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Del corazón a la política: cuando el espectáculo aniquila

Un plató de televisión

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Hacía años que saltaba con pértiga en el zapping del televisor sobre los programas mal llamados del corazón y algunas circunstancias que concurrían en el caso de Rocío Carrasco Mohedano me han llevado a escuchar su historia y los flecos que la acompañan. Un universo sospechado pero no visto aparece entonces como una bofetada. Y muestra un hilo común que ha emponzoñado el periodismo, la política y a grandes sectores de la sociedad. A aspectos insospechados de cada día, al conocimiento científico como constatamos en los antivacunas que terminan dañando al resto por sus actitudes irracionales que ayudan a propagar los virus. El reinado de la opinión sobre asuntos que no son discutibles, ni respetables en su caso.

Es la primera vez que opino de algo así, pero es que lo que he visto me ha dejado muda. Sé el enorme empeño y la buena voluntad que han puesto algunas mujeres implicadas en la realización de esta denuncia, sus ganas de invertir tendencias y lograr objetivos dignos, pero es una tarea de enorme dificultad ante tantas inercias.

Rociíto, como es conocida, tiene 43 años y muestra en su desolación que su vida ha estado permanentemente expuesta en la plaza pública y que, no solo se aprovechó el vividor que vio en ella la llave de una existencia regalada, sino mucha más gente. Y a su hija le está pasando lo mismo. Se para la respiración al oír como vierte al dominio público vivencias tan íntimas –como parece hacen las estrellas habituales de ese show– porque el silencio de años no la ha liberado. Y sobrecoge ver a tal cantidad de voces gritando desde los platós que destripan personas durante todo el periplo de su tragedia. Y se constata su efecto cuando ves a Rocío abucheada en el entierro de su padre mientras la chusma le grita “fuera, fuera”,  sin conocerla de nada, influida por lo que ha visto y oído en la tele y otros medios. El producto a vender son seres humanos y algunos de ellos sufren de verdad. Durante años irreparables de una vida.

Se ha visibilizado el maltrato dicen, han aumentado las denuncias por violencia machista, añaden, mucho, un 61%. Bienvenidas sean, pero se precisan cambios mucho más profundos para que la tendencia se revierta y no sea fruto de un impacto. Y no es fácil conseguirlo cuando cada paso de estas personas se convierte en carne de cañón de nuevo y se opina y se discute y se culpa y se absuelve… quien no tiene el menor derecho a hacerlo. España es el país del mal menor para sus logros, de ahí que se mantengan secularmente los males mayores.

El formato se traspasó a la política. Tertulias que dejaron de ser confrontación de ideas diversas para convertirse en el mismo espectáculo que rompe la barrera entre la verdad y la mentira. Cambiando de producto para, en vez de personas, triturar, distorsionar y vender incluso la democracia y valores fundamentales. Porque el espectáculo siempre pide más. Pide personajes histriónicos, termina incluyendo a verdaderos despojos de la comunicación –que no el periodismo– a disuadir realidades que sí parecen esforzarse en presentar algunos periodistas. El objetivo principal no es clarificar. Todo es opinable, todo es cuestionable; todo, relativo. De ahí que se haya impuesto ya que el fascismo es una ideología respetable, que lo es el machismo, el racismo, la xenofobia, la aporofobia… la mentira. Y, salvo los dos últimos aún, son principios democráticos universales.

Y no son ya solo las mesas de tertulia, el mal ha llegado a las portadas, a los artículos, a algunas homilías matinales de las radios, a informativos de gran audiencia, donde muchos espectadores se sientan a ver cómo el presentador le da un repaso, un zasca, o le deja un recado, en las nuevas terminologías orwelianas, al enemigo o punch de feria –que suele ser el gobierno o Podemos más en concreto– en un espectáculo en el que solo faltan las palomitas. Sus fieles más entregados no distan mucho de los que salieron a abuchear a Rocío Carrasco en el funeral de su padre. Ése es el problema. Los sectores sociales que se cultivan con estos métodos.

