El franquismo es un fantasma que pide exorcismo
Veo una fotografía de hombres con patillas y pantalones acampanados, Seats 600 y 1500, mujeres con peinados cardados, caras serias... Y pienso: “Los años del franquismo final y la Transición”. Sin embargo fueron años marcados por una crisis económica originada por una crisis del mercado mundial de petróleo y eso tuvo consecuencias importantes en nuestras vidas. Puede mucho la memoria afectiva y la sociedad recuerda más las crisis políticas. Cuando se juntan, es casi inevitable que la crisis económica anteceda a la crisis política, crean gran ansiedad y lo que más se recuerda es la inestabilidad política.
Seguramente cuando pasen veinte o treinta años quienes aún anden por aquí, si contemplan unas imágenes de hoy, si vuelven la vista atrás, es posible que cuando recuerden estos últimos cuatro se refieran a “la época de la crisis”. Una crisis profundamente refundadora. Cuando la economía, es decir los mercados financieros sojuzgaron, humillaron y cambiaron la estructura económica y social para resultar una sociedad más injusta. Aquella época en que las sociedades europeas perdieron su identidad, su modelo de estados protectores, para que su economía pudiese competir en el mercado mundial. Deberíamos verla como el momento en que tantas personas perdieron el trabajo, la vivienda, el futuro de sus hijos... Ojalá esta perspectiva podamos dejarla atrás en poco tiempo pero es posible que así nos recordemos. Sin embargo, es más probable que digamos “fue cuando finalmente se vino abajo todo el tinglado de la Transición”. O bien “fue cuando se dio al fin la ruptura con el pasado franquista”.
Porque el franquismo quedó atrás y bien atrás pero constatamos que pervive un gas franquista que nos rodea a todos, que envuelve cada debate social o político. En España parece normal pero no lo es que en cualquier conversación trivial o seria acerca de cualquier asunto público inevitablemente nos referimos al franquismo, unos afirmarán su pervivencia y otros lo negarán. Se trata de un fantasma inaprensible, pero recurrente y ubicuo, que no se quiere marchar y no lo hará hasta que se le haga un exorcismo.
El exorcismo tendría que ser, creo yo, un nuevo pacto constitucional, pero esta vez sin la amenaza del Ejército. Un verdadero pacto que, a diferencia de los de la Transición, se haga en verdadera libertad. Ese nuevo pacto por fuerza tiene que reflejarse en una nueva constitución. Cualquier reforma de la vigente, nacida de circunstancias muy distintas a las actuales, será una chapuza jurídica que no solucionará el problema político: nadie se cree el argumento vigente en que se basó la democracia de la Transición porque la sociedad ha madurado. Es necesaria una regeneración política, esta Constitución está muerta.
Lo paradójico del caso es que quienes le dieron la puntilla fueron los miembros del Tribunal Constitucional cuando cerraron la posibilidad del encaje político de Catalunya, y la mayor parte de la ciudadanía catalana pasó página desde ese momento. Sin embargo la situación ya era grave pues los dos partidos que sostuvieron esta restauración de la monarquía estaban ya en crisis, uno aplastado en el Gobierno por la crisis económica y sus actuales dificultades para renovarse y renovar su contenido político y el otro porque, además de su incapacidad para romper con el franquismo, a estas alturas ya nadie puede negar que estaba profundamente corrompido desde sus inicios. Es imposible cerrar los ojos.
Pero fue la Casa Real la que iluminó la situación y creó la imagen definitiva de la crisis del sistema político. Han pasado décadas desde el último golpe de estado y la sociedad ha perdido el miedo al Ejército, ese miedo fue el factor absolutamente determinante para que hasta hace bien poco no se cuestionase nada esencial. La figura del rey, la Casa Real, la Monarquía misma está cuestionada por la sociedad y eso no tiene vuelta atrás. Un rey que reina sin haberlo decidido la población y sin autoridad moral carece de autoridad política. Su legitimidad y la fuente de su poder viene del franquismo. Por mucho que se vista con ropajes lujosos eso no hay quien lo cambie.
Lógicamente los poderes no democráticos, los poderes fácticos que no nacen de las urnas, están actuando ya para que el sistema político actual cambie lo menos posible en aras de mantener la máxima estabilidad. Se expresan a través de las grandes empresas de comunicación y apuestan, unos, por reforzar la figura del rey actual y, otros, por recomendar la abdicación en favor del príncipe actual. Puede que lo consigan, tan probable como que no. Pero si me preguntan diré que república o monarquía parlamentaria tienen que tener su legitimidad en la ciudadanía. No en Franco ni en el Ejército, porque entonces eso no es una democracia.