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Hablemos de salud mental con rigor y no como un lazo que ponerse en Instagram

Marcha por el centro de Madrid con motivo del Día Mundial de la Salud Mental convocada por la Federación Salud Mental Madrid.

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Buceaba en Instagram el pasado uno de enero, en un ejercicio soberbio de pérdida de tiempo, cuando el algoritmo, ese monstruo digital que conoce todas nuestras pulsiones primarias, secundarias y terciarias, me sugirió adentrarme en el perfil de ‘La Isla de las tentaciones’, el reality de Telecinco en el que varias parejas van a una isla a poner a prueba su relación. “Por qué no” pensé –pensó mi resaca- y cuando me di cuenta habían pasado quince minutos y había leído tantas barbaridades que por un momento creí que estaba siguiendo el acta de una sesión de control en el Congreso. Una de las concursantes había sido infiel a su modélica pareja y en el vídeo en cuestión se podían leer comentarios como “eres una víbora”, “no lo entiendo porque eres más fea que pegar a un padre”, “menuda zorra”, “la única decente es Tania, las demás estáis para el psiquiátrico”. Inmersa ya en ese ejercicio de autodestrucción propio de un uno de enero, entré a continuación en el perfil de Cristina Pedroche, en cuya última publicación, la de su look de Nochevieja, se podían leer comentarios como “eres un cáncer”, “ridícula”, “caracono”, “escombrazo” o “eres tontísima”.  

Inevitablemente, me acordé del día en el que se suicidó Verónica Forqué y España se llevó las manos a la cabeza por los comentarios vejatorios que había sufrido tras su paso por Masterchef. Aquel día se mezclaron los ‘deps’ con semblanzas sobre la importancia de protegernos en redes sociales para proteger también nuestra salud mental. En España cualquier debate sobre un tema serio suele durar unos cuatros días de réplicas, contrarréplicas y contracontrarréplicas, hasta que se aplana la curva del interés y todo continúa como estaba. A la conmoción le sigue la nada como una sombra.

Se habló mucho aquellos días sobre salud mental porque el asunto se ha masificado en el discurso popular los últimos años. Esto es muy positivo porque comienzan a despejarse algunas capas del tabú y porque se empieza a enmarcar la enfermedad mental en un contexto social y no en algo exclusivamente individual. Pero también tiene su parte negativa con la excesiva banalización del problema. Se habla de la salud mental con trazo demasiado grueso, se lanzan mensajes positivistas sin apenas un centímetro de profundidad cuando sucede una tragedia, se utiliza la salud mental como elemento de rédito político y de marketing, se abren ‘crying corners’ y se ponen luces de neón violetas que vomitan frases como “Estar mal también es estar bien”; pero luego todo vuelve a su sitio como un trocito de plastilina.  

Hace años, en una época de reivindicación de los antibióticos, al primer picor de garganta te inyectaban penicilina. En el 2021, época de reivindicación de la salud mental, al primer síntoma te inyectan un tuit. Las narrativas culturales suelen ser más poderosas que los propios hechos, y la de nuestro tiempo habla de términos como ‘ansiedad’, ‘bipolar o ‘depresión’ con un etiquetado demasiado vago. Mientras tanto, sigue habiendo gente que manda a otra a un psiquiátrico en redes sociales por ser infiel de su pareja, se sigue asociando la enfermedad mental con los delitos violentos, o continuamos viendo la depresión o la ansiedad como un defecto personal que debe corregirse o superarse, en lugar de poner el foco en el entorno ambiental y económico que hay detrás. 

A este año que ha comenzado como parte de una trilogía pesadísima, yo le pido que hablemos de la salud mental, sí, pero que hablemos con rigor y no sólo para conseguir el aplauso fácil en la tribuna política, no sólo como un lazo que ponerse en redes sociales para conseguir relevancia.

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