Estado de guerra contra el coronavirus
Sólo hemos vivido la parte más fácil del proceso que como sociedad tenemos que afrontar. La histórica declaración del estado de alerta tiene que empezar a implementarse. Hay que intentar combatir un enemigo desconocido e imprevisible. Sólo conocemos su extraordinaria capacidad destructiva y la imprevisibilidad de su capacidad de extensión. El estado de alerta no es ninguna solución. Se trata de una indispensable herramienta que el estado ha puesto en marcha para facilitar su capacidad de reacción.
Hace apenas 7 días todos los medios de comunicación abordábamos las consecuencias políticas de la manifestación feminista celebrada el pasado domingo. También se escribían crónicas de la multitudinaria concentración ultraderechista que tuvo lugar en Madrid. Todos los diarios publicamos análisis de la situación política del momento. Todos, sin excepción, nos centramos en la división ideológica reinante y nos posicionamos según nuestra línea editorial. Ningún medio de referencia, ningún partido, ningún portavoz significativo hizo mención alguna a la aberración que suponía que cientos de miles de españoles se reunieran en manifestaciones, mítines, campos de fútbol, centros comerciales, misas, bodas, banquetes y comuniones. Nadie.
De aquella estremecedora lección deberíamos sacar una doble conclusión. En primer lugar, asumir la importancia prioritaria de la guerra que apenas estamos empezando a librar. La segunda, es la necesidad de concentrar todos los esfuerzos colectivos en la actuación a partir de ahora. Ayer fue sin duda un día extraordinariamente más tranquilo de lo que va a ser hoy, que se quedará en nada comparado con la batalla que tocará librar mañana. Y así sucesivamente, día tras día. Este es el futuro que nos espera hasta que podamos conocer que el virus está empezando a ser derrotado y su actual amenaza incontrolable empieza a ser doblegada.
Estos días atrás he insistido públicamente, siempre que he podido, en intentar extender la idea de que no hay mejor forma de que entendamos lo que sucede que la de asumir que vivimos en un estado de guerra. Una guerra contra un enemigo común, un virus, cuya función existencial es la de provocar la muerte de miles y miles de seres humanos en todo el mundo. El objetivo de nuestro enemigo es acabar con personas inocentes conectadas únicamente por una trágica coincidencia en su destino.
Tengo la convicción de que si no somos capaces de asumir la realidad en la que nos encontramos, quedaremos bloqueados en un territorio que ya es pura figuración: el de la confrontación partidista. No podemos aceptar una discusión política sobre si hay o no que mantener abierto en Madrid un servicio de asistencia a través de peluquerías. No podemos aceptar escuchar a Torra decir que las medidas son insuficientes mientras cientos de discotecas siguen abiertas y hay multitud de gente paseando por las playas de Barcelona. Hablar de un estado de guerra no es una cuestión semántica en busca de alarmismo. Se trata de entender la importancia de respetar el funcionamiento ordenado de un Estado.
El centro de toda la emergencia que vivimos reside en la enorme dificultad que puede suponer para nuestro sistema sanitario resistir una presión descomunal e inesperada. Si el sistema se derrumba, pese a la entrega hasta la última gota de resistencia de los profesionales que lo sostienen, las consecuencias pueden ser dramáticas. Hablamos de la vida de miles de familiares y amigos. Queda la duda de si hay en España grupos políticos dispuestos a favorecer que esto ocurra a cambio de derribar un gobierno, a cambio de derrumbar un estado democrático.
El sacrificio solidario, el mantenimiento del orden y la disciplina cívica son piezas determinantes de nuestra fuerza como sociedad. Contamos con un gobierno elegido democráticamente por los españoles a quien le corresponde administrar el estado de alerta. Tenemos un sistema sanitario castigado tras la crisis con un cuerpo de profesionales excepcional. Fuerzas policiales y militares compuestas por abnegados servidores públicos van a salir a las calles a colaborar en el necesario operativo que hay que poner en práctica. Los ciudadanos tenemos que entender nuestro papel. Tiempo habrá, en un período no muy lejano, para hacer balance de todo lo hecho y plantear todo tipo de valoraciones. Ahora sólo cabe formar parte de nuestra fuerza o luchar en contra. Es lo que sucede cuando la guerra llega hasta las puertas de tu hogar.
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