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Culpas y disculpas de Urkullu. Lo que se ha derrumbado en Zaldibar

Extinguido el fuego que se había reactivado esta noche en lo alto del vertedero de Zaldibar

Garbiñe Biurrun Mancisidor

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Pedir disculpas por los errores cometidos es importante. E imprescindible para la sana convivencia en todos los terrenos. Pedir disculpas supone admitir las debilidades propias y saber comprender las ajenas, exige humildad para mostrarnos como somos y también la seguridad de tener la fuerza para intentar no volver a caer en el mismo error.

En el mundo de la política no es frecuente escuchar peticiones de disculpas. Más bien es muy raro. Tanto, que muy pocas veces son disculpas de verdad, sin matices que las empañen. Menos frecuente es aún que a la petición de disculpas se una la consiguiente asunción de responsabilidades de cualquier tipo.

Pues bien, una vez más –o una menos, según se mire– en Euskadi se ha perdido otra oportunidad de superar la estadística y someterse al escrutinio ciudadano e institucional, asumiendo seriamente errores y responsabilidades.

Me refiero a lo acontecido en torno al derrumbe del vertedero en Zaldibar, el pasado 6 de febrero, en el que han resultado sepultados Alberto y Joaquín, dos trabajadores que prestaban servicios en el lugar, y que ha generado una crisis de salud pública sin precedentes –superada en este momento en su manifestación más grave–, así como un debate social y político de relevancia.

En este marco, se presentaron el pasado martes el lehendakari Urkullu y miembros de su Gobierno ante la Diputación Permanente del Parlamento Vasco en una comparecencia solicitada por varios grupos parlamentarios: EH Bildu, Elkarrekin Podemos y PP. Urkullu manifestó sentir mucho “los errores que hemos podido cometer” y haber estado “más pendiente de hacer que de decir”, expresó su “voluntad e intención de ayudar” y apeló a su “buena fe”, recordando que, en todo caso, había que “responder a una situación inédita y de máxima complejidad”.

En mi apreciación, es una muy curiosa manera de pedir disculpas, pero es la manera que parece haber hecho fortuna en el mundo de la política institucional o de partido. ¿Qué significa “los errores que hemos podido cometer”? ¿Se han cometido errores o no? Si así ha sido, ¿de qué concretos errores se trata, quién los ha cometido y por qué razón, y cómo se tendrían que haber solventado?

Por otra parte, cada vez es más frecuente oír hablar de “errores de comunicación”. Pero, ¿qué es exactamente esto? No soy conocedora de la materia, desde luego, pero me da la sensación de que cuando se apela a estos errores se está queriendo significar solamente que las cosas se han expresado mal públicamente y que habría que haberlo dicho de otra manera, pero sin abordar la cuestión de fondo. Tal vez es lo que quiso decir Urkullu al distinguir entre el “hacer” y el “decir”. Lo malo es que se ha ido sabiendo lo que se decía, pero no tanto lo que se hacía o se había hecho antes, lo cual es extraordinariamente grave desde el punto de vista de la imprescindible transparencia.

Sin embargo, comunicar no debiera ser tan difícil si lo que se hace se hace bien. Basta con expresarlo con claridad y sencillez, sin apaños, composturas o enredos. Otra cosa es intentar expresar lo que no se ha hecho o contar medias verdades sobre lo mal hecho.

Y es lo que en este caso ocurre. No es que se haya comunicado mal o que se haya estado más pendiente de hacer que de decir. Lo que ha ocurrido es que no debía de ser fácil decir algunas cosas. Por ejemplo, por qué se iniciaron las labores de rescate de los dos trabajadores desaparecidos y se suspendieron al conocer que había amianto depositado en el vertedero. ¿Es que no se conocía este dato con anterioridad o en todo su alcance? Este primer gravísimo error de actuación y toda la situación posteriormente conocida ha dado pie a un buen número de preguntas que se plantean no solo los grupos parlamentarios, sino también la ciudadanía.

Demasiadas incógnitas aún sobre este vertedero –y, por extensión, sobre el resto. Incógnitas que caen como una losa sobre una ciudadanía muy concienciada y sensibilizada sobre la gestión de los residuos de todo tipo en un debate social muy amplio y no resuelto satisfactoriamente aún.

Incógnitas no despejadas todavía acerca de los concretos materiales que se depositaban en este vertedero, sus volúmenes y su peligrosidad, pues leemos testimonios de personas que han trabajado allí que señalan que se recibían residuos peligrosos, como amianto u otros corrosivos e inflamables, sin ser debidamente procesados y sin control de separación y que solo un porcentaje de en torno al 20% sería de materias inertes. O sobre todos los controles del Gobierno Vasco en este vertedero y el contenido de todos los informes al respecto. O una duda previa sobre si es adecuado que un vertedero de estas características se sitúe en la parte alta de una ladera, con el peligro de deslizamiento o derrumbe que ahora se ha materializado. O que se halle situado tan cerca de una autopista y, sobre todo, de núcleos urbanos. O, ¿por qué no?, también algunas conexiones personales que se han apuntado entre los propietarios de la empresa que gestiona el vertedero y algunos representantes y grupos políticos.

Sin duda, hay muchas más preguntas y mejor formuladas por quienes conocen la materia. Yo me he limitado a señalar algunas que no han sido debidamente respondidas –aún. Lo que no se salva por el hecho de que el Gobierno Vasco –desde su Departamento de Medio Ambiente, a cuyo frente se halla el socialista Arriola– traslade a la Fiscalía un informe sobre posibles delitos de la empresa que gestiona el vertedero por las grietas ya detectadas un par de días antes del derrumbe y no informadas. Sin duda habrá que analizar si se han producido tales delitos y algunos otros, como, por ejemplo, contra la seguridad de las personas trabajadoras. Pero no deben terminar ahí las actuaciones.

En fin, que no hemos escuchado disculpas –en el sentido del DRAE, de “razón que se da o causa que se alega para excusar o purgar una culpa”–, porque no tenemos “culpa” reconocida, no sabemos cuáles son esos “errores” que se han podido cometer, ni sus responsables.

Y esto es lo que se ha derrumbado también en Zaldibar: la confianza ciudadana en la protección de nuestra salud y nuestra seguridad por parte de las instituciones. Ah, y nuestra confianza en que podíamos confiar.

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