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CRÓNICA

Feijóo convierte su investidura en una censura a Sánchez, que le desarma al ceder la réplica a su portavoz más combativo

Alberto Núñez Feijóo, en la primera sesión de su debate de investidura.

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Feijóo no gana para disgustos desde el 23J: una mayoría insuficiente para gobernar, una derrota en el reparto de la configuración de la Mesa del Congreso, un partido que vigila sus decisiones y movimientos y una puesta de largo en el Parlamento con efecto sorpresa en la que Sánchez ni se molesta en debatir con él. En la Moncloa dicen que no fue soberbia sino astucia y que lo que se buscaba era poner de manifiesto la farsa de una investidura que nunca saldrá. También que sabían que Feijóo iba a hacer un discurso dirigido a su partido, como fue, y que ellos optaron por hacer lo ídem, esto es, una intervención del PSOE y para el PSOE.

El candidato del PP también quiso convertir su investidura en una moción contra Sánchez, pero éste le ninguneó al ceder su réplica a uno de sus portavoces más combativos, el ex alcalde de Valladolid. Óscar Puente, que no tiene pelos en la lengua ni mucha medida para la crítica. Así puso al candidato del PP frente al espejo de unas cuantas realidades incómodas: la de defender que gobierne la lista más votada y ser el precursor de las coaliciones de perdedores en compañía de Vox; la de hablar de purgas en el PSOE y ser el principal beneficiario de que su partido echara en 48 horas a “un presidente que denunció la corrupción de Ayuso” o la de solemnizar que “fuera de la Constitución no hay democracia” y llevar cinco años fuera de ella al incumplir el mandato para renovar el CGPJ.

La retahíla de mandobles que le propinó el socialista hizo que Feijóo renunciara más tarde a la dúplica al entender que había asistido a una especie de “Club de la Comedia”. Pantomima o no, Puente desarmó con su vehemencia a un candidato que por la mañana, tras la exposición inicial, cosechó eso sí todo tipo de parabienes entre los suyos, pero ni un voto más de los 172 con los que llegó a la Carrera de San Jerónimo. Todo en una sesión excesivamente bronca en la que la bancada popular convulsionó con gritos de “cobarde, cobarde” dirigidos al presidente del Gobierno y de “macarra, macarra de bar” al ex alcalde de Valladolid. Un espectáculo que en nada se parecía a la institucionalidad y la seriedad que Feijóo dice representar y en la que el aspirante del PP encadenó toda una ristra de bulos y datos falsos. No faltó tampoco ni un solo hit de la derecha más ultra, incluido el del supuesto aumento de las okupaciones, que los datos de la Fiscalía niegan.

Cuando a las doce en punto del mediodía, Alberto Núñez Feijóo no había subido aún a la tribuna de oradores del Parlamento, la bancada popular al completo ya le aguardaba, en pie y se dejaba las palmas de las manos en una ovación sobreactuada. No pudieron seguir la aclamación los presidentes autonómicos del PP que seguían la sesión desde la tribuna de invitados porque lo impide el Reglamento de la Cámara Baja. Tampoco es que cuando uno no ha dicho aún una palabra, los propios tengan que venirse arriba, pero en los partidos pasan esas cosas. Que al líder se le aplaude porque sí, porque toca, porque gana, porque pierde o porque hay que hacerle la pelota…

Feijóo pasa el examen interno

La escena proyectaba la realidad de un aspirante a presidente de Gobierno que no buscaba –sabía que el ejercicio era baldío de antemano– el beneplácito de la mayoría del Parlamento, sino la aprobación de su propio partido, que no la tenía al completo. Esta vez la tuvo. Pasó el examen interno con nota porque hizo guiños a los moderados pero también a los más ultras al no dejarse ni uno solo de los mantras de la derecha sobre la ruptura de España, la humillación a los viejos socialistas, la traición a la generación del 78, el desprecio a la Constitución y la quiebra del Estado de Derecho. Todo con una intervención con la que fue directamente al grano contra la amnistía, el último elefante en la habitación de los socialistas.

“La amnistía cualquier fórmula equivalente o análoga es un instrumento adecuado para superar el conflicto catalán. Igualmente, ese conflicto no se resolverá de manera definitiva si no contemplamos el derecho a decidir del pueblo de Catalunya, mediante un referéndum o cualquier fórmula equivalente o análoga”, afirmó, para decir a renglón seguido de que sólo con pronunciar esas palabras bastaría para ser investido pero que no lo haría porque tiene “principios, límites y palabra, además de un deber que no voy a eludir”.

Más que un proyecto de país, el que debiera enhebrar un aspirante a presidir el Gobierno, Feijóo se lanzó al ataque desde el minuto uno ante la posibilidad de que Sánchez apruebe una amnistía para todos  los involucrados en el procés y dio por hecho que cualquiera de las fórmulas que se utilicen será inconstitucional, aunque no conozca ni el contenido ni los detalles. “Ni jurídica, ni éticamente, es aceptable. Fuera de la Constitución no hay democracia. Es una aberración jurídica. Un ataque directo a valores democráticos esenciales. Hay quien reniega de la Transición. Yo vengo a reivindicarla y a reclamar su vigencia”, proclamó, entre grandes aplausos de la bancada popular. Su propuesta, frente a la que pueda barajar Sánchez, es crear una nueva figura en el Código Penal que tipifique la “deslealtad constitucional” y aumente las penas para los de malversación de fondos públicos. Poco más. No era día, ante la mirada atenta de los más radicales de su propio partido, para mencionar lo del “nuevo encaje de Cataluña en España”. Aquello ya pasó cuando tuvo que rectificarse a sí mismo ante las andanadas de los más entusiastas del 'ayusismo' y la doctrina FAES.

