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¿Se puede convencer a la izquierda desmovilizada?

(I-D) El secretario de Organización del partido socialista, Santos Cerdán; la vicepresidenta primera del Senado y presidenta del PSOE, Cristina Narbona; el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, Pedro Sánchez; y  la número dos del partido y ministra, María Jesús Montero.

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Hay demasiada contradicción y confusión entre las encuestas que se vienen publicando como para hacerse una idea clara de cuál es el estado de ánimo del electorado. Faltan también muchos meses para las primeras elecciones y es previsible que solo muy cerca de las mismas muchos tomen sus decisiones finales. Pero sí que se observan tendencias que pueden consolidarse. O no. La buena marcha del voto de derechas es una de ellas. La desmovilización de una parte del electorado potencial de izquierdas es otra de ellas. Tal vez la más decisiva.

Es un fenómeno que los sondeos, de aquella manera, vienen registrando desde hace un tiempo. Pero que sobre todo se palpa en la calle. Entre los conocidos, en los lugares en encuentro social. Hay mucha gente que ha votado siempre, o casi siempre, a la izquierda, que confiesa que no ve motivos para hacerlo de nuevo. O que incluso asegura que está dispuesto a expresar un voto de castigo a los suyos. Por los errores y excesos, según ellos, cometidos, porque han dejado de merecerse su confianza.

Es un espectro social bastante variado. En él hay muchos votantes de Podemos, pero también muchos del PSOE. Tal vez los más fieles siguen siendo los votantes de Izquierda Unida que, sin embargo, es el componente que tiene menos peso de la coalición. Hay gente que es muy crítica con el comportamiento de uno de los partidos; otra, con el conjunto mismo de la izquierda.

A ojo de buen cubero, son cientos de miles de votantes potenciales, tal vez bastantes más de un millón. Es decir, los suficientes -si se abstienen y no digamos si una parte apoya al PP- para dar la victoria a la derecha. Modificar la actitud de ese colectivo es, por tanto, la clave de todo el trabajo electoral de los partidos de izquierda.

No va a ser una tarea fácil. Porque el ambiente político, económico y social no la favorece. Empezando por el primero, hay que decir que la derrota en las elecciones andaluzas, y antes en las madrileñas y en la frustrada moción de censura en Murcia, ha causado un impacto profundo en el ánimo de muchos votantes. Entre ellos domina la sensación de que no hay nada que hacer, que la partida ya está jugada o, como dicen algunos analistas, de que hay un cambio de ciclo y que el nuevo es de derechas.

La situación económica aumenta ese pesimismo. No tanto por las consecuencias funestas que la crisis está teniendo entre los más desfavorecidos, que también, sino sobre todo, porque no pocos creen que la izquierda puede hacer poco para revertir las dinámicas económicas actuales. Y algunos, hasta que la derecha podría hacerlo mejor.

Quede claro que una mayoría de votantes potenciales del PSOE y de Unidas Podemos no piensa así. Que comprenden lo que está haciendo el Gobierno y que, con menor o menor entusiasmo, lo apoyan.

Son muchos, pero no son todos. Y para modificar la actitud de los que faltan es preciso incidir, justamente, en los motivos de su distanciamiento.

Empezado por romper el pesimismo que han creado las derrotas electorales. Transmitiendo a la gente que la izquierda puede ganar. De una manera que haga que ese mensaje sea creíble. Y el primer activo con el que la izquierda cuenta para fraguarlo es el liderazgo de Pedro Sánchez. La derecha lo sabe y por eso lo ataca sin límites, un día y otro. Porque a pesar de las citadas derrotas y del deterioro que para el presidente socialista han supuesto sus enfrentamientos, directos o indirectos, con los dirigentes de Unidas Podemos, Sánchez conserva una imagen bastante sólida entre el electorado. Lo dicen las encuestas. Y el Gobierno, su partido y él mismo, la están cultivando cuidadosamente.

Ante ese activo indudable, que debería ir cobrando más fuerza a medida que se acerquen las citas electorales, aparece Alberto Núñez Feijóo. Que es un político curtido y que no se va a deshacer como algún que otro de sus predecesores en el PP. Pero que a medida que ha ido descendiendo al terreno de lo concreto, de su presencia pública sin intermediarios publicitarios, ha ido mostrando menos solidez de la que pregonan sus corifeos.

El resultado de la confrontación entre Sánchez y Feijóo decidirá en buena medida el resultado electoral. Hasta de las municipales. Pero, sobre todo, el de las generales. Y esa batalla podría animar a muchos renuentes de hoy a volver a las filas de la izquierda. La pelea suele motivar, si las cosas se hacen bien.

Otros nombres van a ser muy importantes para ese empeño. La izquierda, toda la izquierda, tienen que hacer un gran esfuerzo para renovar sus caras. El que, elección tras elección, hayan aparecido más o menos los mismos de siempre, es uno de los mayores motivos de la desmovilización. ¿Están en condiciones el PSOE y los componentes de Unidas Podemos de hacer ese cambio o sus respectivos aparatos van a bloquear cualquier intento serio de renovación?

En ese capítulo se juega mucho y las dificultades que está encontrando Yolanda Díaz para afianzar sus proyectos hace albergar dudas al respecto. En lo que se refiere al PSOE, el asunto está en manos de Pedro Sánchez. Que en los últimos años se ha mostrado muy poco dispuesto a agitar en demasía el interior de su partido.

Respecto a la situación económica, al Gobierno le hacen falta tiempo y resultados tangibles para transmitir a los desmovilizados la idea de que la izquierda sí puede hacer cosas significativas para paliar la crisis. Tiempo, porque las medidas que se están implementando requieren de meses para que se vean sus efectos. Y los resultados tangibles, particularmente los relativos a la inflación, tardarán en llegar. Mientras tanto, el Ejecutivo no puede menos que atender a los menos pudientes. Apoyando, contra viento y marea, razonables subidas salariales, la actualización de las pensiones y el gasto social que ayude a los más perjudicados.

Pero si esos efectos terminan concretándose, y se mantienen, darán una credibilidad al Gobierno que podría tener consecuencias electorales. Eso siempre, claro está, que la cosa no se ponga peor. 

No es fácil, pero se puede. La partida no está jugada y dentro de seis meses el panorama puede ser muy distinto al de hoy.

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