Contra los que empuñan el manillar
Ayer asistí de nuevo al atropello de un peatón por un ciclista urbano. Era un hombre mayor que caminaba tranquilamente por la acera de la Diagonal. El tipejo que lo derribó ni tan siquiera se detuvo a levantarlo, salió corriendo como un cobarde mientras la gente le increpaba.
Hace 20 años me bajé de la bici por un hecho similar, otro atropello que me impresionó sobremanera. Circulaba por la calzada lateral de Rambla Cataluña, en Barcelona, cuando vi como un desalmado que empuñaba su bicicleta a toda velocidad por la acera central, reservada a los peatones, arrollaba a una niña que caminaba junto a su abuela.
El incidente me conmovió de tal manera que decidí colgar la bici. Desde entonces dedico buena parte de mi tarea divulgativa a apelar a la responsabilidad de los ciclistas urbanos, denunciar el incivismo de los que se creen dueños de las calles por ir sobre un sillín y promover un uso más solidario de este favorable medio de transporte tanto para la salud como para el medio ambiente.
Los usuarios de la bicicleta (que no ciclistas) que la usan para desplazarse a toda pastilla por la ciudad, sin distinguir aceras de calzadas, poniendo en riesgo a los peatones y atemorizando al personal, se han convertido en una amenaza directa a la convivencia y en los peores embajadores de la movilidad sostenible.
Me pregunto en qué nos equivocamos quienes nos subimos a la bici hace muchos años y empezamos a reivindicar su uso como alternativa para pacificar el tránsito y avanzar hacia una movilidad más sostenible y segura. Cómo hemos podido llegar hasta aquí.
Es posible que olvidáramos un asunto fundamental: el ansia. Pedimos a los conductores que se subieran a la bici, pero nos olvidamos de pedirles que abandonaran las prisas. De tal modo que, los que antes salían con un margen de un cuarto de hora para llegar al trabajo en coche, ahora salen en bici con un margen de cinco minutos. Resultado: las carreras son las mismas. Lo único que hemos conseguido es trasladarlas de la calzada a las aceras. Error. Horror.
Esa ansia por no llegar tarde se mantiene, por lo que muchos de los que ayer perseguían el segundero al volante lo hacen ahora empuñando el manillar de la bici. Por eso quizá sería bueno volver a empezar.
Analizar los usos y costumbres que han adoptado buena parte de los ciclistas urbanos y repensar la bici en la ciudad para evitar que el acoso de los incívicos al manillar haga que muchos ciudadanos consideren a la bici como un problema en lugar de una solución. Porque una cosa tiene que quedar muy clara: la bici es la solución, el problema es el ciclista incívico.
Bici sí, pero no con privilegio de paso. Bici sí, pero no desde la impunidad con la que algunos la manejan. Bici sí, pero no esas empresas de rutas a pedal para turistas que dirigen a sus clientes por las zonas peatonales del casco histórico asediando transeúntes con el timbre. Porque estar subidos a un sillín no nos hace superiores al resto. De un ex-ciclista urbano.