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Hay futuro

Nueva Zelanda

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Paradigma es una de esas atractivas palabras que procede del griego clásico y que, según la RAE significa “ejemplo o ejemplar”, y también “teoría o conjunto de teorías cuyo núcleo central se acepta sin cuestionar y que suministra la base y modelo para resolver problemas y avanzar en el conocimiento”.

Esto último es lo que quiere hacer el comité de nueve expertos que asesora a la Comisión Europea respecto a la pandemia de COVID-19 y en el que se ha integrado el director del CCAES, imagen permanente de la información sobre la pandemia, Fernando Simón.

Simón, y los otros expertos, buscan desesperadamente lo que está fallando en la crisis de la COVID, el paradigma. No hay uno para señalar indeleblemente el camino hacia la salida. Un día, el paradigma lo tuvimos en Aragón. Nos anunciaron en determinados medios que los datos de infección en Cataluña eran horribles y en cambio en la comunidad limítrofe de Aragón, los datos eran buenos. “¿Qué está haciendo mal Cataluña y qué está haciendo bien Aragón?”, leíamos hace unas semanas en uno de esos medios. Pocas horas después de esta pregunta lanzada al éter intangible, las cifras de Aragón comenzaron a empeorar y su presidente, Lambán, se vio obligado a poner en marcha medidas coercitivas urgentes.

Le pasó algo parecido a Asturias, un paraíso libre de COVID que incluso se publicitó así institucionalmente: “Vuelve al Paraíso. Ven a Asturias ”. Y sí, los datos de Asturias eran muy buenos, pero algo se torció hace sólo dos semanas y la curva cambio de tendencia hasta llegar a límites preocupantes. La UCI del Hospital Universitario Central de Asturias recibió 20 ingresos en un plazo de 76 horas y las alarmas saltaron. El Hospital planteó utilizar el gimnasio de rehabilitación para acoger a pacientes críticos.

Ahora la Comunidad de Madrid logra pasar de un ratio de 813 casos por cada 100.000 habitantes hace cuatro semanas, a 366 casos. Sigue siendo una cifra espeluznante, pero la bajada impulsa el optimismo mientras que la Comunidad autonómica más veterana, Euskadi, propone desesperadamente acciones coercitivas que le permitan contener unas cifras de contagio de vértigo con 763 por 100.000 de incidencia acumulada, decide cerrar bares y restaurantes y adelantar el toque de queda a las 22:00 horas.

Ser presidente del Gobierno, ser presidenta de una autonomía, ser alcalde de una ciudad azotada por la pandemia, se ha convertido en un oficio inquietante. Querían ejercer el poder y ahora gestionan la tragedia. No hay más que ver las caras de algunos y compararlas con las de tiempos previos al azote de esta plaga. Son caras compungidas, una especie de espasmo violento parece haber esculpido en los rostros de ciertos políticos una mueca de tortura. Semejan personajes de El Bosco.

No es para menos. Preguntan, piden informes, reúnen a comités y no hay respuesta, al menos no hay respuesta que contenga la solución. Unos abogan por el confinamiento puro y duro, otros por el perimetral, y aquellos por el de barrios o zonas de salud, nadie tiene la varita mágica. Y, para colmo, la nueva kale borroka de los que no quieren mascarillas ni medidas coercitivas. Otra vez el miedo a que esto se desmande. Y, en el recuerdo, las palabras de Albert Camus en La Peste: “El mal que existe en el mundo proviene sobre todo de la ignorancia, y la buena voluntad sin clarividencia puede ocasionar tantos desastres como la maldad”. Hay que dar con una salida, con un atisbo de esperanza. 

En el resto de Europa siguen en busca de la clarividencia que proponía Camus. Francia pasó de la calma a la tempestad y se confinó, y en Alemania, ejemplo de gestión de la COVID, la cifra de nuevos contagios se ha multiplicado por siete en cuatro semanas, e Italia ha pasado de la calma y la bonanza del verano al desastre del otoño.

