Ni guerra ni ideas, solo miedo y electoralismo
Las declaraciones solemnes y grandilocuentes que reiteran sus dirigentes no pueden ocultar que los países occidentales carecen de un plan mínimamente serio para derrotar al terrorismo islámico, tanto en su territorio como en Oriente Medio. Detrás de los solemnes llamamientos a la unidad y del apoyo a la Francia golpeada hay contradicciones abiertas entre lo que unos y otros proponen, limitaciones operativas insalvables a medio e incluso a largo plazo, graves condicionamientos de política interior y, lo que tal vez sea lo peor, debilidad ideológica y política para defender el modelo de civilización que se opone al islamismo radical y que buena parte de las poblaciones occidentales rechaza porque lleva demasiado tiempo golpeándolas tanto o más que el terrorismo. Proponer una guerra en esas condiciones es poco menos que un sinsentido.
Se puede entender que François Hollande haya recurrido a ese tópico en las horas dramáticas que siguieron a los atentados de París. Estaba obligado a transmitir un mensaje de firmeza a una población asustada y, sobre todo, tenía que ir tan lejos como lo habrían hecho la ultraderecha y la derecha que amenazan cada vez más seriamente con echarle de la presidencia. Pero seguirle dando vueltas a su propuesta como si se tratara de algo consistente no ayuda demasiado a colocarse adecuadamente en el terrible contexto en el que nos encontramos.
Sobre todo porque Hollande no puede hacer una guerra. Su capacidad para golpear al Estado Islámico en Siria e Irak se limita a bombardear sus bastiones con una intensidad mucho menor de la que están empleando los aviones rusos y de la que podrían aplicar los norteamericanos si se decidieran a actuar a fondo, que eso está aún por ver. Y siempre dependiendo de la información –la “inteligencia”- que le quieran proporcionar Washington y Moscú, o Ankara, para determinar sus objetivos.
No menos reducida es la capacidad francesa para dar un salto cualitativo que merezca tal nombre en la acción antiterrorista en suelo galo o en el de los países colindantes. Porque lo primero que tendrían que hacer la policía y los servicios de información franceses sería reparar los escandalosos fallos de seguridad que permitieron a los terroristas actuar con la impunidad con que lo hicieron la noche del trágico viernes 13. Es inconcebible que el centro de una ciudad que sufrió el atentado contra Charlie Hebdo –otro fracaso de los “servicios”- estuviera tan desprovisto de vigilancia como para que los militantes islamistas pudieran moverse con la libertad con que lo hicieron esa noche. Ciertamente no es fácil frenar a quienes están dispuestos a morir, pero ese argumento no puede eximir a la policía y al Gobierno de no haber detectado ni un ápice de lo que éstos preparaban cuando Francia lleva más de década y media luchando contra esa plaga.
La justificación de que la acción se organizó en Bélgica no vale. O llevaría a reconocer la desidia de las autoridades belgas y también la de las francesas por no haberles impelido de trabajar en coordinación con ellas. Más útil es la explicación de que los recortes presupuestarios de los últimos años han diezmado los efectivos y los medios operativos de la policía francesa. Pero queda en el aire la pregunta de cómo el Gobierno de Manuel Valls y Hollande ha podido aceptar las imposiciones de Bruselas teniendo por delante un desafío tan claro como tenía Francia. Es patético que una de las primeras cosas que ha hecho el gobierno de París haya sido pedir a la UE que le permita aumentar el déficit para poder contratar a más policías. ¿Por qué no lo hizo hace un año, o dos? ¿En manos de qué irresponsables está la seguridad en Francia? ¿Y en otros países?
El panorama en el terreno de la “otra” guerra, la de la logística, no es menor desalentador. Cuando muchos boletines llevan meses denunciándolo ahora se descubre que el Estado Islámico vende a decenas de países, incluidos algunos europeos, el petróleo que extrae de los campos iraquíes que controla. Y no solo cabe pensar que hay poderosos intereses comerciales que impiden que ese tráfico se frene, sino también que van a seguir haciéndolo. Lo mismo vale para el mercado de armas prácticamente libre que hay en Bélgica y que persiste intocado desde los tiempos de la ETA más veterana.
Francia no puede hacer guerra alguna en esas condiciones. A los sumo, alguna añagaza que se pueda colocar en los medios de comunicación para hacer creer a los electores que el gobierno está a la altura de las circunstancias. Ahora Hollande va a dedicarse a la diplomacia. A ver si consigue poner de acuerdo a Obama y Putin para que todos juntos se lancen contra el Estado Islámico en Siria y en Irak, dejando tranquilo al presidente sirio Assad, responsable de tantas o más muertes que los islamistas. Pero todo indica que no lo va a conseguir, que Washington no está por esa labor. Y menos a mandar tropas, requisito imprescindible para derrotar al ISIS. Tampoco va a hacerlo Rusia. Ni Francia. Ni Gran Bretaña, cuyo parlamento se resiste a autorizar los bombardeos que quiere hacer Cameron. Ni Alemania, que casi no ha abierto la boca en esta crisis.
Esa tarea se deja a los países de la zona. ¿A los chiíes o a los suníes? ¿A Egipto, a Arabia Saudí o a Irán? Nada se avanza al respecto, porque no existe idea alguna al respecto. Occidente es incapaz de hacer frente al problema de Oriente Medio que la insensata actuación de Bush en Irak llevó al paroxismo en el que ahora se encuentra. Europa está bloqueada frente a la crisis de los refugiados que es otra de sus consecuencias. Y la mayor parte de sus países, con Francia a la cabeza, carecen de criterios y de capacidad política, más allá del recurso al radicalismo derechista, para disminuir la amenaza interna que surge de las entrañas de sus comunidades musulmanas, por mucho que se diga, y es verdad, que los violentos constituyen una minoría de las mismas.
¿De qué vale llenarse la boca clamando por los valores de la democracia en ese panorama? Para decenas de millones de occidentales la democracia es hoy pobreza y privaciones y a ver quién es el listo que les habla de guerra. A otros muchos más lo que más les importa es preservar lo que tienen y que no les pase lo mismo que les ha ocurrido a los parisinos.
Y además están las elecciones. Que siguen siendo el primer motor de la acción de cualquier político. Como no, también en España. Aquí Rajoy y los suyos creen que la inquietud de los ciudadanos juega a su favor de cara al 20-D. Por eso no va a mover un dedo antes de que pasen las elecciones. Lo de mandar tropas a Mali queda para más tarde. Y no parece que el futuro parlamento vaya a ser el mejor escenario para decidir aventuras exteriores mínimamente arriesgadas. Rajoy no está dispuesto a emular a Aznar. Lo increíble es que el PSOE esté secundando sus pasos, electoralistas, sin rechistar. Ciudadanos apuesta a ser más corajudo que el PP. Y Podemos, al menos hasta ayer, combate una guerra contra la guerra que no es guerra. Al final, hablarán las urnas.