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La cochambre

Mariano Rajoy recibe el aplauso de su grupo parlamentario su discurso durante el debate de investidura de Pedro Sánchez.

Jesús Cintora

España, señalado como uno de los países más machacados por la corrupción. Autoridades judiciales que deben luchar contra los corruptos, sospechosas de protegerlos. El presidente del Gobierno, llamado a declarar ante la Justicia por presuntas corrupciones en su partido. El partido del Gobierno está imputado… Podríamos seguir con estos “casos aislados” hasta el final del artículo, pero todo es falso “menos alguna cosa”. ¿Qué puede salir mal?

La delegada del Gobierno en Madrid, responsable de la seguridad en la capital del reino, ha sido imputada. Podría haber hecho las declaraciones de carril y pedir respeto al trabajo de los jueces, pero no. Se ha permitido ilustrarnos quejándose de “lo que está pasando en este país”, porque “a veces la Justicia está haciendo política y no es bueno”. Yo diría que es al contrario, doña Concepción. Lo frecuente es que hay políticos que están metiendo mano en la labor judicial y de ahí que veamos a corruptos impunes, retraso en las investigaciones, falta de medios o dobles varas de medir.

La causa de Dancausa es una más. A la delegada del Gobierno hay que sumar la polémica con el fiscal general, el “jefe anticorrupción” y el ministro de Justicia acusados en el Parlamento de proteger a los corruptos. Rajoy ensalza lo bien que lo están haciendo y parece que debemos acostumbrarnos a ver, oír y leer casos de bochornosas connivencias. Cuando los sospechosos son aquellos que deben perseguir a los malos no cuadra ver a los ratones bailando con el gato.

Del “Luis, sé fuerte”, del presidente al tesorero con dinero en Suiza, hemos pasado al “Nacho, ojalá se cierren pronto los líos”, del ministro de Justicia a un González imputado. Ignacio recibía el ánimo “encantador” de Rafael Catalá y el presidente del Atleti hablaba “con Rafa, que lo estaba mirando”. Solo faltaba un fiscal general y un “jefe Anticorrupción” que gusten a Nacho y a Zaplana para que todo sea “cojonudo”. No se ha investigado o se ha intentado apartar a investigadores, pero ya tal.

Si el fiscal Moix mintió al negar que quisiera quitar de en medio a fiscales en vísperas de una operación, el presidente del Gobierno ya nos ha dicho que es “un profesional de exitosa trayectoria y total independencia”. Solo se le acusa también de ser asiduo a los cursos de la fundación del PP FAES, enterrar las pruebas del “tamayazo”, ir contra el juez Elpidio Silva por encarcelar a Miguel Blesa, no actuar contra Esperanza Aguirre por huir de la autoridad o archivar hasta tres veces sin diligencias las denuncias por irregularidades en el Canal de Isabel II, que ya sabemos que eran “hilitos de plastilina”.

El prolongado aplauso de los suyos a Rajoy al hacer una defensa cerrada del fiscal al que pillaron con el carrito del helado es un dulce más que se añade a las semanas trágicas de imputaciones, citaciones, registros… Y se habla de Ignacio González, Matas, Rato, Pedro Antonio Sánchez o del propio presidente del Gobierno, que deberá declarar. Un suma y sigue como para que Rajoy diga que “está funcionando muy bien”.

Podríamos pensar que la sociedad española se puede acostumbrar a la corrupción. Que las noticias sobre el corrupto del día se reciben como el parte del tiempo de cada mañana. Que son tantos los escándalos que se oyen de fondo, sin escuchar, como la combinación ganadora de ese sorteo en el que no hemos participado. Que hasta hacen gracia o simplemente provocan indiferencia las esquivas respuestas del presidente del Gobierno. Que no somos conscientes del desgaste que supone para una democracia pensar que debemos convivir con semejante cochambre.

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