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El uno por ciento de Ayuso

Isabel Díaz Ayuso

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Hace algo más de un año Ayuso reprochó al Gobierno central que obligara a asumir sacrificios a la mayoría de la población para beneficiar solo al uno por ciento. Se refería con ese uno por ciento, unas 66.000 personas, a aquellas que podrían contraer el coronavirus.

Los recovecos del subconsciente son fascinantes, como bien comprobó Freud. Cuanto menos es llamativo que la presidenta que gobierna para una minoría de la población madrileña -para la elite más privilegiada- lamentase medidas que, según ella, solo beneficiaban a unos pocos. Es terrible que la candidata del PP en Madrid no comprenda la importancia de las políticas por el bien común ni entienda que es esencial evitar el colapso de los hospitales, algo que perjudicaría al conjunto de la población madrileña.

Recientemente Ayuso ha anunciado con entusiasmo una medida fiscal que rebajaría el impuesto de sucesiones y donaciones para herencias entre hermanos y de tíos y sobrinos. Afectaría solo a 11.000 personas, el 0,16% de los madrileños. No se trata por tanto de que el uno por ciento sea mucho o poco para Ayuso, sino de qué uno por ciento - o menos- estamos hablando. Si es el uno por ciento más rico o el uno por ciento más precario. Si es el uno por ciento con más acceso a privilegios o el uno por ciento más vulnerable.

Sin escuela y sanidad pública de calidad, sin ayudas sociales, sectores importantes de la población se ven condenados a vidas indignas, precarias, injustas y eso, en nuestra civilización, integrada por seres sociales, afecta a la convivencia y a la capacidad colectiva. Una sociedad con porcentajes de población abandonados por sus dirigentes tiene muchas menos posibilidades de prosperar.

Del mismo modo, una comunidad autónoma gobernada por dirigentes que desprecian a los sectores humildes de la población y que no hacen ascos al racismo, es un escenario proclive al odio y al deterioro de lo común. El PP de Madrid ha lanzado mensajes como mínimo ambiguos sobre las personas migrantes y tiene abandonada a la gente más vulnerables, que ha dependido de la solidaridad vecinal para evitar el hambre.

Este mismo fin de semana la presidenta madrileña afirmaba, sin compasión alguna, en referencia a su oposición política, que “necesitan Madrid para seguir con su hoja de ruta que es romper España, dividirla territorialmente y crean ciudadanos de primera y de segunda. De segunda, los mantenidos subvencionados que ellos crean como las colas del hambre para que la gente dependa de ellos”.

Las afirmaciones de Ayuso suelen contener implícita la idea de que la gente está muy mal informada. Solo así se explica que intente deshacerse de la responsabilidad que tiene su Gobierno en la llamativa falta de atención social que sufren tantas personas en la Comunidad de Madrid. Solo así se entiende que se atreva a insultar a los madrileños con necesidades básicas no cubiertas, llamándoles mantenidos y subvencionados. Las colas del hambre son aquellos lugares donde mucha gente que no llega a fin de mes ha encontrado ayuda, en movimientos vecinales que se han organizado ante el desastre en la gestión del Gobierno Madrid. Es indecente que se atreva a despreciar una solidaridad construida ante la falta de recursos públicos, ante la ausencia de medidas, ante políticas despiadadas.

Un 92-93% de la población madrileña gana menos de 60.000 euros al año. Entre ese porcentaje habrá gente que vea programas en la televisión o que escuche emisoras de radio a través de los cuales termine creyendo que las políticas del PP le van a beneficiar, a pesar de que esto no se corresponda con la realidad. Ni las medidas educativas de Ayuso, ni las sanitarias, ni las de vivienda, ni las fiscales, están dirigidas a atender los intereses de la mayoría. Todas las denuncias de Naciones Unidas a España por vulneración del derecho a la vivienda se refieren a casos registrados en la Comunidad de Madrid.

Hay en demasiados lugares del planeta una declaración de guerra contra los pobres a través del saqueo de lo público y del desprecio a los más vulnerables. El Gobierno madrileño del PP participa activamente en ella, con políticas que benefician a los que más tienen y que se asientan sobre la base de la desigualdad. En demasiados espacios mediáticos se minimiza su peligro, se normalizan sus consecuencias y se estigmatiza el voto a formaciones que defienden los intereses de la mayoría, con la voluntad de desmovilizar a sectores humildes que, si votaran, lo harían por partidos políticos de la izquierda.

Son esas personas de las localidades y barrios tradicionalmente trabajadores las que podrían determinar un vuelco en los resultados esperados en las elecciones madrileñas. Es a ellas a las que el PP de Ayuso desprecia con sus políticas. Cuando llegue la cordura a todos les gustará asegurar que llevaban tiempo participando de ella. Pero los retratos que está dejando esta campaña electoral madrileña serán difíciles de olvidar.

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