La Europa de la generación X
Emmanuel Macron es el Usain Bolt del liberalismo. No solo ha ganado las elecciones trece meses después de montar su partido (que, por cierto, lleva sus iniciales: E.M.), es que las ha ganado a los 39 años. Esto, que puede parecer baladí, tiene una importancia crucial. O podría tenerla.
Por primera vez, un presidente de la República se ha formado en los valores democráticos con He-Man y Dragon Ball. Por mucho que trate de ocultarlo tras esa cara de Bartleby el escribiente, el nuevo líder de Francia está más influido por Nirvana y las Tortugas Ninja que por mayo del 68, y solo Dios sabe cómo semejante background se reflejará en el devenir de Europa.
Macron pertenece a la penúltima tanda de la generación X, la del walkman y la Encarta, la de Maradona y Van Damme. Su magdalena de Proust son los Doritos. En su memoria sentimental están grabadas a fuego las patadas voladoras, ahora tan caras de ver en los blockbusters, y aquellos módems que chiflaban durante una eternidad. La deconstrucción del mundo le pilló a una edad a la que todavía se aceptan bien los cambios (tenía 24 años cuando cayeron las torres y cuando el genoma humano fue secuenciado).
En ese sentido, y probablemente solo en ese, Macron es de los nuestros (de los míos, por lo menos). Eso me gusta, me hace pensar que su concepción del mundo no puede resultarme totalmente ajena (como sí me ocurre con, por ejemplo, Mariano Rajoy, quien, cada vez que se pone unas gafas de realidad virtual, parece recién llegado de Invernalia). Cuando veo a Macron, me pregunto si tendría el Donkey Kong; si se lo pasaría; si, ya entonces, trepando con el mono y esquivando barriles, se diría: “Me haré socialista y luego, cuando se me pase, guiaré el rumbo de Europa”.
Macron es el único treintañero del mundo a quien le tocan la Oda a la Alegría a su paso. Y no porque sí, sino porque él lo ha pedido. Ahí radica el auténtico y genuino poder, ese que te permite elegir el himno más ampuloso jamás compuesto para que suene en tu honor (y luego, si eso, en honor de Francia y de Europa).
Algo así, supongo, es lo que persiguen Iglesias y Rivera, nuestras dos estrellas políticas de la generación X (aquí, por avatares del marketing editorial, generación Nocilla). Como Macron, también ellos se han tenido que inventar sus propios partidos para poder llegar a algo. Emprendimiento llaman a eso los gurús del desempleo.
Por desgracia para ellos, ni Rivera ni Iglesias serán presidentes de país alguno antes de cruzar la barrera de los 40. Es una lástima porque sospecho que, más allá de ideologías, cualquiera de los dos se entendería bien con Macron. Quizá sea justamente eso lo que necesita Europa ahora mismo: una nueva generación de varones blancos con una autopercepción manifiestamente desviada rememorando aquellas patadas voladoras de su infancia.