De qué habla Rajoy cuando habla de Rajoy
Rajoy no es el Estado como Luis XIV ni siquiera lo tiene en la cabeza tal como afirmaba Felipe González de Manuel Fraga. Nada que ver con el Estado. Lo de Rajoy parece ser otra cosa: la realidad. No confundir con lo real. Se trata de la realidad y dice someterse a ella por la sencilla razón que cree encarnarla. No entra como cualquier mortal en relación directa con la misma y se somete a superarla so pena de hundirse en todas las contradicciones a las que la misma nos somete. Nada de eso. Rajoy se confunde con ella. Porque cuando habla de la realidad no está nombrando al devenir ni a la contingencia, ni de ti ni de mí: habla de sí. Su ser-en-sí, como lo definiría Sartre, no proyecta el futuro dentro de una manera lógica sino desde una subjetividad exacerbada. Así, cuando nosotros vemos una semilla podemos vislumbrar un árbol posible, Rajoy ve un bosque.
En la entrevista que le hizo Gloria Lomana en Antena 3 esta semana, opinando sobre el problema catalán afirmó que el referéndum independentista no va a tener lugar pero sin explicar el proceso de entendimiento –o no– con los partidos catalanes que llevaría a esta consecuencia y preguntado, con insistencia, por la periodista sobre este punto se limitó a repetir más de una vez: no hay que adelantar acontecimientos. Después aseguró estar dispuesto al diálogo con el presidente Mas y, acto seguido se contradijo afirmando que no puede hablar con Mas porque el tema de la soberanía es competencia del pueblo español y no del presidente: “Sobre la soberanía nacional ni el señor Mas, ni yo ni ningún partido político ni nadie podemos tomar decisiones porque eso es algo que corresponde única y exclusivamente al conjunto del pueblo español”. Es decir, no es responsabilidad del presidente elegido por el conjunto de los ciudadanos y representante de los mismos, sino de ellos.
Como hemos dicho, Rajoy no ve el árbol frente a la semilla: ve una foresta. Desde su particular modo de entender el mundo no es el bosque el que le oculta el árbol sino al revés. Al contrario de Edipo no alcanza la ceguera al llegar a ver por fin lo real: Rajoy parte de ella para negarlo.
Más adelante, opinando sobre la cuestión vasca y la doctrina Parot, dice “no voy a entrar en polémicas y discusiones; yo lo que tengo que hacer es afirmar mis posiciones y que se me juzgue por los hechos”. He aquí algo medular del relato de Rajoy: su intervención no es dialéctica sino dogmática, ex cathedra, con una aparente infalibilidad pontificia. Si no veis el bosque, allá vosotros.
Al abordar el tema económico afirmó que en 2012 se abocó a solucionar el caos y la situación de quiebra del país, 2013 fue el año de asentar bases sólidas de la economía nacional, 2014 es el inicio del crecimiento y el empleo y 2015 el año de la consolidación y la bajada de impuestos. En el supuesto caso de que no se presente a elecciones, está eximido de esto último ya que no será su responsabilidad cerrar el ciclo de esta manera. Esto recuerda a la esfera de Pascal que tiene su centro en todas partes y su circunferencia en ninguna: en todos los años que menciona su rol ha sido necesario y central pero en ninguno ha existido sosiego social y si nos obliga a mirar el futuro de la semilla en 2015 solo podemos vislumbrar una tierra baldía. No hay alguna circunferencia que contenga el círculo de malestar: este se expande sin más.
Llegando al final, se hablo del caso Nóos y Rajoy dijo que le gustaría, tal como dijo el rey Juan Carlos, que todos los ciudadanos fueran iguales ante la ley. Puede que sea hilar fino ver un lapsus aquí pero al afirmar que “a mi lo que me gustaría es que todo sean iguales ante la ley” está poniendo de manifiesto con el condicional que nos encontramos en un estadio previo a ese deseo para afirmar después, con rotundidad, estar “convencido de que las cosas le irán bien” y cerrar, lejos de dudas: “estoy convencido de su inocencia”. Con Bárcenas tuvo la misma convicción.
Después de este encuadre que hace de todos los temas Rajoy pareciera que de algún modo nos obliga a volver a Luis XIV y si bien no se siente una encarnación del Estado sino de su propio deseo, pretende que confiemos en aquello que dejó como epitafio el monarca francés: me voy pero el Estado permanecerá.
Difícil percibirlo porque es dificultoso ver detrás de Rajoy un Estado ya que el que recibió en su día a cargo ha sufrido una erosión visible. Lo que sí se ve detrás de Rajoy es a Rajoy, un hombre que proyecta su imagen y pretende que veamos en ella lo que no hay. Para Rajoy, los tercos somos nosotros y él, en su afán didáctico no se fatiga e insiste con su realidad. Lo que ves, es lo que hay, insiste. Claro está que el dilema es que no hay nada; nada ha dejado en el paisaje social. Pero eso no le perturba al punto que ha conseguido cambiar el imperativo cartesiano: insisto, luego existo. Esa es la esencia de su ser.