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Diplomacia de alpargatas

Pedro Sánchez sigue el desarrollo del dispositivo y llegada del primer avión de repatriación A400 a Kabul.

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Hay alguien muy preocupado en el PP. Los medios de comunicación, las televisiones, las redes sociales, muestran los Airbus 400M repletos de refugiados afganos. Acción humanitaria en estado puro. Difícil de criticar. Pues bien, Pablo Casado, impelido por su secretario de Interior y Justicia, Enrique López, lo hace. Ese alguien del PP, con dos dedos de frente y un mínimo de sensibilidad política, se tira de los pelos.

Casado, que desde hace un tiempo lo ve todo en clave electoral, engrandecido por encuestas que le ponen en Moncloa, vuelve a perder olfato político y cuando se precisa apoyo sin fisuras en una crisis tan terrible y tan magnificada mediáticamente como la de Afganistán, mete la pata.

Y esto viene desde lo de las alpargatas de Pedro Sánchez, que trajeron a mal traer al portavoz nacional del PP y alcalde de Madrid, José Luis Martínez-Almeida. Cierto, parecía un error de estrategia política lo de vestir un traje y calzarse unas alpargatas para mantener una reunión telemática sobre la situación en Kabul. Pero ante el otro error de estrategia, el del presidente de los Estados Unidos de América, Joe Biden, con el sálvese quien pueda de Afganistán, las alpargatas de Sánchez quedaron en segundo plano, aunque Almeida sentenció: “Estar al mando y estar con alpargatas es incompatible”.

Pero a Almeida, y al PP por lo que parece, el tiro les ha salido por la culata. La diplomacia de las alpargatas ha permitido que el presidente español se apunte un tanto especialmente significativo, una conversación de 25 minutos con el presidente estadounidense, lo que pone el taxímetro de sus conversaciones en 25’ y 40“, si sumamos los 40 segundos del famoso paseíllo de Bruselas. Lo único por precisar es si con motivo de la, ahora más larga conversación con Biden, Sánchez seguía con las alpargatas o con mocasines.

Alpargatas aparte, lo que antes según el PP era una afrenta del todopoderoso presidente de los Estados Unidos de América a Sánchez, se ha convertido en exitosa operación diplomática en cuanto Biden se enteró, o le soplaron al oído, que los USA tienen bases en España como Rota o Morón de la Frontera, y que no está junto a México, sino en una posición geoestratégica excepcional, al otro lado del océano en aquel finisterre romano, en medio del camino Kabul-Washington.

Mientras tomaba velocidad de crucero la diplomacia de las alpargatas, y los aviones Airbus 400M completaban el trayecto Torrejón-Dubái-Kabul y viceversa, sin parar motores y repletos de refugiados afganos, surgía la voz de otro portavoz del PP, en este caso del secretario de Justicia e Interior del Partido Popular, Enrique López, quien explica que la actuación del Gobierno es una “actuación militar fuera de España”, y que por esa razón, puede requerir “autorización previa del Congreso, conforme al artículo 17 de la Ley de Defensa Nacional”. Es decir, que el responsable del ramo del PP quiere enredar con un tiquismiquis legal cuando el edificio arde y hay que sacar como sea al personal al grito de “sálvese quien pueda” de Biden porque, entre otras cosas, los del Estado Islámico han echado gasolina en el infierno con sus atentados suicidas en el propio aeropuerto.

La ministra de Defensa, Margarita Robles, seguramente al límite de su aguante por la complejidad de la situación, salta en un vídeo preparado al efecto con un enfado evidente, acusa al PP de demostrar “absoluta ignorancia” y explica: “La misión es una evolución operativa de la misión Resolute Support, una misión de la OTAN en la que España ha participado con 102 hombres y mujeres militares que han fallecido”.

Las cosas, debe pensar la ministra, no han de pintar muy bien para el PP cuando para atacar al Gobierno echan mano de legalismos que entorpecerían la labor humanitaria de las Fuerzas Armadas, cuando esas Fuerzas Armadas son el terreno habitualmente laudatorio en el que se mueven la derecha y la recontraderecha. Hemos pasado del “a mí la Legión” al, “mire usted que le falta el sello en este papel oficial”. El máximo dirigente del partido, el propio Pablo Casado, refrenda lo apuntado por su portavoz. “El PP cuestiona la legalidad de la misión de rescate en Afganistán”, leemos en el titular de un periódico afín a Casado.

Y es que Pablo Casado, a quien la crisis de Afganistán ha pillado de vuelta a España, literalmente en la salida de la Vuelta a España en Santa Pola, y luego por diferentes paisajes de los que nos va informando en las redes sociales, el último, por ahora, en la fascinante isla de El Hierro visitando una bodega, se enfrenta a un nuevo viraje en esa política serpenteante, y ciertamente singular, de Sánchez. En este contexto, Casado corre peligro de pasar de una diplomacia de alpargatas a una política de alpargatas, y ahí sí que puede errar.

Así que, una vez más, se tira de los pelos. ¿Pero con quién me ha tocado lidiar?, se pregunta. Con un chiquilicuatre que un día dice una cosa, otro la contraria, lo tenemos preparado para el golpe final con lo de la pandemia y el procés, y ahora surge como estratega diplomático, en alpargatas como explicaba Almeida, gracias a la crisis afgana, y se permite esa foto de líder europeo en plena base de Torrejón con Ursula Von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, y Charles Michel, presidente del Consejo Europeo, a su vera.

Casado, que últimamente lo ve todo en clave electoral, comienza a vislumbrar una peligrosa formación nubosa en lontananza. Los sondeos eran favorables, la pandemia hizo su labor con Sánchez como con otros dirigentes europeos. El poder desgasta, pero el virus desgasta más. Pero ahora, en determinados círculos del PP, intuyen que el camino hasta las próximas elecciones está jalonado de dificultades. La coyuntura resulta extremadamente positiva. Las cifras económicas, previstas ya antes del verano, permiten atisbar una rápida recuperación post pandémica del empleo. Las cifras de vacunación en España se ponen como ejemplo en el ámbito europeo. Los fondos europeos comienzan a llegar y la llave de su distribución está en Moncloa.

Por eso, Casado se desgañita gritando que Sánchez “va a usar los fondos para dar de beber a los independentistas y Bildu”. Lo de Bildu, en ausencia de ETA, le da mucho juego al presidente del PP. Pero cada vez sirve para menos, salvo para los de la claque. Hace años el diario El Mundo titulaba: “Maroto defiende sus pactos con Bildu y desea que ”cunda el ejemplo“. Entonces, cuando pactó con Bildu, el ahora dirigente nacional del PP, era alcalde de Vitoria por el mismo partido. Casado, en situación de necesidad política, como Aznar en su momento, virará hacia ese ejemplo y nos lo explicará claramente: ”Donde dije digo, digo Diego“.

Por ahora ese futuro de hacedor de pactos para gobernar, tropieza con la formación de cúmulos nubosos en lontananza. Lo que antes del verano, y tras la debacle socialista en Madrid, se veía más claro, comienza a presentar lejanos nubarrones y en determinados contubernios populares empiezan a fiarlo todo a lo que consideran previsible e inevitable choque definitivo que se producirá entre Sánchez y sus socios de Podemos según avancemos hacia las generales. Esa es la gran esperanza de los expertos en prospectiva del PP, que la conjunción de izquierdas reviente, porque en las derivas de Casado comienzan a no confiar.

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