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Esperando al 'Big One'

Rodrigo Rato - Jot Down

Isaac Rosa

“Atención, última hora: operación contra la corrupción”. Así comienzan nuestros sobresaltos en los últimos tiempos. Estás trabajando, comiendo o conduciendo, con la radio o la tele de fondo, conectado a la red social, cuando salta la alarma: un juez ordena detenciones y registros. Una denuncia admitida a trámite. Una filtración. Un nuevo imputado. Un documento revelador. ¡Última hora!

El presentador exige nuestra atención, el redactor entra en directo con la voz entrecortada por las prisas, un cintillo parpadeante aparece en lo alto de la web, Twitter empieza a amasar la nueva bola de nieve. Última hora. Y todos pendientes, a ver qué es esta vez. Un tesorero. Exconsejeros de una caja de ahorros. Familiares de un alto cargo. Un exministro de Aznar. Concejales de Urbanismo. Empresarios de la construcción.

A partir de ahí, se impone la cobertura informativa del nuevo terremoto. Lo primero, calcular su magnitud: una pequeña sacudida que no añade nada a lo ya sabido; un fuerte temblor que saca nuevos nombres, cantidades, complicidades; o un catacroc como el de Rato el pasado jueves, con mano policial en el cogote incluida.

Así llevamos varios años. Las placas tectónicas del sistema llevan tiempo rozando con violencia, y esa tensión acumulada durante décadas de corrupción se descarga en terremotos periódicos, cada vez menos espaciados. Todas las semanas tiembla el suelo, aunque ya nos hemos acostumbrado a caminar sobre él. De mes en mes, un trallazo más fuerte, cuyas réplicas duran varios días. Y un par de veces al año, la escala de Richter entra en números rojos: se destapa Gürtel, aparecen los papeles de Bárcenas, confiesa Pujol, leemos los correos de Blesa o Urdangarin, salen los movimientos de las 'black', arde el ático de González con él dentro, sacan a Rato de su casa.

Cada vez que el presentador cambia el gesto, levanta la mano y grita “atención, última hora”, yo me pongo en guardia: “Ya llegó el Big One”, me digo. Luego me tranquilizo al ver que no, que solo es un temblor mediano, unas grietas en el asfalto y poco más. Como los vecinos de California, que ante cada sacudida periódica de la falla de San Andrés viven unos segundos ansiosos en que temen que ahora sí, que esta vez sea el mítico Big One que los expertos llevan décadas vaticinando, el gran terremoto que engullirá Los Ángeles o San Francisco.

¿Habrá Big One de la corrupción española o la falla de la democracia seguirá liberando tensión a base de terremotos aguantables, que hagan temblar todo pero sin llegar al derrumbe? ¿Podríamos soportar la publicación íntegra de ese listado de 705 defraudadores vips o será mejor que nos lo suelten poco a poco, como las ráfagas de vapor de una olla a presión? ¿Y el capítulo español de la famosa y apenas revelada lista Falciani? ¿Y la enigmática cuenta Soleado, de la que el testaferro suizo Arturo Fasana dijo que se hundiría España si supiésemos sus beneficiados?

Piensen en todo lo investigado y publicado en los últimos tres o cuatro años. Casos que afectan al PP nacional o a sus franquicias territoriales, al PSOE andaluz, a CiU, a las antiguas cajas de ahorros, a empresarios, a familias poderosas, a la Casa Real, a instituciones del Estado. Imaginen si todo eso, en vez de salir espaciado en el tiempo, en plan demolición controlada, hubiese aparecido de golpe. Y lo que nos queda por saber todavía.

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