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Etología de la algarada de Ferraz

Manifestación ante la sede del PSOE en la calle Ferraz, el 9 de noviembre.

Antonio Maestre

11 de noviembre de 2023 22:21 h

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La revuelta del fascio contra la izquierda con la excusa de la amnistía es un evento esencialmente madrileño. La confluencia de aristócratas, escuadristas, pijos y lumpenato nazi conforma la sociología del nacionalismo español progolpista. No es nada que no conozcamos, los herederos con nombres compuestos de las familias que se beneficiaron económicamente del golpe de Estado de 1936 haciendo piña con desclasados, inadaptados, encargados de Mercadona e incels estafados con las criptomonedas. Una coalición impulsada y alimentada por la degradación purulenta de los complejos masculinos del hombre cis de mediana de edad que ya no comprende que no pueda tocar el culo a la secretaria sin acabar en el calabozo por agresión sexual.  

No es extraño que Santiago Abascal acuda a las movilizaciones de Ferraz para hacer acto de presencia y erigirse como líder mientras las cosas se mantengan encauzadas y sea sacado rápido por sus guardaespaldas cuando se intuya que sus fuerzas de combate en primera línea se preparen para comenzar los actos violentos. El objetivo es comenzar una estrategia de tensión a la italiana. El atentado contra Vidal-Quadras, que la policía vincula a sus relaciones con la oposición iraní que financió a Vox, fue rápidamente instrumentalizado intentando transmitir una equivalencia histórica con el asesinato de José Calvo Sotelo en 1936 porque, como dicen muchos de los alborotadores y golpistas en las redes sociales, necesitan un mártir. Están buscando una espoleta que sirva de acicate para que los salvapatrias cobardes que dicen estar dispuestos a derramar sangre, por ahora dicen que la suya, se atrevan a dar un paso más. No se dan cuenta de que la única vez que fueron capaces de llevarlo a cabo necesitaron de la participación de fuerzas extranjeras y, como me dijo un exvicepresidente que ahora jamás lo reconocería, no es que no quieran levantarse en armas, es que nos salva pertenecer a la UE y la OTAN de sus intentos golpistas. 

El fenotipo del manifestante golpista en Ferraz se puede diferenciar en tres especies. El aristócrata con tierras, el pijo con Helly Hansen y el nazi con ganas de ser aceptado. Cayetana Álvarez de Toledo marchaba por las calles de Madrid desde el Paseo de la Castellana a la calle Ferraz en el trayecto más largo hecho a pie por la marquesa de Casa-Fuerte. Al menos al margen de los paseos en la inmensa hacienda de su familia en Bahía Blanca (Argentina) que la clasista diputada narró con vergonzante épica en un artículo en El Mundo en el que exuda pijerío con tremenda pompa: “Las casitas de ladrillo están vacías. Una sirve de depósito de muebles viejos. De sus paredes todavía cuelgan las literas donde dormían los jornaleros”. Es fascinante verlos narrar la impudicia sin ser conscientes. Se convierte en sencillo desencriptar las prioridades de quien nació en esa cuna y goza de unos privilegios que no podemos ni imaginar para comprender por qué la primera vez que hizo una marcha para manifestarse es por una ley de amnistía sobre el procés. Durante el trayecto, la marquesa se juntó con otra especie de la fauna madrileña que habita el barrio de Salamanca, la señora teñida de rubio y bandera franquista anudada al cuello como recuerdo nostálgico de su tiempo aprendido por la familia en la sección femenina. Aristrocratada y preocupaciones burguesas unidas por un furibundo anticomunismo. Porque la amnistía es una excusa, se movilizan contra la pérdida de la exclusividad del poder en 1975. 

Los padres y abuelos de esta alta burguesía tienen descendencia. Mucha. Opusina descendencia. La estirpe de adolescentes con chinos, náuticos y chaleco acolchado vive estudiando ADE en la San Pablo CEU y soltando machistadas en el Ahúja. Esta especie es fácilmente reconocible por llevar de uniforme los polares de Helly Hansen de 200 euros la pieza más barata. Una minucia económica para ellos que se ha convertido en referencia en el barrio de Salamanca porque el logo es HH y consideran transgresor poder llevar el acrónimo de Heil Hitler como símbolo, una emulación del tonto de Mario Vaquerizo llevando una camiseta de “una, grande y libre”. 

“Hijos decadentes de una burguesía ahíta y agotada, dispuestos tal vez incluso a arriesgar sus vidas, pero no a hacerse la cama ellos solos”, esta definición de Scurati para los escuadristas seguidores de Mussolini tendría sentido en su momento y es muy trasladable a lo que hemos visto en Ferraz estos días por parte de los que venían a “puto defender” España, con la excepción de que no están dispuestos a arriesgar sus vidas del mismo modo que hacer sus camas. Tuvimos un ejemplo cuando dejaron de defender España de sus enemigos porque comenzaron a caer cuatro gotas de lluvia y corrieron a refugiarse en los bares que permanecían abiertos por la zona. 

La burguesía y sus nenes siempre necesitan soldados para no mancharse las manos. Es ahí cuando aparecen los escuadristas. Los camisas negras de la burguesía madrileña son una estirpe defectuosa. Los desarraigados que acaban en grupos ultras y neonazis son una amalgama decrépita de hijos de abogados con querencias franquistas, que suelen acabar liderando los grupos, y desclasados de clase obrera, lumpenproletariado con imposibilidad para socializarse, que se creen que sometiendo a los que tienen otro color podrán tener una vida menos mísera. La sociología de la participación en grupos nazis suele ser una mezcla de tipos listos con lecturas que pastorean a personajes límite cuyo único talento es encontrar con facilidad ciclos para pincharse en el gimnasio y necesitan que alguien les dé una palmadita en la espalda para no sentirse como el desecho que son. Esta chusma coaligada, con sus comportamientos risibles incluidos, no la hace menos peligrosa. A lo largo de la historia siempre hubo una confluencia de intereses entre la intelectualidad de clase privilegiada, empresarios, niños bien y hordas proletarias sin conciencia de clase para sí. Es la urdimbre del fascismo y no conviene minusvalorar su capacidad de destrucción. 

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