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Los compañeros de viaje de Cifuentes, Báñez y Marhuenda

Cristina Cifuentes.

Iñigo Sáenz de Ugarte

La última movilización del 25A frente al Congreso lleva por primera vez incluida una aceptación implícita de la violencia como herramienta de resistencia. Los convocantes llegan incluso a repartir las zonas de la protesta en función de la probabilidad de que se produzcan actos violentos. Si no quieres que te pase nada, no te acerques al “bloque negro defensivo”, dice el manual hecho público por la Plataforma en Pie. ¿Qué es lo que harán las personas que estén allí desplegadas? “Ellos no utilizan la violencia contra personas; sí lo hacen a veces hacia símbolos del poder político. Atendiendo a esta tesis, la agresión a personas, llegado el caso, se da únicamente como forma de autodefensa, normalmente hacia la policía”.

No utilizan la violencia contra personas, pero pueden agredir a personas. Atacan a “símbolos del poder”, pero en cualquier caso como autodefensa. Si no se entiende muy bien, es porque se ha escrito para que no se entienda muy bien.

La fascinación algo infantil por el poder de la violencia para doblegar al Estado ha dado lugar a toda una literatura fantástica entre grupos de izquierda radical en Europa. No es un escenario nuevo y por tanto hay que suponer que el Gobierno está preparado para afrontar esa situación. Sólo necesita ampliar la presencia policial en la calle e informar a sus votantes de que son la última línea de defensa frente a la barbarie.

De hecho, esa ha sido la respuesta oficial en casi todas las movilizaciones sociales contra los recortes, bien plasmada en las portadas de ABC y La Razón. Que no hayan tenido éxito en esta propaganda hasta ahora no quiere decir que vayan a dejar de utilizarla, como demuestra la campaña contra los escraches, presentados como una amenaza similar al peor de los totalitarismos.

Desde el principio, los movimientos sociales del 15M hicieron notar lo importante que era no caer en la trampa. La insurrección social podía ser pacífica y transversal.

Cualquier uso de la violencia, por ejemplo intentando provocar la respuesta de los antidisturbios, confirmará esa historia oficial que dice que la protesta en la calle es por definición antisistema. Permitirá a la delegada del Gobierno en Madrid presentarse como guardiana de los derechos de los ciudadanos (y continuar engrasando su candidatura de cara a futuras remodelaciones del Gobierno central). Será todo un alivio para la ministra de Trabajo, desaparecida hoy de forma bastante cobarde en el día en que la EPA ha superado la barrera de seis millones de parados. Hará las cosas más fáciles a los periódicos que están buscando ahora una noticia o una imagen con la que no destacar en portada el viernes esa terrible cifra.

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23.45

Elevar la confrontación al máximo nivel, convocar una movilización de varios días y luego retirarse a las tres horas al constatar que no había apoyo popular suficiente. La jornada del 25A ha confirmado los malos augurios que parecían bastante claros unas horas antes. Se veía venir y por eso, entre otros ejemplos, los dirigentes de Izquierda Unida y grupos que han estado desde el primer momento con el 15M se habían desmarcado de la protesta. La idea de que moviendo una valla policial y empuñando unos palos se podía hacer temblar los cimientos del Estado era tan absurda que es increíble que algunos hayan podido picar.

Algunos mensajes en los que se llamaba a la gente a continuar la movilización con un escrache ante el domicilio de un miembro del Gobierno parecían pensados por los arquitectos del proceso de criminalización contra el movimiento que se opone a los desahucios. Afortunadamente, esa idea no prosperó, entre otras cosas porque, a pesar de lo que sostienen los portavoces periodísticos del Gobierno, ese movimiento ha intentado siempre que su rechazo radical a una situación injusta sea pacífico. Eso es algo que los convocantes del 25A no han entendido. Ser radical no es sinónimo de ser violento. Ese mensaje queda para las portadas de ABC y La Razón.

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