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Disputar el partido o darlo por perdido

Oriol Junqueras

Alfonso Pérez Medina

El 27 de octubre es una fecha marcada en rojo en Catalunya y en Alcorcón. En el año 2017 el Parlament proclamó la declaración unilateral de independencia que provocó la suspensión de la autonomía catalana y ese mismo día, ocho años antes, el equipo de fútbol de la localidad madrileña logró la mayor gesta de su historia al eliminar al Real Madrid en la Copa del Rey tras endosarle un humillante 4-0. La comparación, bizarra si se quiere, viene al caso por unas palabras que pronunció este miércoles el portavoz de Junts per Catalunya, Eduard Pujol.

El periodista de ‘La Sexta’ José Yélamo, que aborda a sus entrevistados con una sonrisa hasta que les calza una pregunta a la yugular, quiso saber si la decisión del tribunal de permitir a los acusados lucir los lazos amarillos durante el juicio no tiraba por la borda el discurso de vulneración de derechos que estaban haciendo sus defensas. “Tenemos delante al Madrid. Son muy buenos y saben mucho”, contestó Pujol, que además de saber de fútbol trabajó durante varios años en el gabinete de prensa del Barça.

Oriol Junqueras también daba puntapiés a la pelota cada día cuando se encontraba en la prisión de Estremera, según le contó a Jordi Basté en ‘La Vanguardia’. Pero ahora ha renunciado a disputar el partido, como esos equipos modestos que, cuando acuden al Bernabéu o al Camp Nou, reservan a siete u ocho titulares para economizar esfuerzos. El alegato que hizo en el Supremo, más enfocado a convencer a los suyos que a los siete miembros del tribunal que van a decidir si le mandan 25 años a la cárcel, pone de relieve que su reino ya no es de este mundo y que ha decidido inmolarse por el bien de la causa independentista.

Las palabras del líder de Esquerra, pactadas con su abogado como las entrevistas que la revista corporativa le hace al director general, despertaron tan poco interés entre los magistrados que ninguno tomó notas mientras defendía la necesidad de entablar una negociación multilateral en la que el Estado español no deje su silla vacía. Dos horas de apoteosis del junquerismo místico y dialogante en las que el político confesó su amor por España y llegó a decir que los manifestantes que se concentraron ante la Consellería de Economía mientras era registrada hicieron tiempo entonando el Virolai, himno religioso dedicado a la virgen de Montserrat.

Nada que ver con el practicismo del exconseller de Interior, Joaquim Forn, que sabe que la victoria es muy difícil pero salió a disputar el partido como si llevara la camiseta amarilla del Alcorcón. Aunque para ello tuviera que convertirse en un funambulista imposible que se afanó en tratar de convencer al tribunal de que, aunque él ansía con todas sus fuerzas la independencia de Catalunya, como conseller de Interior no movió un dedo para hacerla realidad porque los Mossos d’Esquadra cumplieron escrupulosamente con la legalidad y la Constitución.

El hombre cultiva con esmero su figura de doctor Jekyll y míster Forn. Al mismo tiempo que asegura que la declaración de independencia fue únicamente “política” -y por eso se incluyó en el preámbulo de una de las resoluciones aprobadas por el Parlament y no en la parte de la disposición que es ejecutiva y vinculante-, mantiene viva su apuesta por el proyecto soberanista y se asoma como el candidato a la Alcaldía de Barcelona que representará a la bicefalia en la que la conviven el PdeCat y la Crida Nacional per la República.

Ese filo de la navaja en el que se mueve Forn es el mismo que atravesaron los miembros del Gobierno catalán en las horas previas al día del alcorconazo de 2017, cuando Puigdemont tuvo que elegir entre proclamar la independencia o convocar elecciones. Según el relato del ambivalente exconseller de Interior, la DUI se aprobó casi sin querer porque no fue publicada en los boletines oficiales y ningún representante de la Generalitat llegó a ponerse en contacto con los consulados en el extranjero para reclamar el reconocimiento internacional. De hecho, él mismo se despidió de sus subordinados sin saber si volvería a verlos la semana siguiente o el 155 le mandaría para casa.

Otra sensación que deja el arranque del juicio es que en este partido la acusación popular de Vox no le mete un gol ni al arco iris. Sus dos intervenciones, para pedir la prohibición de los lazos amarillos y para formular de cara a la galería mediática las preguntas que sus abogados habrían querido hacerle a Junqueras, han acabado en tarjeta amarilla. Su secretario general, Javier Ortega Smith, escandalizado por el hecho de que en este juicio se haga política al modo en el que Rick se quejaba de que en el café de Casablanca se jugara antes de recoger sus ganancias, tiró del recurso siempre fácil de quejarse del árbitro, en este caso Marchena. Un árbitro que revisa a cada paso la jurisprudencia internacional porque, como el Madrid con el que le comparó Eduard Pujol, sólo piensa en Europa.

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