis De Guindos, ni la mano por la nuca que le echó Cristóbal Montoro, por obra de un agente de aduanas, le hicieron nunca perder.

En la sala de vistas vimos al Rato que despachó en el Congreso la tragedia que sufrieron miles de pequeños inversores, la mayoría ancianos que perdieron buena parte de sus ahorros al seguir el consejo del director de la caja en el que habían confiado toda la vida, con una media sonrisa y una frase impregnada de lo peor del capitalismo salvaje que solo es aceptable si se aplica al ya retirado Rosendo: “Es el mercado, amigo”.

El Rato que, cuando en el Parlament fue preguntado por el diputado de la CUP David Fernández, alpargata en ristre, si tenía miedo, mostró todo su desprecio levantando el índice, vacilón, y devolviéndole dos preguntas a quemarropa: “¿A quién? ¿A usted?”. El que unas horas antes de pedir perdón y cambiar su mirada para siempre zanjó cualquier especulación sobre su entrada en prisión con un cortante “mañana entro y sanseacabó”.

El Rato alfa quiere morir matando y lo demostró en la forma y en el fondo. Con el tono que utilizaba para apabullar a sus rivales políticos en la bancada del Congreso, interrumpió a la fiscal Anticorrupción, Carmen Launa, se permitió corregir sus preguntas, le explicó conceptos económicos con el paternalismo que un catedrático de universidad dedica a una alumna de primer curso y hasta le pidió que dejara de hacerle perder el tiempo. “Si hubiese tenido una bolita de cristal y llego a saber que usted me lo iba a preguntar en 2019, siete años después, lo hubiera incluido”, le llegó a decir al ser preguntado por qué no tuvo en cuenta el informe negativo que le entregó una consultora.

Esa chulería del barrio de Salamanca que destila Rato en cada gesto y en cada palabra no se ha cultivado nunca mejor que durante los ocho años de aznarato y en ningún partido con tanta fruición como en el PP de Madrid. El hombre que ya no espera más milagro que el de la Justicia se explayó tan sobrado en su declaración que incluso se permitió cuestionar la eficacia de los anuncios de televisión que Bankia encargó antes de su salida a Bolsa. “Tengo muy serias dudas de que una persona compre acciones por un anuncio de televisión”, dijo. Pero por esos anuncios que ahora considera inútiles, alguien debería habérselo recordado, Rato está imputado en la causa que se sigue en los juzgados de Plaza de Castilla. El juez sospecha que las empresas que se adjudicaron las campañas con las que la entidad financiera se lanzó al mercado le pagaron comisiones ilegales por ser las elegidas.

El contenido de la declaración de Rato, que no ha hecho más que comenzar, es un gigantesco ajuste de cuentas en todas direcciones. Empezando por el Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero, al que atribuyó la fusión de Caja Madrid, Bancaja y otras cinco cajas de ahorros, a cuyos dirigentes se refirió como “los señores de Canarias, Ávila o Segovia”. Ellos adaptaron la normativa europea a la española e incrementaron las exigencias de capitalización, lo que obligó al Consejo de Administración de Bankia a colocar a sus clientes las acciones que a los pocos meses se desplomaron.

Al Banco de España le endosó, hasta caer en la contradicción, la supervisión de todos y cada uno de los pasos que se fueron dando hasta el desastre final; a la Comisión Nacional del Mercado de Valores la aprobación del folleto de salida a Bolsa; y a los auditores que avalaran, sin prácticamente hacer salvedades, unas cuentas que luego tuvieron que ser reformuladas. Y cuando se le acababan las respuestas, Rato decía que las cuestiones concretas eran cosa de los técnicos.

Pero el remate definitivo es el que está por venir en las próximas semanas, en cuanto Anticorrupción sustituya a la fiscal, cuya baja por enfermedad ha provocado el aplazamiento del juicio. Es la venganza que el principal acusado del caso Bankia reserva a sus enemigos íntimos de partido. Dejó una primera perla al avanzar que su cese fue “una decisión política” –“a mí me destituyó el presidente del Gobierno”- y se encargó de recordar que cuando De Guindos dijo que el sector necesitaba más de 60.000 millones, las acciones de todos los bancos empezaron a caer. Solo era un avance porque habrá ampliación. Con su mirada carcelaria, dejó en el aire una frase sobre aquellos días de mayo de 2012 en los que fue arrojado a los infiernos: “De todo eso ya hablaremos”.