En España, hoy vuelve a ser siempre todavía
Daba el reloj las doce, que decía Antonio Machado (después inesperado protagonista del momento más absurdo de la investidura), y Pedro Sánchez salió al ataque ofreciendo Constitución, Constitución y Constitución frente a las derivas ultras y autoritarias. “La democracia tiene que dar seguridad”, y el candidato ofreció esa seguridad frente a la inseguridad de los que quieren acabar con la democracia. Antes de desarrollar un proyecto de país que firmaría cualquier progresista, con medidas ambiciosas en todos los ámbitos, atacó duramente a las derechas, a la ultra y a la que le ha abierto la puerta de las instituciones. Desglosó todos los ataques a la libertad, a la diversidad y a los derechos humanos y sociales que han traído los gobiernos conjuntos del PP y Vox para ofrecer, a cambio, un gobierno de izquierdas con una batería de medidas que incidirán positivamente en la vida cotidiana de los ciudadanos. Tras las políticas sociales, el modelo territorial, y de ahí en una deriva lógica y fluida, a la amnistía.
Y fue a las 13.17, después de más de una hora de discurso, cuando tocó hablar de este elefante en el hemiciclo, la amnistía. “Todo el mundo estaba pendiente de este bloque, pero no paran de hablar”. Habló él. ¿Por qué apuesta Pedro Sanchez por esta medida de gracia? Porque puede, tiene los votos para hacerlo, y porque lo necesita. Sin dudar de su constitucionalidad, que ya decidirá el Tribunal Constitucional, faltó la parte más difícil: convencer a la concurrencia, especialmente a los sufridos votantes socialistas que llevan más de una semana en un ay, de que también es buena para el país. Dos razones esgrimió el futuro presidente. La primera, salvaguardar un Gobierno de izquierdas frente a otro sostenido por la extrema derecha. La segunda, apostar por la convivencia y el cierre de heridas. “Seré un ingenuo”, dijo en un momento, cuando explicó su deseo de convencer a los independentistas de que España es un país formidable, también para ellos. A Sánchez se le pueden llamar muchas cosas, y de hecho se le llaman (él ya está curado de espanto), pero a nadie se le había ocurrido que pudiera ser ingenuo. Un animal político, un hombre con la suerte que da tener el don de la oportunidad, una persona que asume los cambios de opinión porque es más dúctil que un lingote de oro. Todo eso sí, y también un buen presidente con un proyecto de país necesario en el que no era necesaria la amnistía hasta que él lo consideró así.
Para que se cumplan las ingenuas previsiones de Sánchez, el suflé independentista tiene que bajar sin que suba el suflé de la derecha. Un equilibrio difícil. A los progresistas que están en contra de la amnistía les costará aceptar como necesario un artefacto cuya máxima virtud es su necesidad. El Gobierno que saldrá este jueves del Congreso no necesita más legitimidad que la que ya tiene, pero el ruido y la batalla territorial en las Comunidades gobernadas por el PP están asegurados. Lo dijo Alberto Núñez Feijóo, que no tardó ni un minuto en hablar de amnistía y avisar de una batalla contra el Gobierno en todos los frentes. Fue a saco. Acusó a Sánchez de fraude electoral y corrupción política y el resto fue tirar de la maldita hemeroteca y un no, no y no al candidato. El presidente del PP insistió en que la investidura ya se había producido muy lejos de la Cámara y de España, en Waterloo, y a escondidas, y se erigió en el defensor de esa España falsamente humillada, con un discurso inflamado e hiperbólico que hurta el debate sensato y moderado.
En las contrarréplicas se impuso la ligereza de Pedro Sánchez que, si ya tiende a quitar gravedad a los discursos, se encontró con que podía corregir al líder popular una cita que había hecho previamente de Antonio Machado. “Es lo que tiene buscar las cosas en Google”, dijo, en referencia velada a la relación de Feijóo con Marcial Dorado. No es mala siempre la ligereza de Sánchez, que tiene la risa más contagiosa del Congreso por verdadera. Pero la investidura corrió unos minutos el riesgo de descarrilar por el camino del absurdo y el improperio en el que llevamos instalados varios días. El mejor ejemplo, Isabel Díaz Ayuso, que desde la tribuna en la que estaba llamó “hijo de puta” a Sánchez cuando este se refirió al supuesto caso de corrupción de su hermano.
El discurso de Sánchez fue eficaz, el de Feijóo, bronco, pero vinieron a establecer el marco político en el que vamos a vivir en el futuro: una guerra del bien contra el mal. Para unos, el bien será el bloque que impide el gobierno reaccionario. Para otros, será la unidad de los que luchan contra un golpe de Estado comandado por Sánchez. La realidad es que el proyecto de país del gobierno progresista es sólido y protegerá y avanzará en los derechos de todos. La realidad, también, es que el precio que está pagando ese gobierno de izquierda es la amnistía y que, hoy por hoy, nadie es capaz de prever qué consecuencias traerá. La mayor víctima: la convivencia.
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