Nos preguntamos una y otra vez cómo hemos llegado al punto de degradación en el que nos encontramos en España y en otros lugares del mundo, ciertamente. EEUU nos lleva aún ventaja. Los británicos saben que sus tabloides son tabloides no periódicos serios, aquí hay una amalgama preocupante y grandes sectores de la sociedad incapaces de discernirlo. De hecho, las tendencias ultras han llenado de fake news la información y volvamos a insistir en que, como explicaba entre otros el periodista Ignacio Ramonet, las noticias falsas se difunden diez veces más rápido que las verdaderas; e incluso desmentidas, sobreviven en las redes mucho más tiempo que las reales porque se siguen compartiendo sin ningún control.

Influyen por supuesto otros grandes factores, el impacto de la revolución digital y de las redes sociales, la crisis de la prensa escrita, la multiplicidad de ofertas informativas a las que se suman más cada día, el propio sistema ultraliberal que no se atempera ni con pandemia. Una generación de youtubers y streamers, muy variopinta, están captando la atención de numerosos jóvenes y no tan jóvenes que ya no enchufan la tele ni por casualidad. Nuevas formas, viejos vicios. PP y Vox, por cierto, compiten por el voto joven en YouTube. La tertulias han sufrido una drástica bajada de audiencia. Pueden darse por contentos los que suman 700.000 telespectadores, incluso en prime time nocturno, pero sus contenidos más llamativos se propagan en Twitter, etc.

El esquema ya se ha fijado, parece haberse asentado la atracción por el morbo y el cotilleo, incluso en acciones políticas, por encima de la información rigurosa, tan imprescindible o más que nunca en un mundo al que la pandemia ha dejado con grandes necesidades reales. Ese espectáculo en el que en lugar de dar las noticias en titulares se dice “lo que sabemos” de tal cosa, apelando a la curiosidad. El que ha alumbrado a personajes tan siniestros e impostores como Isabel Díaz Ayuso o a Toni Cantó, por hablar de España.

Los sucesos de Vallecas el miércoles son el escaparate del problema. El mitin de la ultraderecha que va a provocar donde no le quieren como hacen sus correligionarios de otros países. Las provocaciones. Los altercados. Las cargas policiales. Las culpabilizaciones opinables que dejan fuera a los hechos. El blanqueamiento del fascismo. La distorsión del concepto violencia que no se limita a la física más visible.

Varios periodistas fueron agredidos por los antidisturbios. En el caso de Guillermo Martínez. colaborador en varios medios, tras decir que lo era, que era periodista. Tiene una fuerte contusión en la espalda.

Javier Portillo del El HuffPost fue golpeado, según declara, por la seguridad de la candidata de Vox Rocío Monasterio. Su jefe de comunicación dijo que “no le daba ninguna pena” por lo que cuenta su periódico. Alfonso Armada, Presidente de la Sección Española de Reporteros Sin Fronteras, muestra su inquietud por estos ataques que no suceden solo en España. Y que también los propinan algunos ciudadanos irritados, metiendo a todo el periodismo en el mismo saco muy injustamente. Fomentar la crispación tiene estos resultados.

Donald Trump, como sus correligionarios, se especializó en insultar al buen periodismo y alabar al que le era afín y poco fiable. La ultraderecha española hace lo mismo. Como pura anécdota les diré que Isabel Díaz Ayuso me bloqueó en Twitter antes de llegar al cargo siquiera.

La basura que no se sabe tirar en el contenedor adecuado ha calado en la sociedad. En España los desmanes del mal periodismo los pagan precisamente quienes se esfuerzan por informar en serio. Los increpadores de entierros consideran por igual a los desechos de las tertulias que al resto de los periodistas. Y desde luego entre esos especímenes y, por ejemplo, los freelancer  que se dejan la vida para informar de conflictos internacionales –por situar los extremos– hay un abismo. Muchos españoles entre ellos.

No todo es opinable porque existen valores esenciales que no admiten cuestionamiento. El fascismo no es respetable ni comparable a ninguna otra ideología, porque es la única que va contra derechos humanos básicos. De entrada. Nada que ver con los errores que puedan tener en su funcionamiento otros sistemas. El derecho a la información es otro de los valores esenciales que se están diluyendo. Divertirse es una de las actividades más sanas que puede desarrollar el ser humano, pero se deberían evitar los espectáculos que degradan y maltratan a las personas, a las ideas, a la dignidad. Porque también ahí se han borrado las líneas divisorias.

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