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El Día del Pistacho

Pistachos manchegos

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Entre los que afirman categóricamente que ya no existe ningún secreto sobre el 23F y quienes sostienen, parafraseando al Principito, que lo esencial se mantiene oculto a los ojos, desfiló por el almanaque un nuevo aniversario de la intentona golpista, sin mayores novedades, salvo por la decisión de Felipe VI de volver a pronunciar en público el nombre de su padre. Ya eran suficientes seis meses de abstinencia: una cosa es que Juan Carlos I haya cometido alguna travesura en su senectud y otra que España no le reconozca su papel de Prometeo en la llegada del fuego democrático, faltaba más.

El resto, lo de siempre: la historia de los que se agacharon en sus escaños, la de los tres valientes que se mantuvieron en pie, los agujeros de bala en el hemiciclo, que si Armada fue arrastrado a la aventura por Tejero mientras Milans del Bosch hacía no sé qué no sé dónde, y cómo, al final, venció la democracia, lo cual fue sin duda una excelente noticia. Por un momento imaginé que, en esta ocasión, algún medio sorprendería con el anuncio de que había accedido a los documentos reservados de aquel acontecimiento ocurrido cuatro décadas atrás, que ya va siendo hora; pero la fecha pasó de largo y mi curiosidad no fue saciada. Ya lo decía el autor del Eclesiastés: “¿Qué es lo que fue? Lo mismo que será. ¿Qué es lo que ha sido hecho? Lo mismo que se hará; nada hay nuevo debajo del sol”.

Repaso el resto de noticias políticas y no hago sino constatar con admiración la clarividencia del escritor bíblico. En efecto, nada nuevo hay bajo el sol: los socios del Gobierno siguen a las greñas y, mientras se atizan, intentan convencer a los espectadores de que lo que los une es más de lo que los separa; el PP y Vox se muelen públicamente a palos mientras tratan de convencer al público de que lo que los separa es más de lo que los une; Casado se deshace en loas a Aznar y a Rajoy días después de anunciar que muda la sede del partido para distanciarse de los pecados babilónicos del pasado; ofrece de nuevo negociar la renovación del poder judicial con la condición de que se vete a este y aquel magistrados progresistas, y Sánchez le dice que ni hablar; una vez más acusan a Esperanza Aguirre de financiación ilegal y esta responde que se querellará por calumnias; los partidos periféricos plantan como de costumbre al rey; Ciudadanos… a propósito, ¿y Ciudadanos? 

Muchos españoles tienen la sensación de estar atrapados en un bucle temporal donde cada escena del día anterior se repite al siguiente con agobiante exactitud, como le sucede al meteorólogo Phil Connors en El día de la marmota. Es como si el denostado Parménides, con su teoría del tiempo circular, le hubiera ganado finalmente la batalla a Heráclito, que nos tenía convencidos desde hacía más de 2.500 años de que el tiempo fluye y por consiguiente nadie se baña dos veces en el mismo río. La realidad es que estamos chapoteando todo el día en el mismo charco de aguas estancadas, enzarzados en discusiones de bar previamente empaquetadas por gabinetes políticos cuyos máximos referentes intelectuales son No pienses en un elefante o Steve Bannon, aunque a veces suelten frases de Sun Tzu, Keynes o Hayek extraídas de algún diccionario de citas célebres.

Exploro nuevos horizontes temáticos para intentar escapar a esa camisa de fuerza del debate público que se estudia en las facultades de comunicación con el nombre de agenda setting. Busco en internet qué día mundial se celebra hoy, 26 de febrero, por si me inspira alguna reflexión que merezca la pena compartir con los lectores, y me entero de que es el Día Mundial del Pistacho. De pronto caigo en la cuenta de que solo sé dos cosas de este fruto seco: que es rico y que es caro, al menos en comparación con las familiares pipas. Intento aprender algo más. Consulto varias páginas web, en castellano e inglés, consagradas al Día del Pistacho y prácticamente todas repiten el mismo relato: que el fruto posee extraordinarios valores nutritivos, que lo mismo garantiza una potente erección que cura el insomnio, que es originario de Irán aunque el principal productor hoy es California, que aparece ya citado en la Biblia, en el capítulo 43 versículo 11 del Génesis, y que a la reina de Saba le fascinaba de tal modo que prohibió su consumo entre las clases populares para quedarse ella y su corte con toda la cosecha.

Repaso por curiosidad el Génesis 43,11 en su versión hebrea y ahí se habla de maní (botnim) y almendras (shkedim); los pistachos no aparecen por ningún lado. Acudo a los libros de Reyes y Crónicas que narran la famosa visita de la reina de Saba al rey Salomón… y tampoco aparecen los benditos pistachos. Ojeo fragmentos del Kebra Nagast, texto etíope del siglo XIII que reivindica a este pueblo como descendiente de Salomón y la reina de Saba (para lo que asume que entre ambos monarcas hubo algo más que unos juegos de inteligencia, como pretende la Biblia), y no veo pistachos. Ya puesto, intento averiguar cómo diablos se estableció el Día Mundial del Pistacho o qué organización lo promueve. Wikipedia se limita a citar la celebración, sin más detalles, en su información sobre hechos asociados al 26 de febrero. Una página web, diainternacionalde.com, sostiene que el origen del festejo data de 2007. Encuentro un sitio denominado nationaldaycalendar.com, que recuerda que también en EEUU se festeja hoy el Día del Pistacho y, en el capítulo sobre la historia de la celebración, confiesa lacónicamente: “Dentro de nuestra investigación, no pudimos identificar al creador del Día Nacional del Pistacho”. Al cierre de esta columna, sigo sin saber cómo se instituyó el Día Mundial del Pistacho, que cada 26 de febrero es exaltado en los medios de comunicación con amplios reportajes sobre el fruto seco, sobre su incomparable valor nutritivo, sobre sus cualidades afrodisíacas, sobre su mención temprana en la Biblia, sobre el poder de seducción gastronómica que ejercía en la reina de Saba…

No veo mal que celebremos la existencia del pistacho, sobre todo en un momento en que España pretende entrar en las grandes ligas de productores de este alimento. Simplemente he querido contar cómo intenté escabullirme de la agenda de debate público que nos imponen los gabinetes políticos y me vi atrapado en otra agenda, salpicada igualmente de fake news, pero cuyos creadores ni siquiera he podido identificar. Toda una metáfora, esta divertida y trivial, del inquietante  mundo al que nos dirigimos de cabeza. Definitivamente, no hay salvación. ¡Feliz Día del Pistacho!

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