España va de coña
Poco dura la alegría en la casa de la pobre política española. No hemos podido ni celebrar como se merecía el acuerdo entre PP y PSOE para renovar las instituciones que la derecha ha querido, como la derecha ha querido y cuando a la derecha le ha venido bien, con el impagable resultado de tener el Tribunal Constitucional más partidista de nuestra historia mientras en nombre de la independencia judicial no se toca la mayoría artificial popular en el Consejo General del Poder Judicial.
Ya estamos otra vez rodeados de agoreros otra semana más, España. Que si crisis en el Gobierno de coalición, que si ataques a la separación de poderes, que si tensión epistolar entre Meritxell Batet, la presidenta del Congreso, y Manuel Marchena, el presidente de la sala de lo penal del Supremo… No se depriman aún. Al contrario que la mayoría de mis colegas, donde ellos ven lío, crisis y follón, yo solo veo signos y señales esperanzadoras sobre lo bien que va todo.
Resulta tranquilizador comprobar lo fenomenal que tienen que ir las cosas en la economía española para que Nadia Calviño tenga tanto tiempo libre que pueda dedicarse a mandar emails para ver qué hacen los demás. Hay que estar realmente muy desocupado, pero con ganas de trabajar. No hagan caso a los pronósticos de organismos internacionales -más agoreros, solo que hablan en inglés-, la recuperación va tan disparada que la vicepresidenta primera necesita buscar cosas con las que entretenerse a falta de asuntos mejores o de más provecho que atender.
Aún mejor. La cosa política, económica y social en general debe ir tan soberanamente bien que el Gobierno en su conjunto tiene tiempo de sobra para andar poniendo tuits sobre malos rollos que hay en el ejecutivo como hacen las pandillas de amigos en Instagram, mandándose emails así como en plan “casual” reclamando competencias, preguntándose unos a otros aquello de “¿coordinas o trabajas?” o dando mítines en vez de ruedas de prensa para explicar a qué se dedican.
Que los socialistas sigan pensando que sus socios, sea en el gobierno que sea, son unos pardillos que tragan lo que les echen y van a aceptar siempre pulpo como animal de compañía, o que en Podemos aún crean que la política se hace en los medios y el gobierno se arregla a base de tuits, no son signos de inmadurez o de estulticia. Tampoco esta idea de que cuanto más se peleen con más entusiasmo van a acudir sus votantes a las urnas en dos años para dejar claro de una puñetera vez quién tenía razón. Ya se han convertido en tradiciones. Y los países que respetan así sus tradiciones siempre salen adelante.
Qué decir de lo bien que debe ir un país, especialmente su Justicia, cuando el presidente de su Tribunal Supremo no tiene otra cosa más importante ni urgente en su agenda en toda la semana que andar preguntándole al poder legislativo cuándo se va a ejecutar la sentencia de un diputado, condenado a la terrible pena de pagar una multa de 540 euros y no ser elegible durante 45 días. Si estuviera tan claro que se podía retirar el acta a Alberto Rodríguez, el presidente Marchena lo habría dicho en las dos cartas remitidas al Congreso. Pero así, dejándolo en el aire, nos entretenemos más, nos doctoramos todos en derecho y tampoco es que la Justicia o el Legislativo en España tengan mucho apuro o grandes urgencias que atender ahora mismo.
No digamos ya cuánto revela sobre el bienestar de un país que su Congreso no haya tenido tampoco cosa más relevante que resolver durante toda la semana que decidir si se le quitaba o no el acta a un diputado por una condena referida a hechos acontecidos hace nueve años. Nos quejamos de vicio. España no va bien, va de coña.
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