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La hora de la verdad para Sánchez

El presidente del Gobierno en funciones, Pedro Sánchez.

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El pleno de esta semana en el Congreso solo ha servido para contentar a las respectivas parroquias y empobrecer un poco más el debate político. Tampoco es que se esperase mucho pero cada vez que se baja un peldaño hay que consignarlo. La olla a presión de Madrid ha hervido un ratito con unos cuantos chorros de los habituales antagonismos.

El PP cuestionando los mecanismos de la democracia participativa (no, llegar el primero no basta aunque Feijóo esconda la bolita para hacer ver que es así) y mintiendo y tergiversando datos, algo que se ha convertido en habitual pero para lo que hay que tener un cuajo especial cuando en el mismo discurso se presume de ser una persona fiable. Los otros, el PSOE, se desquitaron a base de enfangar un poco más el campo (sabiendo que el partido se juega en otra cancha, más complicada, y que la pelota está allí, como le recordaron los grupos independentistas). No es equidistancia, es constatar que embarrar no rima con mejorar. 

El PP no puede alimentar más la ficción de una investidura que nunca tuvo opciones de prosperar porque su candidato en ningún momento ha tenido los apoyos necesarios para ser presidente. Cuando dice que los tenía y ha renunciado a ellos está mintiendo. Lo que sí es cierto es que decidió abrir la puerta de las instituciones a la extrema derecha y convertirla en su muleta en el Congreso. Mientras sea así, sin un proyecto para hacer frente a los retos territoriales y se limite a calentar la calle al grito de que se rompe España (otra vez) tendrá que conformarse con ser jefe de la oposición. Espoleado por medios afines que le consideran un líder de paso a la espera de que su preferida, Isabel Díaz Ayuso, decida que ha llegado su momento. 

Ya está. Se acabó la farsa y ahora asistiremos a la partida de verdad, la que lleva meses disputándose, desde antes de la configuración de la Mesa del Congreso, y de cuyo resultado sí depende que se invista a un nuevo presidente o se vaya a una repetición electoral. 

Porque por más que los dirigentes del PP se refieran a Feijóo como “el presidente”, no lo es. No aluden a él como el presidente del PP o el presidente del partido. No, juegan con la ambigüedad porque intentan que cale en el público la idea de que Feijóo es presidente. Pero no lo es. Además, los dirigentes populares hacen otra cosa: se refieren al que sí es presidente del Gobierno como Sánchez. Los más educados, como señor Sánchez, pero evitan citarle como lo que es, el único presidente. También hay que consignar que con juegos de palabras como este, que no son nada inocentes, la derecha y la extrema derecha minan ese respeto a las instituciones que tanto proclaman y a menudo tan poco practican.

Hecha la acotación y resuelto el ejercicio de política ficción que culmina esta semana, Sánchez y sus negociadores deberán concretar hasta dónde están dispuestos a llegar en su negociación con Junts y ERC. Lo primero es asegurar que el texto que los grupos presenten en el Congreso para aprobar una amnistía esté blindado jurídicamente para que el Tribunal Constitucional lo avale y a la vez que políticamente no pueda interpretarse como una humillación para ninguna de las partes. Sin vencedores ni vencidos y con una apelación al interés general como argumento principal. Ese es el propósito. Un equilibrio complicado que probablemente solo le puede salir bien a Sánchez. Tendrán que acordarse también las formas, esto es, el calendario de tramitación. Las prisas de Puigdemont no son las del PSOE y habrá que ver si con fijar una fecha de aprobación, una vez haya entrado el texto en la Cámara, será suficiente o habrá letra pequeña. Para ERC lo es. Para Junts, no basta. O al menos, no en este momento de la negociación.

Tanto Pere Aragonès, en su discurso en el debate de política general, como Puigdemont, en su comparecencia y tuits casi diarios, han subrayado que no se conformarán solo con la amnistía. Piensan que no dispondrán de una oportunidad mejor para obligar al PSOE a aterrizar lo que ya se avino a aceptar en la mesa de diálogo con ERC y es que cualquier acuerdo sobre Catalunya deberá acabar sometiéndose a una votación. Ahí para unos cabe recuperar el Estatut recortado. Para los independentistas es mucho más, la rendija para lograr un referéndum de autodeterminación.

Cuando Puigdemont accedió a la presidencia de la Generalitat planteó que él estaba dispuesto a acordar pregunta, calendarios y mayorías. Ahora ha vuelto a esa casilla. ERC ha ido más lejos y lo precisó en la ponencia política que aprobó en su último congreso, el pasado enero. Los republicanos proponen un referéndum “pactado”, con una “pregunta clara” y una respuesta binaria. Consideran que deberían poder votar todos los residentes en Catalunya mayores de 16 años y los no residentes que tengan derecho a voto en las elecciones autonómicas. El triunfo de la independencia requeriría un mínimo de 50% de participación y el 55% de votos a favor del sí. Paralelamente, el Govern tiene pendiente presentar en las próximas semanas los trabajos de los juristas que escogió para diseñar algo parecido al acuerdo de claridad canadiense.

Los partidos independentistas insisten en que esta legislatura debe servir para sentar las bases de una votación que los socialistas siempre han rechazado y que a priori no tiene cabida en la Constitución (claro que el PSOE también decía hace cuatro días que la amnistía tampoco tenía encaje constitucional). La duda no es solo hasta dónde está dispuesto a llegar Sánchez. También hasta dónde tensará la cuerda Puigdemont a cambio de garantizarle la mínima estabilidad necesaria para sobrevivir. Ambos tienen mucho que ganar pero también que perder. Es una “oportunidad” para los dos, y no solo en términos personales puesto que también una ocasión para plantear avances territoriales que no solo conciernen a Catalunya como ha puesto por escrito el lehendakari Urkullu. 

El modelo radial de las infraestructuras, dibujado por los sucesivos gobiernos tanto del PSOE como el PP, la concentración institucional en Madrid, el incumplimiento crónico en las inversiones presupuestadas y no ejecutadas por distintos ministerios, un sistema de financiación fiscal no solo caducado sino que alimenta con cifras los agravios… De todo eso debería ir también esta legislatura. De la España real, más plural y menos crispada, como se constató tras las últimas elecciones. Es esa España que no se sorprende ni tampoco jalea sesiones como la de esta semana en el Congreso. 

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