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Ciberopinión: desinformación y manipulación en la red

Israel abre una investigación a Facebook tras el caso de Cambridge Analytica

Imma Aguilar Nàcher

No somos idiotas. Así es como nos sentimos los usuarios de Facebook cuando aparecemos como víctimas de terribles manipulaciones por parte de las campañas políticas como la de Donald Trump o el Brexit. Porque, curiosamente, son las dos campañas que se han visto involucradas en el escándalo de Cambridge Analytics y Facebook. Dos campañas que acabaron con un resultado inesperado y no deseado en el marco establecido por lo institucional.

Cada día nos llegan anuncios comerciales segmentados a nuestros intereses para intentar crear, impulsar o modificar nuestra intención de compra. No sé por qué es peor que nos lleguen anuncios electorales o políticos para intentar moldear o cambiar nuestra intención de voto. Si nos parece mal lo segundo debería parecernos igual de palmariamente mal lo primero. La publicidad política, también conocida como propaganda, pretende lo mismo que la publicidad comercial: moldear nuestras opiniones para el voto o para la compra.

La política, acompañada por la tecnología digital y en red, está virando hacia un mayor conocimiento del electorado en lo que ya es una campaña electoral continuada y no solo ejercida en épocas de elecciones. Conocer bien los deseos, los miedos, las necesidades o las percepciones de los ciudadanos es la clave para poder ejecutar políticas asentadas en las demandas reales de los ciudadanos. No tiene ningún sentido que miles de personas se manifiesten en la calle y no haya una permeabilidad hacia los debates en el parlamento sobre esas demandas que se claman en las movilizaciones. La microsegmentación de públicos nos permite categorizar perfiles sociodemográficos diferentes que se comportan de maneras muy distintas, y que demandan a la política soluciones también diferentes. Sería deseable que los gobiernos y los partidos políticos tuvieran información en tiempo real de lo que se demanda entre los diferentes públicos. Es lo que podríamos llamar una política de las personas.

La obtención de datos de cada uno de nosotros tiene una vertiente legal y una vertiente moral o personal. Todos nosotros comunicamos a diario muchos de nuestros gustos y de nuestras necesidades, de en qué lugar nos encontramos, qué hacemos y con quién. La mayoría de esos datos los compartimos sin pudor y conscientes de que los hacemos públicos. Ese exhibicionismo que nos permiten las redes sociales es utilizado por empresas, por gobiernos, por centros de inteligencia y por partidos políticos. Las leyes de protección de datos ponen puertas a ese campo en el que estamos todos y cada uno de nosotros.

Por supuesto que es un debate importante y necesario el de la legitimidad y la legalidad de la obtención de los datos que, por cierto, se gestiona de formas distintas según los países, y que de poco sirve si nos referimos al cibermundo, el mundo globalizado de la red. Pero hay otro debate extremadamente grave que, a mi entender, es el más relevante: el del uso de esos datos y su finalidad. Ese debate no pasa por el ancestral tema de la manipulación de las intenciones de voto, tan antiguo como los tiempos. La persuasión política consiste precisamente en eso, en tratar de convencer para votar a una u otra opción política. Dejemos de pensar que el electorado está narcotizado y no tiene criterio. El verdadero debate en este ámbito es el de la mentira, el bulo, la desinformación. Si el uso de los macrodatos se emplea para crear y difundir mensajes masivos con mentiras, entonces estamos hablando de delitos y de un problema de “ciberlibertad” a gran escala.

En el reciente escándalo de Facebook, el problema no está sólo en el mensajero, o el intermediario, sino en la toma fraudulenta de obtener los datos y en el ataque directo al corazón mismo de un derecho fundamental: el derecho a la información. Cabe ahora señalar a los responsables, pero no demonizar a nuestro nuevo modo de vida: el de las redes sociales y lo que ello conlleva en nuestras nuevas maneras de relacionarnos, consumir y de tomar la decisión del voto. Porque si la propaganda, mala y buena, ya existía antes de Facebook, no puede ser Facebook el problema. ¿Quién es el beneficiario real de esta actuación?

El caso del que hablamos es precisamente un ejemplo de una espiral de desinformación, una campaña de miedo a las redes sociales pero, sobre todo, un ciberataque a la compañía que más miedo y desestabilización de sus modelos de negocio da a las grandes compañías, que tiemblan por la posibilidad de que plataformas y nuevas empresas les puedan barrer del mercado. ¿Se acuerdan de la noticia de que las transacciones bancarias podrían llegar a hacerse por Facebook?

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