La elipsis comunitaria
Hace unos días leía una columna del periodista y escritor chileno Óscar Contardo. En él, tras diseccionar una entrevista en otro medio a un músico urbano chileno, el autor afirmaba que «la llamada música urbana», a contrapelo con respecto a los obituarios de unos y la incomprensión de otros, «es un síntoma bastante evidente de una forma de vida ignorada por los recientes discursos sobre la juventud, sobre todo por los de una izquierda esperanzada en un compromiso por lo colectivo, que repite consignas sobre Estado de bienestar o ideas afines, frente a una audiencia que no sabe ni tiene por qué saber en qué consiste tal cosa, porque nunca la vivieron, porque su relación con el Estado es poca y mala. […] La derecha, sobre todo la ultra, en cambio, tiene la ventaja de que puede hacer rimar su discurso individualista y su promesa de orden y de libertad condicionada por el ingreso monetario, con las expectativas de una juventud que perrea en balaceras, soñando con zapatillas caras y autos de alta gama».
Unas cuantas amigas nos reunimos y alquilamos una casa rural poco más allá de las fronteras de la Comunidad de Madrid para pasar este último fin de semana, el del puente. Había cierta diversidad de origen, pero todas pertenecíamos a un estrato social ahora relativamente similar, a un entorno compartido: recuerdo cómo Pablo afirmó en algún momento, y no recuerdo el porqué, que sólo él y yo veníamos de barrio obrero; ahora, eso sí, éramos las diez personas relativamente similares, joven “clase media” de desigual privilegio en los mundos culturetas. Y Sara contaba el hartazgo que le producía la tendencia de casi todos los ensayos publicados a hablar con la misma voz, fingir a través de las mismas palabras, fuera cual fuera el tema de partida: precariado, cognitariado, cuánto nos cansa el capitalismo, qué mal la destrucción del planeta; y verbalizaba lo refrescante que era cuando un ensayo, en lugar de empastarse con todos los demás, asumía su singularidad y hablaba de verdad de su tema.
A lo que quiero acercarme con estas imágenes poco esbozadas es a una idea general de atmósfera o de vibración sentimental compartida. En casi ningún momento de ese retiro hablamos de política; no porque la política no nos afectase, sino porque la política, creo, y comparándolo con otros periodos de nuestra historia reciente, ha perdido interés: ha dejado de ser un tema estimulante de conversación y se ha pasado al terreno del tedio, de los temas que tocamos sin pasión. Mi generación, como decía Contardo, es también un síntoma que oye consignas sobre cosas con las cuales su relación es poca o mala; peor aún, casi nunca riman los discursos que escucha.
En 2020-2021, y yo compré esa tesis, y aún a ratos sigo creyendo en ella, el repliegue que supuso la pandemia, la vuelta a hogares familiares y la movilización del Estado en una situación excepcional hizo que muchos pensáramos en un regreso estatista, en la posibilidad de que la necesidad de certezas en un mundo incierto diera lugar a la conciencia, aplausos a médicos mediante, de que nadie se salva solo. Siento hoy que todos esos discursos intentan remar contracorriente de forma imposible: lo que vino tras la pandemia no fue una mágica y magnánima conciencia de la necesidad de fortalecer los lazos que nos unen, de ser grupos y no individuos, sino terrazas, cañas, libertad y hartazgo; el resurgir de la comunidad fue más bien una elipsis comunitaria. Muchos teóricos —uno de los más excéntricos fue Bifo con su desarrollo sobre el tercer inconsciente, pero tampoco se quedaron cortos otros, y los hubo hasta más inmersos en sus propios lodazales teóricos, como Agamben— pensaron que el efecto de ese trauma moldearía a futuro nuestra conciencia colectiva o que incluso cambiaría su rumbo. ¿No aceleró, más bien, los deseos que en ella ya estaban? ¿Y acaso no seguimos sin saber cómo hablar, desde la izquierda o lo que sea que seamos, a aquello que de verdad deseamos y que somos incapaces de admitir?
Coda final. En los últimos me ha fascinado investigar sobre la figura de Dasha Nekrasova, una de las figuras del podcast estadounidense Red Scare. Su Wikipedia, además de relatar su aparición como actriz en Succession, la asocia con la dirtbag left (izquierda basura) y con el catolicismo tradicionalista. Su Twitter es una mezcla de shitpost, política, aesthetics y el típico Diógenes virtual de una generación. Cuando hago scroll, no dejo de pensar en lo cerca que está eso con la forma de mis tiempos —el contenido está siempre abierto a debate—, y en lo lejos que siguen los medios, la política y los discursos. Hablar para hoy, apunto, no es sólo hablar de los temas de hoy: es tomar el estilo del futuro. Y en ese estilo, me temo, hay por todas partes quien le lleva a la izquierda mucha ventaja.
25