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Escucha el canto de la vida

Árboles del parque de El Calero, en Madrid.
24 de septiembre de 2024 22:13 h

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Era el lema de la actriz estadounidense Katharine Hepburn: “Escucha el canto de la vida”. Tenaz e inteligente, fue el prototipo de la independencia vital y de la rebeldía contra la mediocridad. Supo vivir con esplendor todas las etapas de su existencia casi centenaria, en la que no faltaron las desventuras, con trágicas muertes familiares, ni los amores imperfectos con amargas despedidas. La actriz, ganadora de cuatro premios Oscar, que consiguió que su cerebro fuera el principal motor de su belleza. Hicimos a su muerte un reportaje en Informe Semanal. En el fragmento que enlazo simplemente por su escasa calidad de grabación, lo explicaba: la clave está en escuchar el canto de la vida.

Es ese que se ofrece en retazos múltiples, hasta de personas desconocidas. De ellas, sobre todo. El Parque de El Calero, en el Barrio multicolor de la Concepción de Madrid, es uno de los más vivos que conozco. Plagado de árboles frondosos todavía se libra de ciertas voracidades municipales y se llena a todas horas de vecinos y usuarios. Aunque intentos por destruirlo ha habido y los han superado. Muchas personas mayores ejecutan allí su rutina de andar, a menudo apoyadas en cuidadoras migrantes. Hay gimnasia en grupos, o, más elaborada, en las barras. Familias enteras acuden. Numerosos niños conducen sus bicicletas sin pedales hasta aprender a mantener con sus pies el equilibrio. Múltiples figuras humanas pasean a sus perros de todos los tamaños, razas y humores. Es un Madrid mucho más real que el de los gritos y la codicia.

Desde el punto de la mañana, desde la madrugada incluso, la vida circula por los metros atestados, los autobuses, las carreteras, como en buena parte de las ciudades. Incontables viandantes se empapan de las radios de la mañana que traen las portadas envenenadas de la prensa, las envenenadas precisamente. Mi amiga Marta, enlaza en la Red X como puede -en el movimiento del transporte- hilos de los artículos que le gustan -Benjamín Prado, Javier Valenzuela, míos-. Es profesora, anoche acabó agotada y le espera una dura jornada. Como ella miles de personas en todo el país emprenden el día, tratando de sacar partido a la vida sobre los problemas, incluidas dolencias varias. Como Susana, todo el día de arriba para abajo, y a la vez empeñada en arreglar el mundo.

No todo es, ni mucho menos, la vorágine y las compras y la frivolidad que suena por los altavoces del consumo. Llega un día que a los paisajes cotidianos se incorpora el tratamiento de la salud, senda en la que andan muchos casi desde que nacen. Y, quién lo diría, otro lugar para oír el canto de la vida son los hospitales. Esas salas de espera para la analítica con 200 números por delante. En silencio. Con paciencia y el estómago vacío. Los andadores y las sillas de ruedas en el gran vestíbulo. Y muchas manos que se notan en apoyo. Miren esas manos, son una guía. Y las que se dan en las consultas con tantos excelentes profesionales de la medicina que se esfuerzan por encima de las dificultades. Y los grandes hitos de superación que acometen los enfermos que saben cuánto vale la salud y la vida.

Ayer, me prendé de una hija que atendía con una ternura inmensa a su padre anciano y perdido. Salieron de la sala para una consulta de neurología. Había vida ahí también, de la buena. La que no tuvo el anciano, de 86 años, que se precipitó al vacío al intentar huir por una cuerda de sábanas atadas de su residencia Domus Vi en Palma de Mallorca. Dicen los gestores que tenía perturbadas sus facultades mentales. Eran las 6 de la madrugada y solo se encontró cuando llegó la policía a una enfermera, la pobre, de las 15 previstas.

En las residencias de Madrid… ya saben lo que ocurrió. Y en otras. Y ahora todavía se les sirve a los supervivientes comida podrida. Eso es ya ruido de la vida, chirrido que no perturba a los poderosos que llevan la sartén por el mango hasta de los medios que pagan con nuestros impuestos.  

La España oficial a menudo nos produce un efecto de aullido ⁸ estridente que cruje, rechina, nos irrita, porque está hecho para ese fin. Sabemos ya sobradamente que el odio une y fideliza y los partidos sucios lo emplean. Lo principal es cómo oculta las deficiencias y las enormes trampas. El resultado es parecido: agotamiento, frustración y ninguna respuesta válida.

Israel ha emprendido su segundo genocidio simultaneo: tras los palestinos, los libaneses. Con el ánimo de extender el conflicto al polvorín de la zona y quién sabe si más allá. Nos preguntamos, como hace Patricia Simón en La Marea, ¿Dónde está la humanidad? si podemos seguir soportando tanta imagen de vidas… segadas. De niños… con toda la vida por delante. No podemos ni mirarlos porque nos cruje el dolor y la impotencia e Israel sigue matando, y sus cómplices lo siguen amparando e incluso pagando. Lo peor, si cabe, es que Israel aplica en Líbano el mismo patrón genocida. De nuevo en su punto de mira asesino niños, sanitarios y periodistas. Y hay que seguir denunciándolo porque se ha de evitar a toda costa el disparo que deja mudo el canto de la vida.

En esta portada de la cloaca mediática tienen claro de qué lado están: Israel, por su cuenta y la de sus aliados, “acaba con Hizbullá”. Segando vidas. Casi 600 y más de 1.800 heridos -solo en la última oleada de bombardeos- e incontables desplazados que huyen con lo puesto. Escribir ese titular es una forma de acabar con el periodismo. Y con la justicia si nos atenemos a ese otro mezquino “Es mi esposa” con foto de portada y marca de agua como si no supiéramos lo que se traen entre manos en el pack desestabilizador.  

La vida no es monocorde precisamente y ahí radica su grandeza. La que se pierden los timoratos. Cuantos más registros, más rica. Duele a veces, muchas veces, pero también te lleva a cumbres esplendorosas, a hallazgos y experiencias enriquecedoras. Hay que escucharla y aprender de ella cada día.

Mi descubrimiento especial fue el domingo por la tarde, en otro parque pegado a la M30: una pareja joven salía del jardín de juegos. El padre tomaba los dos brazos de su hijo mientras el bebé de apenas un año como mucho daba claramente sus primeros pasos en la vida. Ni sus progenitores se enteraron de cómo el crío me miró feliz y triunfante por la hazaña que estaba protagonizando. Es de mi equipo, le deseo con todo mi corazón que persista con esa fuerza en el resto del camino.  

“En ciertos aspectos, yo he vivido mi vida como un hombre, he tomado mis propias decisiones. He pasado tanto miedo como cualquiera. Pero hay que seguir adelante, no dejar de soñar y escuchar el canto de la vida”, decía Katharine Hepburn y creo que es un gran consejo al que acudir cuando se necesita.

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