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Ganó Petro: sucedió lo imposible; ahora viene lo difícil

El presidente electo Gustavo Petro celebra con su esposa,  Verónica Alcocer (c), y su formula a la vicepresidencia, Francia Márquez (der.), el triunfo en las elecciones.

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Colombia vivió este domingo un seísmo político de consecuencias impredecibles. Por primera vez, un izquierdista ganó las elecciones presidenciales, rompiendo un tabú que hacía del país una excepción en Latinoamérica. Por primera vez en 134 años, en un país fuertemente centralista, un candidato oriundo de la Región Caribe se sentará en el solio de Bolívar. Por primera vez, en un país manejado tradicionalmente por una élite racista y clasista, una mujer afrodescendiente y de extracción humilde será vicepresidenta. Y, por primera vez en este siglo, el vencedor no ha sido el ungido por Álvaro Uribe, el poderoso expresidente que ha dominado la escena política colombiana de las últimas dos décadas (Juan Manuel Santos también fue puesto por Uribe, aunque luego se enemistó con su mentor por cuenta del acuerdo de paz con las Farc). Hay quienes ven en el resultado electoral el comienzo del fin del uribismo.

Pero quizá lo que más sorprende a muchos colombianos es que Gustavo Petro haya podido ganar. Los analistas sospechábamos que los sectores más reaccionarios del establishment no aceptarían de ningún modo que un “guerillero” -como siguen calificando a quien abandonó la lucha armada hace tres décadas y mantiene desde entonces un compromiso impecable con la democracia- llegara a la presidencia. Que lo impedirían de cualquier modo, llegando incluso al magnicidio si hiciera falta, como había sucedido en el pasado con varios candidatos de izquierdas. Sin embargo, tras una campaña virulenta, en la que las filas de Petro fueron infiltradas durante ocho meses y cientos de horas de conversaciones se publicaron en determinados medios hostiles, la jornada electoral discurrió con admirable normalidad y el candidato del Pacto Histórico proclamó su victoria sobre el populista Rodolfo Hernández. Fue un triunfo arduamente buscado: ya se había presentado sin éxito como candidato en dos elecciones anteriores, la última contra Iván Duque en 2018. 

El resultado de los comicios marca el fin de una era en Colombia, que algunos analistas remontan al inicio de la vida republicana, y el comienzo de otra, llena de interrogantes. Ya en la primera vuelta de las elecciones, los colombianos habían lanzado el mensaje de que estaban hasta la coronilla de la política tradicional y corrupta, al optar mayoritariamente por los dos candidatos que prometían un cambio.

En el camino se quedó el representante del continuismo, al que apoyaban las poderosas maquinarias electorales, Federico Gutiérrez. Siguiendo el refrán de a rey muerto, rey puesto, las maquinarias se volcaron en la segunda vuelta con Hernández, pero no consiguieron su objetivo. En las que han sido las elecciones con más participación de la historia de Colombia, Petro obtuvo una votación récord de 11,2 millones de votos, 700.000 más que su rival. Hernández aceptó el resultado y, en una comparecencia de menos de dos minutos, deseó a Petro “que sepa dirigir el país, que luche contra la corrupción [tema que Hernández tenía como bandera de su campaña pese a estar imputado en un escándalo de corrupción] y que no defraude a quienes confiaron en él”. 

Reconciliación

¿Qué viene ahora? En su discurso tras la victoria, ante varios miles de enfervorizados simpatizantes, Petro manifestó que su objetivo prioritario es buscar la reconciliación de los colombianos tras décadas de confrontación, para lo cual invitará al diálogo a quienes han sido sus más encarnizados rivales, comenzando por Rodolfo Hernández y el expresidente Uribe. También meterá el acelerador a la implementación del acuerdo de paz, que el presidente Duque ha torpedeado durante sus cuatro años de mandato. Recordó a los jóvenes “asesinados por el Gobierno” en las protestas sociales del año pasado e instó al Fiscal General a dejar en libertad a los que siguen presos. Abogó por la unidad de Latinoamérica –en los últimos tiempos se ha desmarcado del régimen de Maduro y expresado su sintonía con líderes como el chileno Boric o el brasileño Lula– y planteó un diálogo de tú a tú con Estados Unidos para tratar el problema del cambio climático en el continente. Reiteró su compromiso de campaña de que los jóvenes accedan gratis a la universidad y que todos los mayores disfruten de pensión de jubilación. Dijo que él no va a acabar el capitalismo, sino a fortalecerlo, mediante su democratización y el respaldo del Gobierno a los proyectos cooperativos, con el fin de que Colombia “salga definitivamente del feudalismo y la esclavitud”. No se esmeró en lanzar un ‘mensaje de tranquilidad’ a los grandes inversionistas; era un acto emocional con sus huestes y lo que se imponía era poner el énfasis en su compromiso con la justicia social y la diversidad, acompañado de su ‘ticket’ Francia Márquez, que se ha convertido en cuestión de semanas en una estrella política internacional.

Está por ver cómo se concretarán todos esos anuncios una vez tome posesión del cargo el próximo 7 de agosto. Para sufragarlos, Petro había anunciado en campaña que recurrirá, entre otras medidas, a una imposición tributaria especial a las 4.000 mayores fortunas del país. Luego deberá lidiar con el Congreso. El Pacto Histórico y otras formaciones progresistas tienen hoy una gran representación en el Senado y la Cámara de Representantes (las elecciones legislativas de marzo fueron el abrebocas del tsunami de este domingo), pero necesitarán captar apoyos adicionales para conformar mayorías y sacar adelante las iniciativas. Petro sabe que cada paso que dé será mirado con lupa por EEUU, que no siente por él mayor simpatía, y por los grandes inversionistas, en quienes ha calado el mensaje de que el presidente electo es el cásico estatista de izquierdas que no garantizará la seguridad de las inversiones en el país. La revelación de su gabinete, sobre todo del nombre del ministro de Hacienda, ayudará sin duda a ir despejando interrogantes sobre la orientación de su gobierno.

Ya Petro logró lo imposible: ganar las elecciones. Ahora viene lo difícil: gobernar un país indómito, extraordinariamente polarizado, con alarmantes brechas sociales y con una derecha enardecida que difícilmente va aceptar que “un guerrillero y una negra” lleven las riendas del poder en su país.

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