Los cinco jinetes de la antipolítica en el Congreso
El Partido Popular nos ha regalado un desbordante episodio de antipolítica durante el debate y votación de la reforma laboral. Es táctica habitual de la ultraderecha sembrar el caos para desacreditar el parlamentarismo y enmarañar la política con sus trampas. Hemos descubierto que el más atrapado en esa maraña es el PP. Estas fueron sus cinco formas hacer antipolítica el jueves:
1.- No aceptar el resultado de una votación. Las reglas parlamentarias se basan en un respeto escrupuloso a las votaciones, por eso el procedimiento del voto está estrictamente recogido en todos los parlamentos, hasta en sus aspectos más pedestres. Por ejemplo, en el Congreso el presidente/a de la Cámara pide a los ujieres que cierren las puertas, antes de dar comienzo a la votación. Parece un capricho doméstico (“cierra, que hay corriente”), pero si no se cierran, no se vota. Es una garantía y sacraliza el momento. La democracia es sublime, se sustenta en hermosas ideas abstractas, como la voluntad popular, la representación, la igualdad de todos los ciudadanos. Pero también es prosaica, y en su versión más prosaica deviene simple aritmética, justo a la hora de las votaciones. Puedes tener las ideas más generosas y el espíritu más noble: si te falta un voto, pierdes. Si lo tienes, ganas. Punto.
2.- El mal perder. La aceptabilidad de la derrota forma parte esencial del credo de cualquier demócrata: es la aritmética sublimada; una idea abstracta que se hace mundana en cada votación. No hay democracia digna de ese nombre en la que no ganen a veces unos y otras veces, otros. Si no es así, como ocurría en México, donde durante más de setenta años ganó siempre el mismo partido (el PRI), una democracia lo es menos. El mal perder del PP se ha desbocado desde 2019, hasta el punto de considerar ilegítimo al presidente del Gobierno elegido por el Congreso. Y esa deslegitimación, lejos de desgastar al Gobierno, está haciendo trizas la institución parlamentaria. Tener mal perder equivale a rechazar lo que han votado los ciudadanos, porque la democracia será imperfecta, pero las alternativas son mucho peores.
3.- Endilgar los errores de un partido al Congreso de los diputados. En lugar de admitir que el diputado Casero se equivocó al votar, el PP afirma que el error fue informático. Es muy grave: atribuir el error al Congreso significa poner en cuestión el sistema de votación digital, es decir, la herramienta gracias a la cual confiamos en el rigor del procedimiento de las votaciones. Si todos los grupos desacreditaran la herramienta informática cada vez que pierden, ¿qué ocurriría? Sencillo: los ciudadanos acabaríamos desconfiando del sistema. Como diputada que he sido, me he equivocado, al menos que yo recuerde, en una ocasión: durante la votación de 3.000 enmiendas de unos Presupuestos Generales del Estado de Rajoy. El parlamentario que nunca se haya equivocado que tire la primera piedra. Con la misma contundencia afirmo: todo diputado sabe que, una vez pulsado el botón -sea presencial o telemático-, no hay vuelta atrás, así hayas votado a favor de resucitar a Hitler tú misma practicando la respiración boca a boca a su extraviada calavera.
4.- Evitar que el Congreso pueda resolver por sí mismo la situación. Al recurrir el resultado de la votación y el fantasmagórico error ante el Constitucional, aun sabiéndolo perdido de antemano, el PP y Vox vuelven a sembrar desconfianza. El Congreso cuenta con su reglamento, su Mesa, su Junta de portavoces, su secretario general, sus letrados. Todos ellos -políticos y juristas- están encargados de resolver los conflictos que se suscitan en el día a día. El TC es una garantía adicional y extraordinaria, no el recurso al pataleo de los malos perdedores. Utilizarlo, sabiendo que no hay, ni por reglamento ni por precedentes, posibilidad alguna de ganar, transmite que la Cámara no funciona, que algo va mal. Suscita dudas sobre la institución y quienes la dirigen, que son al fin y al cabo los propios diputados. En suma, la menoscaba.
5.- Degradar el “voto en conciencia” al tacticismo: el no va más en la siembra de desconfianza. Lo hizo el PP al romper otro partido, en este caso UPN, atrayendo a sus diputados a la posición popular, sin que ellos dejaran de invocar sus convicciones y bla, bla, bla. A lo largo del jueves los dos parlamentarios de UPN aseguraron a periodistas, diputados y miembros del Gobierno que votarían a favor de la reforma laboral, como les pedía su partido, a pesar de no compartirlo. En vez de anunciar su verdadero voto y explicarlo, engañaron a todos para privar al gobierno de su legítima capacidad negociadora, en una maniobra evidentemente pactada con el PP. De la libertad de conciencia pasaron al barro del tacticismo cutre. Todo ello, con la pequeña excusa de los derechos y los salarios reales de 20 millones de trabajadores. No se me ocurre una forma mejor de rematar el glorioso día del PP al servicio de la antipolítica.
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