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La otra España

Protesta de agricultores andaluces en Sevilla

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Una de las radiografías más interesantes del escenario político andaluz la ha publicado en este diario el compañero Daniel Cela. Huyendo de esa mala costumbre cada vez más arraigada en este oficio de formular una pregunta al lector sin darle la respuesta, explicaba a dónde han ido los votos que el socialismo ha perdido en esta comunidad y que, según todos los sondeos publicados hasta ahora, difícilmente va a recuperar. Hay tres claves que explican esa debacle. La primera es la transferencia de votos a otros partidos. Hay un votante urbano al que no asusta el PP de Juan Manuel Moreno y es de justicia reconocerle el mérito porque logró ser presidente gracias a una extrema derecha que sí debería asustar y mucho. En el ámbito rural y de interior, en otro tiempo territorios fuertes del PSOE, Vox se afianza cada vez más. La tercera clave hay que buscarla en las heridas abiertas que dejó la etapa de Susana Díaz dentro del partido. Con este panorama se entiende que el reto que tiene el candidato socialista, Juan Espadas, es de los que en secreto de confesión se desean a los adversarios. 

La derecha y sus socios de la extrema derecha son especialmente hábiles en tildar de pijoprogresismo medidas imprescindibles en la lucha contra el cambio climático u otras diseñadas para evitar el despoblamiento de muchas zonas. Del mismo modo que una parte de la izquierda urbana es incapaz de plantearse que algunas de las reivindicaciones de los que viven fuera de su mundo están más que justificadas y no deben verse desde una óptica bucólica y estereotipada. Pasa en Andalucía pero también en otras comunidades donde dos maneras de vivir que deberían ser complementarias cada vez son más antagónicas. Esa fractura es terreno abonado para el populismo, sea el que promete que la independencia está en la esquina y resolverá todos sus problemas o el de la extrema derecha que traduce el trumpismo al argot hispánico.  

España es el tercer país del mundo tanto en kilómetros construidos como en proyectados o en construcción de líneas de alta velocidad, solo por detrás de China y Japón mientras vías únicas como la de Extremadura-Madrid son solo para valientes. Y eso que se trata de Madrid. Porque por más lamentos y propuestas que se lancen también desde el norte o el Mediterráneo, este sigue siendo un país radial en las infraestructuras y por lo tanto centralista en la concepción política y a menudo también en la mediática. Jorge Armesto recordaba hace un tiempo en un artículo muy recomendable que cerca del 60% de los ministros de la democracia obtuvieron su título académico en Madrid y la ciudad monopoliza la alta judicatura, el cuerpo de Abogados del Estado, el Consejo de Estado y muchos otros organismos que contribuyen a imponer una visión centralista y alejada de la España real. La estrategia procesista de Ayuso, pese a ser la comunidad con mayor inversión estatal ejecutada, no ayuda a serenar el debate que reclaman y con razón presidentes como el valenciano Ximo Puig, quien acertadamente habla de “la España de las Españas”, y que asociaciones de empresarios con sede fuera de Madrid secundan desde hace décadas.    

Si se acerca la lupa se comprueba que dentro de las comunidades pasa algo parecido. Los Cercanías para ir a Barcelona siguen siendo un suplicio y no quieran saber lo que es desplazarse desde las comarcas del Ebro o el Pirineo a la capital catalana, esas zonas que con muy poco atino se han bautizado como el ‘territorio’. 

Así que no basta con emocionarse viendo ‘Alcarràs’ y es un error pensar que los lamentos de muchos agricultores son las quejas de señoritos a caballo. Llámenle vacía o vaciada, pero esa España requiere ferrocarriles que funcionen y ganaderos a los que no se estafe a diario. El campo no necesita héroes, solo ciudadanos que puedan vivir allí.

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