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El enemigo entra por la pantalla

La presidenta de la Comunidad de Madrid y candidata a la reelección, Isabel Díaz Ayuso, pronuncia un discurso mientras asiste a desayuno informativo este lunes en Madrid. EFE/Zipi

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Todo avisa y es esencial saber verlo. Enero de 2016. El entonces precandidato Donald Trump declara en Iowa: “Podría disparar a gente en la Quinta Avenida y me votarían igual”.  La influyente revista conservadora 'National Review' acababa de publicar una edición especial tratando de evitar el desastre. Todo un manifiesto titulado 'Against Trump' (Contra Trump) con editoriales de 22 destacados conservadores. Coincidían en advertir de que “nominar al magnate como candidato sería devastador tanto para el Partido Republicano como para el país”. Y no solo fue nominado, llegó a la Casa Blanca y fue tan devastador como para salir de ella por los votos, sí, pero acompañado de un asalto al Capitolio de sus fieles en brutal y grotesco episodio que ha cambiado Estados Unidos. Trump mismo pudo haber entrado en la sede del Congreso a tiros que sus correligionarios le hubieran exonerado de responsabilidad, porque algo así terminó ocurriendo.

Trump había dicho: 'muy poca gente lee eso'. Muy poca gente lee en general, mira aunque no vea. A las pantallas. Con portadas, encuestas, tuits, WhatsApp que le conducen. Con la televisión convertida en máximo instrumento de disuasión y convencimiento calculados. Apoyando sin pudor a sus favoritos y eludiendo ya escandalosamente al candidato molesto, en imagen y en voz.  

Pero ahí, en todas las pantallas españolas, está Isabel Díaz Ayuso con sus mentiras, su cinismo. El trumpismo encontró en ella la alumna más aventajada. Basta con carecer de escrúpulos y contar con un equipo que prepare frases simples, al modo tradicional de los nuevos fascismos. Una candidata que vuelva la verdad en mentira, acuse a otros de los errores propios y suelte escandalosas declaraciones para la sociedad del espectáculo. Y los medios lo publicitan sin el menor cotejo con la realidad. En el periodismo de declaraciones vigente, el este dice, el otro dice (si le dejan decirlo además) se meten trágalas terriblemente dañinas.

Ayuso dispone además de ese poderoso aparato del “atado y bien atado” que opera a sus anchas en España. Trump al principio también, al final reaccionaron algunos. Les Moonves, presidente y director ejecutivo de CBS dijo en 2016: “Donald Trump quizás no sea bueno para los Estados Unidos pero es una bendición para las televisiones”. Y sigue en el cargo. De eso se trataba. Como aquí. Vox era estupendo para la audiencia y Ayuso también como perla del disparate. Para la audiencia y para los negocios de una minoría, principal destinataria de este tipo de gobiernos. También es fácil identificar a quienes están en los cargos y puestos que la lanzan. Por contrato con las empresas. Casi habría que pedir que, si van a hacer política, se presenten a elecciones.

Las razones, las evidencias, palidecen ante la visceralidad de quienes buscan respuestas rápidas a sus problemas y a quienes caminan en manada por las sendas del odio lanzados contra los que contravienen el mensaje. Comunistas, ETA, Venezuela, los impuestos, el asalto a los pisos, los inmigrantes. De nada les valen los datos, no los escuchan, no quieren creerlos. Con derrotar “al coletas y su banda” les vale. Aunque les quiten lo esencial, hasta la salud. Hay unos cuantos que se la pueden pagar aparte. De hecho, Ayuso podría decir como leo y comparto: “podría dejar morir ancianos en la residencia y la gente seguiría votándome”.

“Es la primera vez que la derecha centra su campaña en la defensa de un estilo de vida autocomplaciente y donde todo se arregla con unas cañas. Frente a unos ”opresores“ que son la izquierda y sus ”colas del hambre“. Ayuso no tiene ni compasión cristiana por la pobreza. La banalización extrema de la política para vender anti-política y Estado-mínimo sin impuestos, ni servicios públicos, ni ética pública”, resume el sociólogo de la Universidad de Barcelona Xavier Martínez Celorrio. Con policía sí, siempre pide más, lo hemos podido comprobar.

Como el reducido grupo de quienes se benefician de sus medidas fiscales en detrimento de los demás ciudadanos. Textualmente. “La rebaja del IRPF prometida otra vez por Ayuso haría perder a Madrid 430 millones y beneficiaría sobre todo al 9% más rico”. Y la clave de nuevo: un 92-93% de la población madrileña gana menos de 60.000 euros al año. En ese porcentaje habrá gente que por televisión o radio termine creyendo que las políticas del PP le van a beneficiar, escribe Olga Rodríguez.

Nos desgañitamos de contarlo. Pero no escuchan, miran los muñequitos que se mueven en pantalla, oyen los mensajes que difunden. Las portadas, a diario. Sin duda, la mentira en política es tan antigua como la vida pero algo cambió cuando entró masivamente por multitud de fuentes banalizando a la propia sociedad y cuanto le concierne. Porque, al calor del capitalismo duro, se trataba de vender lo que fuera a cualquier precio.

Ayuso vende, como todo el histrionismo. Como el patetismo de Miguel Bosé o el de Victoria Abril, a quien le ha servido para ser llamada directamente a las cocinas de Master Chef de la televisión pública, RTVE, y renacer en la fama y el dinero. Para ambas partes contratantes.

Esto empezó hace mucho tiempo ya, causando estragos. En 2004 una de esas encuestas que hacen periódicamente algunas marcas infantiles descubrió por primera vez que casi el 80% de los niños querían ser de mayores “famosos” sin vincularlo a ninguna actividad. Se fueron acabando los bomberos y las enfermeras, los futbolistas y las profesoras de los clichés. Famosos para y por salir en la tele. Leo que ahora quieren ser youtubers, aquí y en EEUU. En España, las niñas volvieron a querer incluso ser princesas. Menos mal que a la luz del feminismo también aspiran a ser hasta científicas.

Para conseguir la fama es imprescindible aparecer en televisión o en alguna otra pantalla que amplifique el modelo. A partir de ahí se entra en la dimensión de la gallina de los huevos de oro. Aunque mucha veces sea efímera y se chafen todos. Pero la fama ya no está prioritariamente vinculada a valores como prestigio, reconocimiento o reputación. Es ser conocidos y esto se logra a menudo con actitudes histriónicas. Reinas del corazón incrustadas en reinados mediáticos de miserias morales, en particular los que se camuflan de informativos, a la par ya de figuras de la política. De toda la vida quienes más hacen por la humanidad, en la ciencia por ejemplo, apenas son conocidos en círculos concretos. Las mujeres en particular.

De ese cultivo nacieron los Trump y las Ayuso. Para canalizar en ira irracional el descontento y usarlo en su provecho. Lo peor es que tantas personas no sepan ver las trampas que les tienden en el gancho del espectáculo que convierte en trivial hasta lo más básico. Sin el menor miramiento. Lo trágico es que no sean conscientes de que en las urnas no se elige a los líderes de audiencia del prime time televisivo, sino a quienes han de gestionar los medios y la convivencia de todos. Porque avisa, y se ve, y puede ser evitado con los criterios de selección imprescindibles en este tiempo.

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