¿Es Feijóo Estela Plateada?
Vivimos en un país de solitarios. Nuestro último atracador legendario se hizo llamar así, el Solitario. En sus asaltos a los bancos, en su actuar como un lobo perseguido en el ocaso, “¡Al lobo!, ¡al lobo!” (lo vimos hace siglos en El Hombre y la Tierra), hay un trasfondo político, que luego va a encontrarse, exactamente de la misma manera, en el personaje del profesor, de la serie La casa de papel. Hoy, la izquierda es un Bella Ciao, una canción de saludo convertida en canción de despedida. En castellano, hay muchas palabras que significan lo contrario de lo que quisieron decir en otros idiomas. No entendemos el mundo.
Alberto Núñez Feijóo tampoco entiende el universo mundo; pero lo atraviesa, del uno al otro confín, en su tabla de surf intergaláctica, donde solo puede ir él, porque si se sube otro se cae. La diferencia entre Feijóo y Estela Plateada es que el héroe del cómic iba a quedarse así de solo a cambio de salvar su planeta, y luego se haría amigo de los terrícolas. Cuando, en la inmensidad cósmica, sólo te queda el consuelo de los habitantes del recóndito planeta Tierra es que algo va tan mal como cuando, tras la inmensidad de unas elecciones generales, sólo te queda la compañía de Vox.
“Un paraíso no ganado es como una tierra de sombras”, dice Estela Plateada, que siempre habla así, con pompa y circunstancia. La gente, cuando se queda sola, dice cosas raras. Por ejemplo, dice: si no puedo gobernar la legislatura entera, déjame, por lo menos, dos años. Sin embargo, detrás de esta propuesta, más que la de Estela Plateada, vibra la oratoria de Manolo Gómez Bur cuando exclama: “¡un respeto, señora, si no como hombre, al menos como huevero!”. La frase procede de la película Las que tienen que servir. El PP no tiene que servir a nadie, pero intenta hacer creer que también defiende los intereses de quienes tienen que servir. En realidad, es doña Patro, del dibujante Escobar, pasándole revista a Petra, criada para todo. De ambas vienen las dos pes del Partido Popular.
En nuestro cine, Estela Plateada es Manolo Gómez Bur. Del mismo modo, también hay mucho de Gómez Bur en Alberto Núñez Feijóo. Ambos fueron hippies de barco una vez al año, sin que les hiciera daño, y tanto el uno como el otro han protagonizado una venganza de don Mendo. Don Mendo es nuestro Galactus. La única arma con que Estela Plateada puede vencer a Galactus se llama el nulificador supremo.
Esa sensación de vivir desfallecido, de persona que no va a estar a la altura del titánico esfuerzo que requiere toda lucha final, figura en los personajes de Gómez Bur del mismo modo que se percibe en el carácter de Feijóo. Los dos han sido víctimas accidentales de un nulificador supremo. Como en Estela Plateada, también se extiende ante Alberto Núñez Feijóo un paraíso no ganado. Un exilio, una tierra de sombras que envuelve infinitamente todo lo que no es gobernar. Eso le sucede porque Feijóo no es un hombre de acción, ni tampoco un ideólogo. En este aspecto, es todo lo contrario de Estela Plateada. Este súper héroe concentra una mezcla de acción y reflexión, que viene del Discóbolo de Mirón, y del Pensador de Rodin. Son estas dos esculturas las que, a Estela Plateada, le dan esa forma y entidad gráfica, que van a plasmar los dibujantes Jack Kirby y, aún más, John Buscema.
A Núñez Feijóo no se le puede poner a la entrada del Infierno, como se encuentra el Pensador de Rodin; al contrario, Feijóo necesita salir de ese infierno. Lo están achicharrando, con lo tranquilo que estaba en la ría. Se siente más cómodo Feijóo en el Purgatorio, donde nadie sabe si subirá o bajará. Feijóo es un Estela Plateada donde lo blanco lo pone el Albariño. Para esteliplatizarse verdaderamente, debería escuchar más rock sinfónico, podría encomendarse, por ejemplo, a la Premiata Forneria Marconi, que cantaba: “no te preguntes si un día todo cambiará, empieza a hacer algo, y cambiará, contigo, cambiará”. El rock sinfónico era la autoayuda de los fumetas.
