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Hasta aquí puedo leer

La secretaria de Correa declara por grabación en la que implica a G.Escudero

Isaac Rosa

Cuando alguien publica sus memorias, un temblor recorre a sus conocidos: “¿hablará de mí?” El día D, amanecen nerviosos a la puerta de la librería, esperando a que abra para coger el primer ejemplar y rebuscar entre las páginas su nombre. No respirarán aliviados hasta comprobar que han sido recordados con cariño, o directamente olvidados. Uf.

Así imagino yo a más de uno el miércoles, cuando eldiario.es anunció que a las 21h publicaría la confesión de Correa. Algunos se quedaron sin uñas esa tarde mientras miraban el reloj y aporreaban la tecla F5. Si no eran socios, se suscribieron deprisa para poder dormir esa noche. Y cuando por fin leyeron los nueve folios, respiraron aliviados: “uf, no estoy”.

No me refiero a Bárcenas, Sepúlveda, Costa, Camps o González Panero. Ellos ya sabían que estaban, y en el fondo les da igual: como ellos, la mayoría de nombres en la confesión de Correa ya los conocíamos, están investigados o directamente imputados. Es muy valioso que sea el propio Correa quien los señale por primera vez, y reconociendo los delitos en primera persona; pero ninguno perdió el sueño por ello y, total, “nunca pasa nada”.

Quienes tuvieron mala tarde fueron otros: esos que faltan en los espacios en blanco del texto de Correa. Espacios en blanco inquietantes, y que convierten algunas páginas de la confesión en una tarjetita del viejo “Un, dos, tres”: …hasta aquí puedo leer.

El miércoles se mordían las uñas “una serie de personas situadas en puestos políticos” que según Correa lo usaron como intermediario con empresarios de obra civil. Miraban nerviosos el reloj “determinados constructores” que según Correa pagaban mordida a cambio de adjudicaciones. Y hasta aquí puedo leer, dice Correa.

El miércoles acabaron arrancando la tecla F5 de sus ordenadores esos “clientes muy importantes” de los que Correa cuenta que ponían su dinero en manos del mítico Arturo Fasana, el gestor suizo del patrimonio de fortunas españolas tan poderosas como misteriosas. El mismo Fasana que tiene sobre la mesa una carpeta cuyo contenido, en sus propias palabras, hundiría España. Clientes tan gordos que hacían “imposible cualquier problema judicial” y tenían garantizada la “impunidad”. Y hasta aquí puedo leer, dice Correa.

Y entre esos clientes, “uno en concreto” del que Correa supo a través de su conductor particular. El mismo conductor que un día recogió a Fasana en la entrada del palacio de la Zarzuela. Y hasta aquí puedo leer…

Correa, que tan buena memoria demuestra para pesetas y regalos, se deja en la punta de la lengua unos cuantos nombres bomba. Correa tiene en casa una manta, grande, gruesa y sucia para taparse, pero en su confesión solo enseña la puntita. El “hasta aquí puedo leer”, o más bien “hasta aquí puedo tirar de la manta”, con que pretendía un acuerdo con fiscalía y acusaciones. Una puntita que incluye mención, como de pasada, a asuntos que no tienen relación con la Gürtel (los “clientes muy importantes” de Fasana) pero revalorizan mucho su pringosa manta.

Una vez abortado ese acuerdo, no sabemos qué habrá hecho Correa con su manta: si la ha guardado para mejor ocasión, la ha quemado, o la vendió a cambio de ese “coche lleno de dinero” que, de ser cierto, haría que no todos los “políticos”, “empresarios” o “clientes importantes” pasasen un mal rato el miércoles. Quizás alguno no necesitaba esperar a que abriese la librería porque ya sabía que sus páginas habían sido arrancadas de las memorias, y que esta vez tampoco habría Big One. Y hasta aquí podemos leer. Por ahora.

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