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A qué esperamos para reaccionar

Los pantanos catalanes tienen reservas agua para 13 meses aunque siga sequía

José Luis Gallego

La cumbre de Bonn sobre cambio climático ha pasado sin pena ni gloria para la mayoría de informativos. Por lo que parece aquí seguimos pensando que lo del calentamiento global es algo que les está pasando a los demás y oye tú, ya se apañarán.

Sin embargo me atrevo a hacer desde aquí un pronóstico: a medida que avance -y está avanzando mucho más rápido de lo previsto- el cambio climático y sus consecuencias no solo abrirán portada, sino que tendrán sección propia en todos los informativos. Una información que será la más solicitada, la más trascendente. Al tiempo.

Porque el cambio climático está empezando a cambiarnos la vida y nos la va a cambiar aún más. Por ejemplo, poniendo en riesgo nuestro acceso seguro al agua potable: el agua de beber, de vivir. Aunque nosotros lo atribuyamos a otras causas.

Sequía histórica, la sequía del siglo, situación de emergencia, efectos dramáticos… Aquí sí que estamos en titulares: esto sí que nos parece relevante. Pero ¿por qué la llamamos solo por su nombre, sequía, y no nos atrevemos a ponerle apellidos? Porque los tiene: cambio climático.

Tal y como venimos informando en éste diario los períodos de recurrencia de los fenómenos meteorológicos extremos están siendo cada vez más cortos. Algo de lo que nos viene alertando el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC)  desde 1988, año de su creación.

Ya en el primero (1990) de los seis informes de evaluación (el último está en preparación), los científicos convocados por Naciones Unidas avisaban, con su famoso y prudente “it's very likely”, de severos y continuados episodios de sequía en regiones como el área del Mediterráneo.

En aquel primer trabajo los expertos señalaban que “en algunas regiones y ante un escenario hipotético de entre 1 °C y 2°C de aumento de temperatura, se produciría una reducción del 10% de las precipitaciones, lo que podría reducir entre un 40% y un 70% la escorrentía anual y tendría considerables consecuencias para la agricultura, el almacenamiento y distribución del agua y la generación de energía hidroeléctrica”. ¿Acertaban?

En España la temperatura media ha aumentado 1,5 grados desde que se publicó el primer informe del IPCC. De hipotético nada: lo clavaron. En el año hidrológico 2016-2017 las precipitaciones se han reducido un 14%. Más de lo que previeron. Seguimos para bingo.

Agricultura. Las cosechas han descendido este año hasta en un 80% en varias comunidades, perdiéndose en su totalidad en buena parte de los casos. Como consecuencia España va a tener que aumentar las importaciones de cereal más de un 40%. Los daños en la ganadería han sido incluso mayores, especialmente en la producción ecológica, donde se ha tenido que recurrir al pienso ecológico (carísimo) ante la falta de pastos naturales.       

Respecto al almacenamiento de agua estamos en mínimos históricos: 37% a día de hoy. La distribución empieza a verse afectada y cada vez son más los municipios de toda España que aplican restricciones en el servicio de abastecimiento de agua potable: Cercedilla (Madrid), Andavías (Zamora) o Aguadulce (Sevilla). Las restricciones podrían alcanzar en breve a las grandes capitales.

Y por último, aunque no menos importante, la generación de energía hidroeléctrica se ha situado en los niveles más bajos desde que se tienen registros, por lo que los costes de la electricidad y las emisiones de CO2 se han disparado en el último año.

Ante éstas evidencias y las que suceden en todo el planeta, quienes están por nacer nos preguntarán ¿pero es que no veíais lo que estaba sucediendo? Y sí -les responderemos- pero es que todo sucedió de repente. Y entonces nos tirarán los informes del IPCC a la cara.

Asistimos a huracanes y tifones de consecuencias devastadoras, a megaincendios que calcinan de golpe centenares de miles de hectáreas: en California, en Portugal, en Chile. Al aumento del nivel del mar y la evacuación de países-archipiélago. Al deshielo de los polos y el retroceso de todos los glaciares del planeta. A la descomposición de las barreras coralinas, la desaparición de las selvas, la explosión de las especies invasoras, las peores inundaciones y sequías…

¿A qué esperamos para reaccionar? Porque lo desesperante es que aún estamos a tiempo de evitar lo peor: por supuesto que sí. Para lograrlo debemos reaccionar todos a la vez, cada cual desde su ámbito: gobiernos, empresas, ciudadanos. Todos estamos llamados a librar esta batalla sino queremos perder la guerra y hacer de nuestro planeta un lugar inhabitable.

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