Sin embargo, nadie como Feijóo arrostra el destino trágico del héroe. Ni siquiera Estela Plateada. Feijóo es un personaje de Esquilo, le falta la francachela olímpica de Eurípides; pero lleva dentro la semilla de Shakespeare. Feijóo es un antiguo de los que perecen por su mala suerte, mientras escuchan ocultos tras las cortinas. Eurípides está, más bien, en Pedro Sánchez. El presidente en funciones tiene claro que incluso los dioses son meros intérpretes de sus personajes. Pero, sobre todo, sabe que es su propio papel lo único que merece la pena ser desempeñado. ¿Cómo se ejerce su papel? En el libro de René Kraus, La vida privada y pública de Sócrates (Arpa, 2022), queda muy claro: “Parecer feliz era la ley primera de una vida prudente en Atenas y Pericles sabía muy bien que debía buena parte de sus triunfos a la creencia de sus conciudadanos de que era un hombre afortunado”. Sánchez nos hace creer que tiene buena suerte, y por eso la tiene.
Bajo la americana, siempre recta (la suya es una rectitud de traje, comunicada a través del traje), guarda Pedro Sánchez un baqueteado Manual de los Jóvenes Castores. Es un político habilidoso. Ha aprendido a convertir un palo en un tótem, a enviar mensajes escritos con tinta invisible y sabe la manera de enseñarle las notas a tío Donald cuando le han puesto un cero. No hay nada de trágico en Pedro Sánchez.
Ni siquiera cuando Tezanos le consagró aquella biografía laudatoria, tan de amigo (Pedro Sánchez. Había partido: de las primarias a la Moncloa, Catarata, 2022), su autor, buscando al héroe trágico, no pudo ir más allá de la épica. Nos muestra a Pedro Sánchez llorando cuando va a dimitir de su liderazgo en el partido. Pero así ha sido el héroe español desde siempre. De esa misma manera empieza, in media res, por unas páginas que faltan, el Cantar de Mío Cid: “De los sos ojos tan fuertemientre llorando / tornava la cabeça e estávalos catando”. Y desde muchas páginas antes de llegar a la mitad de su libro, Tezanos se referirá al biografiado, una y otra vez, llamándole campechanamente Pedro, como cuando la revista Súper Pop contaba cosas de los Pecos. La épica es a lo trágico lo que el caballero blanco del detergente Ajax a Ivanhoe. Esto significa que lo épico sólo sirve para jugar a lo trágico.
El destino político y trágico de Feijóo es el de un personaje de serie antigua. Demasiado flojo para tener un papel en Los Intocables (como mucho, el de cobrador con visera en un garito de apuestas clandestino), tendría que conformarse con ser un hombre del manco en un capítulo de El Fugitivo. Quizá, alguien que sabe lo que pasó, pero que no lo va a decir nunca. No hay silencios como los de los partidos políticos. La mejor narrativa hispánica de los execrables tiempos del franquismo brilla en la hoja de calendario que ahora estamos viviendo, hecha de días vacíos a la espera de formar gobierno, bajo el tedio de que todo pase, mientras tanto, en otra parte. Hoy, lo que no es Tiempo de silencio es hablarle a un muerto, como en Cinco horas con Mario. Era muy buena la literatura desarrollista del segundo franquismo, el del plan de Estabilización.
Para qué servía el plan de Estabilización nadie lo supo entonces, hasta que, en plena Transición, nos lo descubrió el grupo Tequila cantando: “lo que necesito es un trago para poderme estabilizar”. Lo que no sepa el pueblo llano, que vota mil partidos diferentes a la vez. Ya lo dijo Demóstenes (el orador griego, no el amigo de Don Gato), contemplando la Acrópolis de Atenas, camino del exilio: “Reina y señora de la ciudad, ¿por qué te complaces en tres terribles fieras: la lechuza, el dragón y el pueblo?”, (Plutarco, Vidas paralelas, Planeta, 1990).
20