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La historia, reinterpretada desde los nombres del pan

Distintos tipos de pan.

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Aprendí la historia como una sucesión de reyes y guerras, de tiranos y revoluciones. Me enseñaron un pasado que está apuntalado en el nombre de hombres que ponían el culo en asientos bien mullidos: Julio César, Gengis Kan, Carlos II... 

Pero a mí me interesa otra historia: la de esos miles de millones de personas sin nombre que han puesto la fuerza de sus brazos, sus manos y sus dedos para lo más básico: comer y dar de comer. La historia de todas esas panaderas y de esos braceros que madrugaban cada mañana para que el mundo funcionara, para que tirara adelante, sin que la humanidad se quedara lampando por el camino. 

Por eso he cambiado el ángulo. Ya estoy frita de estadistas y nombres de hombres. Me he propuesto leer el pasado desde un nuevo puntal: el pan. Porque los nombres que le fueron dando reflejan las ideologías y los modos de vida de cada momento. He cambiado la perspectiva de mi mirada. O dicho en el lenguaje de TikTok: “#POV: la historia vista desde los nombres del pan” (la etiqueta #POV significa point of view o punto de vista de la cámara).

He tomado el libro Nuestro pan de cada día, del filólogo y ensayista Predrag Matvejević, y he ido sacando los nombres que dieron a los panes en cada época para construir mi nueva visión de la historia. Y así, por cierto, ya no me huele a pólvora y plasta de caballo, sino a pan horneado y leche de brioche.

En el Imperio Nuevo de Egipto (1570 a.C.-1070 a.C.) no debían vivir mal porque comían muchos tipos de panes. Tenían el pan común, ta, y variedades de colores: ta hegd (pan blanco), ta uagd (pan verde, al que parece que llamaban así porque llevaba hierbas)… Pero no todo el mundo era igual ni merecía el mismo sustento. La gente corriente y los esclavos se alimentaban con keresht (un pan sencillo). En cambio, para los soldados hacían un pan más nutritivo y duradero llamado algo así como pesen o shenes. 

En la Antigua Grecia había personas que vivían con muy poquito. Lo sé porque comían maza (una cosa apelmazada entre las gachas y la torta) mientras que la mayor parte de la población comía artos (pan común). Y creo que la espiritualidad de los griegos poco se parecía a la de hoy porque, en el festival de Tesmoforias, en honor a Deméter, la diosa de la agricultura, comían mylloi: un pan dulce, con sésamo y miel, que tenía una cierta forma de vulva.

También me he hecho una idea de cómo se organizaban en el Imperio Romano por los nombres de sus panes. El panis palatius solo se comía en el palacio del emperador. Los soldados tomaban panis castrensis (pan de munición) y los legionarios panis militaris (un pan más nutritivo y que duraba más tiempo). Los navegantes, el nauticus; los campesinos, el rusticus; los esclavos, el sordidus; y algunos ciudadanos recibían como subsidio un pan sencillo llamado panis civilis.

Los plebeyos se tenían que conformar con el plebeius. Pero los patricios, en sus banquetes, comían ostearius (panes de harina fina que se servían con ostras), panis siligineus (un pan que Plinio el Viejo describió como “pan tierno y blanco como la nieve, hecho con el mejor trigo”) y panis picenum (con frutas secas para mojar en leche con miel).

Entre los panes comunes del día a día estaba el panis candidus (con una harina un poquito más refinada), el panis secundarius (con harina más basta) y el panis fulferus (el “pan del perro”, de harinas muy toscas). 

Y descubrí algo muy curioso. En las gradas del Coliseo repartían, gratis, un pan llamado panis gradilis. Ese es el pan por el que surgió el dicho “pan y circo”, que en su versión española (peineta mediante) pasaría a ser “pan y toros”.

Para entender el Cristianismo he reemplazado a los santos y los apóstoles por el nombre de los panes que aparecen en el Antiguo y el Nuevo Testamento. Fijarse en el pan eterno, el pan bendito o el pan de los ángeles es otra forma de leer las Sagradas Escrituras. 

Y todas esas penas y dolores de la religión católica también están nombradas en el pan. A los que no gozaban de la misericordia de Dios les atribuían el pan de lágrimas, el pan de la tristeza y el pan de la ceniza. A los mentirosos le adjudicaban el pan de la mentira y a los vagos, el pan de la pereza.

En el Día de los Difuntos hacían un pan amargo y duro llamado el pan de los muertos. Para el Día de todos los Santos cocinaban un pan ceremonial, un poco áspero y picante, llamado pan santo.

Las bruscas jerarquías de la Edad Media están impresas en el pan francés. Los reyes y aristócratas, en la corte, se deleitaban con el pain de cour. Los curas se ponían gochos con el pain de pape y en la sacristía tomaban el pain de sacristie. Los nobles degustaban el pain de chevalier (pan del caballero) y los mozos de cuadra se conformaban con el pain d’écuyer (pan de escudero).

En 1492 a los Reyes Católicos se les ocurrió echar a los judíos. Y los judíos echaron a andar en busca de otro hogar, pero siguieron cocinando una receta que hacían aquí, una especie de bizcocho a la que llamaron, y aún llaman, pan de España

Llegó después el Renacimiento. Llegó el laicismo. Llegó el siglo XVIII y a la reina María Antonieta no le daba el día para tanto capricho caro, mientras los panaderos franceses tenían que meter serrín en el pan para que el pueblo engañara al hambre. En 1788 la gente salió a la calle a exigir pain d’égalité (pan de igualdad). En las calles gritaban “¡Pan! ¡No queremos promesas, queremos pan y lo queremos ya!”. Y cuenta la historia apócrifa que Maria Antonieta no se explicaba por qué, a falta de pan, no comían brioches.

Pero el pan da mucho más de sí. Si la historia del mundo está documentada en los nombres de los bollos y las hogazas, en sus dichos hay un tratado de sociología: “Ganarse el pan con el sudor de la frente”, “A buen hambre, no hay pan duro”, “A falta de pan, buenas son tortas”, “Pan para hoy y hambre para mañana”... 

Y también en los dichos del romaní que Predrag Matvejević recoge en Nuestro pan de cada día: “Si zurraran a un pobre con pan, él les besaría las manos”, “Si hubiera pan y no hubiera marrulleros, sobrarían las oraciones”. O este también: “Si en la tierra hubiera pan para todos, las iglesias y los juzgados estarían vacíos”.

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