Luego, sí, anunció una reforma del Senado, algo que el PP llevó en sus programas electorales durante lustros y nunca impulsó, y un nuevo modelo de financiación autonómica y local sin dar detalles sobre ninguno de los dos. Pero si algo despertó la carcajada general del hemiciclo fue cuando Feijóo sostuvo que si no iba a ser investido presidente del Gobierno era porque no quería pagar el precio que le piden para ello, y no porque no tuviera los votos necesarios. Olvidaba que en el hipotético caso de que obtuviera los votos de Junts, los de Vox los perdería.

Reforzar el liderazgo interno

Sabía que la investidura iba a fracasar y su objetivo no era otro más que reforzar su liderazgo. Además, claro, de usar la tribuna para erigirse en referente de los votantes del PP, pero también de Vox, a cuyos tres millones de votantes se refirió expresamente para manifestarles su respeto. Todo un acierto, decían en los corrillos de los populares, para lograr su empeño de reunificación de la derecha, tal y como le ha pedido Aznar.

Por eso, cuestionó la eficacia de las medidas vigentes contra la violencia machista, habló de las “visiones apocalípticas” sobre el cambio climático, de la “dictadura activista” y del “adoctrinamiento” en las escuelas. Una narrativa más propia de los de Abascal que de los que en el PP dicen practicar el centrismo y la moderación.

Apelaciones a Junts y el PNV

No hizo mención alguna a las apelaciones al transfuguismo que han difundido los populares en los últimos días, pero sí quiso interpelar a los dirigentes de Junts y del PNV para pedirles que reconsideren su voto. “¿Qué les hace pensar que todo lo que hoy se usa para satisfacer sus exigencias no se utilizará contra ustedes cuando ya no les necesiten? Háganme caso. ¿Les han votado a ustedes para que se aplique la política económica de Podemos? ¿En serio?”, les espetó.

Ya por la tarde y tras una hora y media de receso, con Puente llegó la sorpresa después de que Sánchez decidiera delegar en él su réplica. La Moncloa llevaba días sin querer desvelar si el presidente intervendría o no en el debate, un juego absurdo que sólo se entendió al conocer quién sería el socialista que subiera a la tribuna. El ex alcalde de Valladolid no sólo ganó las últimas elecciones municipales pero no gobierna, sino que es uno de los más vehementes y combativos diputados de la bancada socialista. El error estratégico de Sánchez de despreciar a su adversario y que muchos interpretaron en clave de arrogancia fue compensado con el acierto de elegir a Puente, que desarmó al candidato del PP, quien calificó de “lamentable” que el presidente en funciones no le diera la réplica y que el ex regidor se dedicara a “insidiarle y calumniarle”.

La sombra de Marcial Dorado y el narcotráfico

En realidad lo que había hecho Puente fue descolocar a toda la bancada con su puesta en escena, pero también decir que Feijóo pertenece al PP de Galicia “el más rancio de su historia” y el que quedó retratado en 'Fariña', un libro que habla sobre el narcotráfico en esta comunidad. No se olvidó de recordarle en esta misma línea su amistad con el narcotraficante Marcial Dorado y pretender ocultarla: “Después, cuando esa amistad quedó al descubierto, ”trató de hacer creer a toda España que usted no sabía en 1995 lo que se sabía en toda Galicia y buena parte de España desde 1990“, añadió. Puente quiso poner en cuestión la capacidad de Feijóo para estar al frente del PP por esta circunstancia pero también por ocultar el crecimiento de ”sus ingresos y su patrimonio“.

“Pierda toda esperanza de quebrar a este Partido Socialista”, prosiguió Puente jaleado con entusiasmo por la bancada socialista antes de sentenciar, solemne: “No pierdan el tiempo buscando disidentes o traidores paseándolos por las tertulias, ninguno de ellos es ya representativo de este PSOE. Este PSOE se blindó de injerencias externas y no es de los dirigentes, es de sus militantes y, por tanto, del pueblo”.

El enfado de Feijóo iba en aumento y era proporcional al grosor de los insultos que su bancada profirió contra el ex regidor de Valladolid. “Me pedía seis debates en la campaña electoral y ahora no es capaz de hacer el segundo”, le espetó a un Sánchez silente mientras los diputados del PP se ponían en pie con aplausos y otros volvían a gritar “cobarde, cobarde” al presidente del Gobierno. Armengol, que tendrá que entrenarse más para lo que se avecina esta investidura, reclamaba sin éxito silencio y recordaba que sus señorías no estaban en un patio de colegio.

Puente le dijo a Feijóo todo lo que un presidente de Gobierno, aún en funciones, no puede o no debe decir desde la tribuna del Congreso. Tanto escocieron sus palabras que el aspirante popular rechazó hacer la dúplica al ex regidor, si bien  no dejó de mencionar su nombre durante su respuesta a Santiago Abascal, que por cierto reafirmó su apoyo gratis al candidato del PP.

Para cuando el diputado de ERC, Gabriel Rufián, subió a la tribuna para exhortar, en catalán, que Feijóo “representa a las derechas que quieren gobernar este país odiando a la mitad del país” y poco antes la diputada Marta Lois (Sumar) le dijera que “su alianza con la extrema derecha le separa del país que dice representar”, la expectación había decaído dentro y fuera del hemiciclo en esta primera sesión que se prolongó durante más de nueve horas.

Este miércoles, la realidad de los votos: 172 a favor y ni uno más.

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