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El desafío político de comprender Europa

Imagen de archivo del Parlamento Europeo.

Mariola Urrea Corres

Profesora Titular de Derecho Internacional Público de la Universidad de La Rioja —

A muchos kilómetros de lo que entendemos geográficamente por Europa y, sin embargo, en territorio francés, se puede comprobar sin dificultad las ventajas de contar con el estatuto de ciudadanía europea en una región ultraperiférica de la Unión. Basta con constatar, una vez el avión ha aterrizado, cómo la falta de controles en frontera para los europeos facilita un acceso rápido a este paraíso –tan apreciado para recién casados– sin más molestia que la de mostrar el pasaporte como forma de identificación personal.

En un momento de crisis profunda sobre la utilidad de Europa reconforta testar el alcance de los beneficios de un proyecto de integración como el que hemos sido capaces de imaginar los europeos para superar las limitaciones del Estado-nación y poder así administrar de una forma democrática los desafíos de la interdependencia.

Estas reflexiones, que surgen de manera intuitiva mientras los informativos locales dan cuenta de la primera vuelta de las elecciones a la Asamblea Legislativa francesa celebrada aquí al 3 de junio, encuentran el contexto que les dota de verdadero sentido y profundidad en la lectura, tan oportunamente escogida para acompañar este viaje, del último trabajo de Daniel Innerarity: La democracia en Europa (Galaxia Gutenberg, Madrid, 2017).

Se trata, sin duda, de un libro que recomiendo de una forma particular a quienes tienen (o aspiran a tener) responsabilidades de gobierno en una España atascada en lo plurinacional cuando el mundo nos exige un enfoque postnacional. Más aún, me atrevería a decir que este libro resulta imprescindible para formarse juicio razonable sobre el momento crítico que atraviesa la Unión Europea al avanzar algunas claves que permiten su mejor entendimiento y aceptación futura.

Europa es una construcción democrática compleja que ha permitido superar las categorías políticas vinculadas a la lógica de la estatalidad, aunque todavía no ha encontrado la fórmula explicativa que haga de este proyecto de integración algo inteligible para los ciudadanos, que facilite una adecuada atribución de responsabilidades y una eficaz rendición de cuentas. Estas dificultades han articulado hasta ahora las críticas al proyecto europeo en torno a un pretendido 'déficit democrático' cuya existencia no negamos.

Sin embargo, sobredimensionar este problema desenfoca, según la tesis de Innerarity, la atención sobre la urgencia de configurar nuevas referencias conceptuales que ayuden a interpretar, con más precisión, el alcance de la construcción europea como herramienta capaz de satisfacer las expectativas de resultado y participación de esa 'comunidad de afectados' que constituyen los ciudadanos europeos.

Pues bien, desde el rigor académico con el que este trabajo está concebido, pero sin refugiarse en un lenguaje obstruso, el autor reivindica un 'momento teórico' para Europa. Se apunta como necesario una innovación conceptual que permita acomodarnos adecuadamente a la realidad política de un proyecto que cumple ahora 60 años.

De hecho, es este 'déficit cognoscitivo' de la Unión el que, a su entender, desencadena la principal dificultad para enjuiciar, de forma ponderada, la naturaleza democrática de un sistema político complejo e innovador como el europeo, capaz de constituirse, aunque todavía muchos lo desconozcan, en el “verdadero laboratorio para ensayar una nueva formulación de la identidad, el poder o la ciudadanía en el contexto de la mundialización”.

Para superar este obstáculo que tanto contribuye al descrédito europeo en momentos de incertidumbre, el autor nos advierte del riesgo de aproximarse a la dimensión supranacional desde categorías explicativas propias del ámbito nacional. Este desacertado enfoque ha producido sentimientos de desconfianza y de pérdida de utilidad hacia el proyecto europeo, dando lugar a manifestaciones de decepción y rechazo. Como consecuencia de todo lo expuesto, existe el riesgo de replegarse en un espejismo de seguridad en torno a una concepción familiar de soberanía nacional que, sin embargo, solo existe en la imaginación de los nostálgicos de un mundo que ya nunca volverá a ser igual.

Desde este planteamiento, parece evidente que fortalecer la naturaleza democrática de la Unión Europea exige reescribir las cartas de navegación con las que los Estados y sus ciudadanos se han orientado en la integración europea. Necesitamos, pues, salir de nuestra zona teórica de confort, asentada en pilares de estatalidad, para ir construyendo la definición de una teoría política que haga inteligible el proyecto de integración supranacional y, en consecuencia, permita una aceptación ciudadana del modelo de europeización (polity) sin que ello implique renunciar, llegado el caso, a una crítica profunda sobre los resultados que se alcancen en ese nivel supraestatal de autogobierno (policies).

Conviene tener presente que nadie está en disposición de poder validar democráticamente aquello que no entiende. Más aún, resulta difícil encontrarle sentido a un fenómeno transformador como la Unión Europea a partir de viejas categorías políticas creadas para explicar precisamente aquello que ahora pretendemos superar. De ahí que resulte imprescindible acordar el marco teórico que fundamenta actualmente la Unión para, a continuación, poder impulsar la revisión de las políticas europeas sin caer por ello en falacias populistas que tanto seducen electoralmente a amplias capas de una sociedad desorientada frente a la gestión incierta de los riesgos comunes.

En definitiva, el futuro de la Unión no parece depender ya del viejo mantra del 'más Europa'. Ni siquiera del renovado 'más Europa ¿para qué?'. No se apoya en el éxito del pasado, sino en la oportunidad que inspira un futuro compartido. Por ello, debemos encontrar la fórmula que haga comprensible para los ciudadanos un proyecto de integración democrático y complejo, en virtud del cual cedemos voluntariamente espacios de soberanía con el propósito de recuperar poder en un mundo de interdependencias. Que el objetivo sea aceptado, requiere acordar, de forma perentoria, las nuevas categorías que traduzcan una realidad jurídica y política postsoberana y disruptiva como la que nos propone hoy la Unión Europea.

El desafío no puede ser más atractivo. Abordarlo con éxito exige el esfuerzo compartido de una innovadora teorización académica, una práctica política vanguardista y una aceptación ciudadana, resultado de haber comprendido en toda su dimensión el proyecto europeo. Aunque nadie puede asegurar que el empeño transcurra en perfecta armonía, parece obvio que el fracaso está en el mero hecho de renunciar a intentarlo.

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