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La política, esa cosa entre el yo y el nosotros

Detalle de la portada del cómic "Psychoanalysis” (1955)

Begoña Huertas

Escuchando los mítines y las declaraciones de esta primera tanda electoral, he prestado particular atención al lugar desde el que hablaban los candidatos y sus apoyos, esa primera persona que a veces es singular, “yo”, y otras plural, “nosotros”.  En principio es pura retórica, ya sé, pero merece la pena echar un vistazo.

  • Cuando Rajoy dice: “El PP está aquí a disposición de los españoles, no de los zascandiles” está hablando de un ente abstracto, el “PP”, que se enfrenta a un vosotros, “los zascandiles”, igualmente indeterminado. ¿Y dónde se sitúa ése que pronuncia la sentencia, es decir, el señor Mariano Rajoy? El presidente del Gobierno en este caso se queda en un cómodo “afuera”.
  • Muy al contrario ha utilizado el sujeto en primera persona Rosa Díez, que ocasionó la huida de casi todo el nosotros de UPyD hasta quedarse prácticamente a solas con su yo. Hay egos que no caben en ningún plural.
  • Por su parte, Albert Rivera llegó a afirmar que “Si Susana no echa a Chaves y a Griñán ni cogeremos el teléfono”. Al parecer la que haría la llamada sería una persona –encima sin apellido-, pero los que estarían al otro lado del aparato, miles.
  • Llamó la atención el discurso de Julio Anguita, que inesperadamente lanzó una segunda persona al ruedo, un “vosotros”. Yo sé lo que voy a hacer, dijo. Pensad lo que vais a hacer vosotros. Y no, no se refería a sus acólitos, que le aplaudían desde las gradas, sino a aquellos otros para los que nunca parece llegar -como decía ayer Maruja Torres- la gota que colma el vaso. (O miran para otro sitio con tal de no verla).
  • Las más de las veces, es cierto, se trata de crear un grupo heterogéneo que dé cabida a diferentes pero parecidas sensibilidades. Pero incluso ahí resulta interesante atender al sujeto, porque entre “Podemos” o “Se puede” lamentablemente es posible que medie un abismo (de egos).

En fin, de lo que no cabe duda es que siempre es importante saber desde dónde se habla, para poder saber también desde dónde escucharlo. Queramos o no, existe una tensión permanente entre uno y los otros, por no hablar de las contradicciones propias. 

Cabría preguntarse ¿es necesario parapetarse siempre detrás de ese nosotros? ¿No puede subir alguien a un estrado y hablar de los problemas que tiene con su marido? Claro que puede. O al menos debería no ocultar que habla desde ahí, y desde ahí es que utiliza ese ideal de nosotros, de bien común. Este año electoral hay mucha gente que no es “política de profesión” y que ha dado un paso al frente. Esas personas tendrán que vérselas con todo esto. Y también deberíamos confrontar ese toma y daca entre el yo y el nosotros los votantes. Lo real eres tú, lo ilusionante lo que te ofrecen. Los discursos pueden estar vacíos, lo que no puede estarlo son las cabezas de los que los escuchan. Por eso estoy a favor del crecimiento personal, no del crecimiento del número de partidos.

Quizás Montaigne, mejor que Freud, puede echarnos una mano. El filósofo francés se caracterizó por su voluntad de preservar su “yo más íntimo” huyendo del exterior y del nosotros. En un momento dado afirmó con toda tranquilidad que: “La principal ocupación de mi vida es pasarla lo mejor posible.”* La habitación propia de Woolf se quedó en nada ante la fortaleza de piedra y bajo llave en la que se atrincheró. Sin embargo, a pesar de ese carácter liberal, burgués, si se quiere egoísta, perezoso… y sobre todo hedonista, Montaigne participó en política y fue alcalde durante varios años. Quizás por fin en una frase suya mi planteamiento encuentre algún sentido:

“Es preciso prestarse a los otros, pero no darse sino a uno mismo”

Quizás en ese “prestarse” esté la clave: que el político sea un yo que se presta a un nosotros. O sea, que no dependa de ese plural para medrar personalmente. Prestarse un tiempo, no vivir a costa de los demás. Prestar un servicio, no atrincherarse en un despacho.

*Stefan Zweig, Montaigne, Acantilado

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