Dejad al Nano en paz
Cuando vi el primer video del Nano, ese chico que se hizo viral por tener dos trabajos e ir andando de un lado para otro, le escribí un mensaje por Instagram para pedirle una entrevista. Tenía dos razones para hacerlo; la primera era, evidentemente, que el trabajo es trabajo y vivo de todo lo que pueda venderle a un redactor jefe. Por otro lado, tuve una premonición como si yo fuese un chamán celtíbero: a ese chaval se lo iban a rular como un porro la mitad de los buitres mediáticos de este país. Nano no llegó a ver mi mensaje, así que me senté a esperar, a ver qué ocurría. Donde yo esperaba a Héctor García Barnés, apareció La Tele™.
Ese zagal, al que se le ve a la legua que es buena gente, y aunque no lo fuera no tiene ni tiempo para ser malo, abrió, sin darse cuenta, un melón que en términos de lucha de clases en el siglo XXI va a ser fundamental en la defensa de los derechos de los trabajadores. Cuando un muchacho de apenas veinte años tiene que tener dos trabajos para ser capaz de ayudar a su familia, la historia ha demostrado que pueden ocurrir dos cosas. La primera es que, como sociedad, nos escandalicemos o nos preguntemos por qué está pasando esto: ¿qué hacemos mal para que este chico no pueda estar haciendo las gilipolleces que se supone que hay que hacer a esa edad? La segunda, claro, es esa segunda versión del marco narrativo que apesta a tramas luciferinas para traer de vuelta la esclavitud, es esa disonancia cognitiva que hace a alguna gente decir: “Claro que sí, ese chaval sabe lo que es la vida. No como tú, que no quieres trabajar 70 horas a la semana”.
Aunque a parte de la izquierda –cada vez menos, gracias a Dios– se le pasen los días escuchando las paridas de un merluzo vanílocuo en un podcast, soy de los que creen que si estamos como estamos es por el lumpenismo, que es, por cierto, una cosa bastante transversal de izquierda a derecha. Ahora mismo hay militantes de izquierdas en paro pidiendo trabajo para ministros, no se nos olvide.
Desde que se hizo viral, Nano ha hecho un interrail por los tres tomos de El Capital en menos de un mes. Por esto, me habría gustado ser el primero en hablar con él; el primero en preguntarle por la situación que tiene en casa; cómo consigue llegar con fuerzas a los domingos, qué expectativas tiene de futuro; no sé, trabajo periodístico, para variar. Sin embargo, el chico ha pasado por las manos de La Tele™, por un empresario chunguísimo –por lo que he leído– que le ha regalado un coche, que a su vez estaba hecho polvo, según ese mecánico de TikTok que lo mismo te arregla el Renault que se sube sobre el capó y maldice a Pedro Sánchez con el himno de España de fondo. Su última visita, la jefa final de los puestos fronterizos de la vergüenza ajena, del mal periodismo y de la mala leche, la presentadora del programa ese llamado Reflejo Público, o algo así.
Resulta que, en una entrevista amabilísima, a la presentadora de Reflejo Público se le ocurre que seguramente ese chico de pie plantón frente a una cámara en un área de descanso de una carretera va a poder darle, en ese mismo instante, una opinión formada y fundamentada sobre la propuesta de la reducción de la jornada laboral que han firmado esta semana PSOE y Sumar. Ante la pregunta, el chaval se atora. ¿Ahora va a trabajar menos? De primeras, no le parece bien. “Eso perjudica a gente como yo que queremos trabajar más”. Hasta que la presentadora le matiza: “Pero esa reducción de jornada no implica una reducción de salario”. Y entonces le parece bien. Claro que le parece bien, pero la pregunta estaba hecha para que no la entendiera, para que la percibiese como un perjuicio. Una vez dijo que entonces sí que estaba a favor, la presentadora cambió rápidamente de tema.
La derecha sabe ver estas cosas mucho mejor que nosotros; al menos, tienen una capacidad de atracción mayor. La tele es más llamativa, tiene coloritos y cámaras y a lo mejor yendo a plató te cruzas a Matías Prats. Ser entrevistado por Aldo Conway no es tan glamuroso, aunque me consta que es una experiencia placentera –que alguien le diga a Bernie Sanders que me conteste al mail–. El otro programa de por las mañanas, no recuerdo como se llamaba, las Mañanas de Ranarrosa, o algo por el estilo, también decidió el otro día llevar a una influencer a una tertulia ¿política? creo que convencidos de que ella, al ser rica y estar en una posición social muy elevada, iba a estar de acuerdo con el azuce neoliberal de la línea del programa. Pues la tal Ranarrosa se llevó un disgusto tremendo, porque a la influencer le faltó poco más que ponerse de pie y cantar Smuglianka y pegarle fuego a la mesa. Si queremos reconstruir el mundo, o al menos ser la lluvia que apague el incendio, tenemos que comenzar por recuperar los espacios esenciales de la sociedad; empezando por el periodismo, al menos, en lo que refiere a aquello que dijo Kapuściński sobre lo de que no puede uno ser periodista sin ser buena persona. Y dejad al chaval en paz de una vez, por amor de Dios.
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