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¿A quién creen que engañan?

Casado y Ayuso, este martes, en el centro de emergencias de la Comunidad de Madrid.

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El 3 de marzo pasado, el partido de ultraderecha Fidesz abandonó precipitadamente el Grupo Popular Europeo, antes de que lo expulsaran en virtud de una reforma estatutaria que apoyaron activamente los conservadores españoles. Fidesz es la formación del presidente húngaro, Viktor Orbán, que lleva tiempo aplicando en su país políticas reaccionarias incompatibles con los estándares democráticos europeos. Y es una de las organizaciones hermanas de Vox. “Viktor Orbán es un ejemplo del rumbo que se merece Europa”, lo apoyó aquel día Santiago Abascal. Esa simpatía ya la había exhibido en la moción de censura contra Pedro Sánchez de octubre pasado, al criticar al presidente del Gobierno por su presunta buena relación con George Soros, el filántropo progresista judío que se ha convertido en la bestia negra de Orbán y de toda la 'internacional ultra', cuya pulsión antisemita apenas pueden disimular.

Tan solo una semana después de que el PP de Casado se congratulara de la ruptura con Fidesz en Europa y se regodeara con el significado de esa exhibición de fuerza dentro de su pulso particular con Abascal, la presidenta de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, manifestó que no tendría ningún problema en gobernar junto a Vox. Y proclamó, en otra de esas frases célebres que le dicta su Rasputín de cabecera, que si la llaman fascista es porque está “en el lado correcto de la historia”. En medio de la vorágine política desatada por los sucesos murcianos, el pobre Pablo Casado, superado por los acontecimientos, seguía gritando heroicamente “socialismo o libertad” cuando Ayuso ya había retocado el eslogan por “comunismo o libertad” tras el anuncio de Pablo Iglesias de que se presentaría a los comicios madrileños.

Puestos a buscar símiles literarios, si el Gobierno de Sánchez es 'Frankenstein', como sostiene el PP, el principal partido de la oposición sería 'Dr. Jeckyll y Mr. Hyde'. Como en la novela de Stevenson, el PP sufre desde hace ya algún tiempo un caso severo de doble personalidad: a veces es Casado, a veces Ayuso, depende de con qué pie se levante. Lo que está por ver es si, al igual que en el libro, esta situación conducirá finalmente a una confrontación entre ambas personalidades que desemboque (políticamente, no se nos malinterprete) en el asesinato de una de ellas por la otra. O lo que es lo mismo, en el suicidio del atormentado protagonista. 

De momento, el órdago del PSOE y Ciudadanos en Murcia ha tenido el efecto balsámico de aparcar las tensiones entre Pablo Jeckyll e Isabel Hyde. La tregua ha sido posible porque el primero se ha plegado ante el empuje avasallador de la segunda. Aquel discurso encendido contra Abascal que el líder del PP pronunció en la moción de censura de octubre resultó ser humo: el tiempo ha demostrado que lo que parecía una apuesta decidida por la moderación no era más que una cantaleta de despecho contra un rival que había pretendido arrebatarle el protagonismo en el espacio de la derecha. Habrá, pues, que esperar hasta el 4 de mayo para saber cómo prosigue la versión española de la obra de Stevenson, que aquí no ganamos para sorpresas. Una derrota en Madrid sería fatal tanto para Casado como para Ayuso. Una victoria catapultaría a la segunda y dejaría al líder del PP, en el mejor de los casos, vivo, pero sin discurso propio. A partir de ahora, Casado tendrá que esforzarse mucho para volver a convencer a los incautos de que en España es posible un partido de centro-derecha homologable con los del resto de Europa.

Así las cosas, en las próximas semanas tendremos que seguir escuchando la monserga de “socialismo o libertad”, que el moderado Casado se copió de la campaña presidencial de Trump, o “comunismo o libertad”, con que la estrambótica Ayuso pretende meter miedo contra Iglesias. Tiene narices que hablen de libertad quienes han intentado frenar todas las extensiones de libertades promovidas por gobiernos progresistas. Por ejemplo, fueron ellos quienes llevaron a los tribunales la ley del matrimonio homosexual. O quienes introdujeron en el Código Penal las primeras restricciones a la libertad de expresión, con tal ambigüedad que hoy se encuentra preso un rapero por enaltecer a bandas terroristas inactivas –lo cual no deja de ser repugnante- y arremeter contra un exmonarca corrupto, mientras el líder de Vox incita abiertamente al odio contra los inmigrantes magrebíes y una falangista lanza soflamas contra los judíos en una manifestación, sin que hasta ahora sus conductas tengan consecuencias.

Hablemos en serio: ¿de qué libertad hablan? ¿Libertad para mantener una caja B en el partido desde los años 80? ¿Para recurrir a tránsfugas, violando los compromisos políticos suscritos contra esa lacra moral? ¿Para secuestrar el poder judicial de modo que puedan controlar los procesos que se les vienen encima? ¿Para montar fundaciones opacas que financien sus campañas electorales en la comunidad de Madrid? ¿Para crear policías paralelas con el fin de amedrentar a sus adversarios? ¿Cómo es eso de que los mismos que atacan con ardor patriótico a quienes afirman que en España no hay una democracia plena clamen a su vez, sin el menor pudor, que en el país no hay libertad? ¿Es que piensan que nadie ve la contradicción? ¿A quién creen que engañan?

No está de más recordarlo: los denostados socialistas y comunistas votaron en el Congreso a favor de la Constitución de 1978, con la Monarquía debidamente empotrada en el texto: el objetivo era abrir como diese lugar el camino a la democracia. Alianza Popular, partido antecesor del PP, votó dividida: ocho a favor, cinco en contra y tres abstenciones. Y la derecha más extrema estaba ocupada asesinando a abogados laboralistas o preparando intentonas golpistas, como las que recordaban hace poco con nostalgia esos militares retirados a los que el líder de Vox consideró “de los nuestros”. Y resulta que ellos son los constitucionalistas. Y los paladines de la libertad. 

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