El hijo del fantasma
No todo lo técnicamente posible es éticamente correcto
Anita la Fantástica la llamaban en petit comité en los años ochenta en casi todas las redacciones. Ella era así. La bióloga de España, porque ella así se presentaba -aunque siempre hubo dudas sobre si terminó la carrera-, tal vez como para disculpar la inmadurez y la frivolidad de muchas de sus actitudes. Su forma de ser espontánea y agradable, su simpatía y su ternura, su juventud risueña y las desgracias que la acecharon desde muy temprano hacían que se le disculpara todo. La artista casi bióloga devino la novia eterna de España. Más héteme aquí que el paso de las décadas viene a demostrarnos que no fue a clase de bioética o que la vida nos la ha devuelto transformada en discípula socrática, aplicando una extraña mayéutica para lograr que como sociedad nos planteemos un tema tan crucial como el de la sociedad del deseo. De eso y no de otra cosa va todo esto: de ampliar o vulnerar los límites de la humanidad para satisfacer los deseos de quienes puedan permitírselo.
A golpe de talonario y de exclusiva -que los deseos hay que financiarlos, como vemos- nos desvela Ana Obregón que el ser humano que ha traído a la vida, por su deseo y su dinero, es el hijo superpóstumo de su propio hijo difunto. Utilizo aquí una denominación técnico-jurídica para nombrar al hijo concebido post-mortem con material genético crioconservado de un difunto; lo que otros estudiosos llaman gráficamente “el hijo del fantasma”. Una cuestión, la del hijo superpóstumo, que la ley de reproducción asistida española contempla en su artículo 9 referida, exclusivamente, a las parejas o viudas de fallecidos que hubieran dejado expresa constancia de su autorización siempre y cuando la inseminación -en esa viuda- se solicite antes de que pase el año.
Anita, constantemente en un volatín más difícil, lleva a cabo la hazaña con material genético de su hijo muerto, con donación del gameto femenino y en un vientre de alquiler. Algo totalmente imposible en España. A ella ni siquiera le parece estar ante un dilema de tal índole sino ante un atraso patrio que ha decidido superar. “Cuando voy al pediatra aquí [Miami] y ven la diferencia de edad me preguntan: ¿es hija adoptiva? ¿es una subrogación? ¡Pues fenomenal! ¡Bendiciones!; porque aquí la gente está abierta pero en España, ¡madre mía!, estamos en el siglo pasado”. Creo haberles comentado ya que la profundidad de pensamiento nunca formó parte del gran arsenal de encantos de Anita.
Nos revela desde las páginas de una revista que la que parecía su hija -y la llevó a salir en silla de ruedas del hospital- es en realidad su nieta. Pero, ¿en realidad lo es?, ¿cómo va a registrarla en España? ¿no piensa hacerlo? ¿cómo ha sido inscrita en Estados Unidos? La filiación de paternidad de un hijo superpóstumo que no sea de la propia viuda del fallecido no está prevista en nuestro país. El artículo 9 de la ley 14/2006 se niega a reconocer la filiación o la relación jurídica del hijo superpóstumo con el padre si las técnicas de reproducción asistida se usan tras el fallecimiento. Es decir, para reconocer la paternidad el embrión debe estar ya implantado en el momento de la muerte.
Es también decisivo que el sujeto haya manifestado su voluntad de ser padre tras su muerte -documento expreso ante notario, testamento, etc.- y, aunque Obregón nos cuenta que antes de morir Aless manifestó que era su máximo deseo, no aclara de qué modo lo hizo. No crean, no obstante, que la utilización de semen de muertos para engendrar es algo ajeno a España. No lo es y hay amplia jurisprudencia ya que incluso se contempla la posibilidad de extraer el gameto de los testículos tras la muerte previa autorización judicial. Eso sí, sólo los hombres pueden tener hijos fantasma, puesto que al no ser legal la gestación subrogada, un viudo no podría hacer lo mismo con los óvulos congelados de su esposa. Otra desigualdad manifiesta, pero esa es otra cuestión para otro momento.
Tenemos que plantearnos en serio si todo lo que la técnica permita hacer y el dinero pueda pagar debe hacerse. En caso de que su respuesta sea sí, no sé por qué rechazamos la clonación y tiramos piedras a aquel médico chino -He Jiankui, condenado a prisión- que dijo haberlo conseguido. En esta sociedad que no asume el valle de lágrimas, que no tolera el sufrimiento -eso es precisamente lo que le sucede a Anita- que considera que el fin de la vida humana no es ser buenos o justos sino ser felices, cada vez va a ser más difícil evitar la subasta y puja de la dignidad humana al mejor postor. Para los que no han perdido el sentido de la humanidad, un hijo es mucho más que un objeto de deseo. No existe un derecho a la maternidad ni a la paternidad ni por tanto es deber del Estado proteger y satisfacer el deseo individual de constituir una familia.
Como las exclusivas nunca vienen solas, y una provoca la carrera de todos los demás para pillar el rebufo, Lecturas se descuelga fotografiando a la madre gestante del hijo del fantasma: una joven cubana, madre de dos hijos biológicos y que “no es la primera vez que se ve obligada” a gestar para otros. Es la propia revista la que afirma que habría recibido 35.000 euros de los 170.000 que habría costado en total la operación de satisfacer el deseo de Anita Obregón: “Ha sido muy difícil -ha manifestado esta- . El embarazo no se produjo en el primer intento ni mucho menos y cada vez que no salía me llevaba un disgusto horrible. Ha sido una larga batalla. Si no fuera por esto yo ya no estaría aquí”. No hará falta que les diga que cada “disgusto” de Anita suponía una nueva intervención invasiva en el cuerpo de la joven cubana.
¡Pero qué más da si la joven del modesto apartamento de Florida lo ha hecho libremente para ayudar a la encantadora Anita! Sarcasmo. Ese principio de autonomía de la mujer sobre su cuerpo aplicado con la dura lógica del mercado serviría para aceptar cualquier comportamiento -órganos, miembros y hasta la propia muerte- porque la referencia ética se desplaza de la propia práctica a esa autonomía infinita que sólo depende de que alguien que necesite vender encuentre quien quiera comprar.
Es urgente en un mundo global que reflexionemos de forma conjunta sobre si debemos dejar en manos de los mercaderes de la innovación nuestro futuro. Aprovechemos que aún estamos a tiempo de hacerlo, antes de que la IA nos arrebate también de las manos esa posibilidad de autocontención que nos define como humanos. Eso y no el cotilleo y el despelleje es lo que nos debe dejar la inmoral decisión de Ana Obregón. Y nuestra humanidad sólo debe desear que, a pesar de ello, esa inocente criatura humana pueda sobreponerse en el futuro a la sinrazón de la que procede.
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