En el Reino Unido, un peculiar político conservador como Boris Johnson no ha logrado negociar un confinamiento común. Escocia, Irlanda del Norte y Gales, han ido por su cuenta con medidas de confinamiento diferentes, mientras que Johnson anunciaba esta semana el confinamiento de Inglaterra, la otra nación del Reino Unido. Al escuchar a Johnson comprendí el vaticinio recientemente expresado por un experto en pandemias como el ex presidente Felipe González sobre la “crisis de gobernanza” en un “estado descentralizado”, se debía referir al Reino Unido. La pandemia está sirviendo, entre otras cosas, para poner en solfa las opiniones expresadas por “expertos” agoreros que no tienen nada que perder porque no tienen nada que decidir.

¿Y el paradigma? Difícil encontrarlo junto a nosotros, la COVID crece y se desarrolla. El virus encuentra espacios de contagio a lo largo y ancho de Europa. Así que, no, no hay paradigma. Parecía haberlo. Podía ser Portugal, Alemania, incluso Italia. Pero ahora no hay hacia donde mirar y copiar. Lo que nos dicen es que hay aplicar el sentido común. Y, ¿eso qué es? Pues el menos común de los sentidos, como decía Voltaire. Pero hay que intentarlo como en Japón. Allí el Gobierno pidió a sus ciudadanos no hablar durante los viajes en el metro para evitar los aerosoles y toda esa carga vírica que puede expulsar el infectado sin saber que está infectado. Y el pueblo japonés lo cumplió a rajatabla. Silencio absoluto en el metro. Promueven medidas como evitar lugares con poca ventilación, donde haya grupos de gente, lugares cerrados donde la gente habla en voz alta, y lo siguen cumpliendo a rajatabla. Y, claro seguir lavándose las manos con jabón, magnífica costumbre que hay quien ha aprendido gracias a la pandemia. 

En este espantoso devenir encontramos motivos de esperanza. Wuhan, la ciudad china donde comenzó todo, ha vuelto a una normalidad post pandémica. Un lugar que fue militarizado, compartimentado y clausurado, aparece hoy como si allí no hubiera sucedido nada. Han logrado controlar la infección, incluso el público acude ya a los partidos de fútbol. Pero el ejemplo tiene su pega porque quien controla de verdad, mediante vigilantes omnipresentes y aplicaciones en los móviles y códigos QR, es el Partido Comunista Chino y no duda a la hora de imponer medidas que en una democracia precisan acuerdo y colaboración, es el problema de la libertad.

Sí podemos fijarnos en otro tipo de paradigmas. Por ejemplo, Australia, Nueva Zelanda, Corea del Sur, Jápon. En estos países parecen haber controlado mejor la pandemia. Hay pues esperanza, hay futuro, la pandemia puede superarse, aprender a convivir con el virus y pasar a un mundo post pandemia en el que las reglas serán diferentes a las que conocíamos. Pero volverá la vida, la alegría y la esperanza.

Quizá nos sirva cuidar al máximo las normas que imponemos y dar ejemplo. Hace algunos días se distribuyeron masivamente las imágenes de conocidos políticos sin mascarillas en un acto social de un medio digital. Y, sí, nos aseguraron que allí se habían cumplido todas las medidas  de seguridad antiCOVID. Pero parece que nadie les ha dicho a esos políticos que deben cuidar también la estética, lo que implica en estos tiempos dar ejemplo con su actitud porque en cualquier momento les pilla la cámara de un smartphone y su imagen sube al éter intangible con consecuencias negativas para su credibilidad.  

Christian Drosten, que es el director del departamento de virología de La Charité y una especie de Fernando Simón en Alemania, propone que “lo mejor sería que nos comportáramos como si estuviéramos contagiados y quisiéramos evitar la transmisión de la enfermedad”. Lo siguiente es que Ana Blanco en TVE, Pedro Piqueras en T5 y Matías Prats en A3 presenten los informativos con las mascarillas puestas para dar ejemplo. La mascarilla incluso es seductora y fomenta la imaginación. ¿Qué hay detrás de esa máscara?

Estamos aprendiendo, a marchas forzadas, a vivir en un nuevo mundo y lo lograremos. La pandemia nos enseñará a cuidar el planeta y a cuidar de nosotros, y seguiremos la senda marcada en los últimos años como decía Nicholas Kristof en The New York Times al analizar el pasado año 2019 en su totalidad: 325.000 personas tuvieron acceso por primera vez a electricidad, 200.000 a agua corriente y 650.000 a internet, la mortalidad infantil cayó al 4% y la extrema pobreza era del 10% cuando en 1980 alcanzaba el 42%. Hay futuro a pesar de la pandemia.

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