Cifras y letras para una investidura
Va de la repetición de palabras. Empleo, salario, vivienda como derecho, igualdad, transición ecológica, convivencia y concordia entre los pueblos de España. Las palabras de Pedro Sánchez al aceptar este martes el encargo de reunir la mayoría suficiente para su investidura no son exactamente las mismas que las de Ernest Urtasun cuando expresaba, este lunes, que Sumar y el PSOE aún estaban lejos del acuerdo: reducción de la jornada laboral y regulación del despido, aumento del salario mínimo interprofesional, ley de cuidados, reducción de emisiones para 2030, ampliación de lo que quedó sin abordar en la ley de la vivienda. No son las mismas, pero riman, como rima la vocación de ampliar, perseverar o completar la superación de la discordia. Y eso es señal de que, pese a todo, y también pese a la lentitud o parsimonia del PSOE, muy dado a apurar los plazos hasta el final, todo apunta hoy a que no sólo habrá Gobierno, sino legislatura. Y una legislatura no exclusivamente de índole territorial: una legislatura que será social o no será.
Pasaremos las próximas semanas comentando cómo todos sueñan lo que son y ninguno lo entiende: asistiendo a diversas estrategias de escenificación o teatralización del diálogo, de puesta en escena de su cercanía o lejanía. A pesar de todo, la realidad es tozuda, por más que muchos conservadores se empeñen en permanecer incrédulos. Repetía Feijóo: el señor Sánchez tiene hoy menos votos que hace un mes. Pero los votos para la conformación de la Mesa del Congreso fueron los que fueron: 178 votos para Francina Armengol y 139 para Cuca Gamarra, incapaz entonces de reunir en disciplina la derecha ni siquiera a su propio bloque.
En la prensa, Narciso Michavila, de GAD-3, se empeña en la misma mentira: afirmar que la derecha estuvo a nada de ganar, a tres escaños, perdidos por una supuesta mayor eficiencia estratégica del voto de la izquierda. Pero no es cierto. Fueron 597.987, por la división en circunscripciones provinciales, los votos de Sumar que no lograron ningún escaño, que no sirvieron para obtener representación: en el caso de Vox, la cifra se reduce hasta los 486.910. Más de cien mil menos. La suma de votos de los partidos que votaron a favor de Armengol llega casi a los doce millones y medio: derrota que la derecha, aún hoy, es incapaz de digerir.
Volvamos a las letras. En la rueda de prensa, una palabra sin pronunciar: amnistía. Y es probable que, más allá de quienes ya la hemos defendido —por convicción y no por oportunismo— como vía para abrir una nueva etapa, incluso como bien mayor patriótico, tardemos todavía en oírla, y que cuando la oigamos ese paso sea para sus actantes irreversible. La exigencia de la coherencia absoluta sólo funciona, paradójicamente, en el presente; mucho menos a toro pasado. Es por eso por lo que Sánchez insiste en atacar al Partido Popular de Feijóo por inconstitucional —al obstruir la renovación del CGPJ— y Feijóo responde apelando simultáneamente a la potencial inconstitucionalidad de las reformas que imagina partiendo del PSOE. Es por eso por lo que Felipe González, al pasar del “OTAN, de entrada, no” al “Vota Sí [a la OTAN] por España”, de 1982 a 1986, es hoy para la derecha un patriota, un hombre de estado, y no un felón ni un ilegítimo. Son, en ambos casos, más teatros que realidades.
Lo que a día de hoy todavía falta es negociar una realidad común. Lo imposible, en cualquier caso, es disolver el pueblo y elegir a otro, a la manera de aquel poema de Bertolt Brecht. De ahí que crea que se equivocan quienes auguran una legislatura de duración corta, un Gobierno casi como disposición transitoria, una tirita: en la radical contingencia de las cartas repartidas radica su potencia de transformación.
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